Hubo una época en la que el cineasta chino John Woo (Cantón, 1946) estaba en boca de todos los aficionados al cine de acción. Una serie de películas rodadas en Hong Kong (a donde emigró a los cinco años con su familia, cristiana, huyendo de una persecución religiosa en el continente) con su actor fetiche, Chow Yun Fat, lo habían distinguido como un renovador de las popularmente conocidas como películas de tiros, tanto por su factura técnica y su ingenio para las coreografías de la violencia como por un trasfondo humanista que a veces remitía a lo religioso, como sucedía en la que tal vez sea su mejor obra, The killer (1989). La infancia con su menesterosa familia había sido especialmente triste, y el señor Woo, como tantos otros antes que él, había encontrado en el cine (era un gran fan de El mago de Oz) un agradable escapismo que pronto se convertiría en una buena manera de ganarse la vida. Tras hacer sus pinitos como director con las inevitables películas de artes marciales, inauguró su especial estilo (¿humanismo rimbombante?, dicho sea sin ánimo de ofender) con A better tomorrow (1986). Vinieron luego la citada The killer y Hard boiled (1992), con su inolvidable tiroteo final en un hospital de treinta minutos de duración.
John Woo puso a Hong Kong en el mapa del cine mundial y no tuvo nada de extraño que se trasladara a los Estados Unidos en 1993 para rodar Hard target, que es, probablemente, la única película protagonizada por Jean Claude Van Damme que no solo no da vergüenza ajena, sino que se disfruta enormemente. No todo fue coser y cantar en América, pues la manera de trabajar de Woo no siempre se correspondía con las de los grandes estudios, pero el hombre consiguió rodar unos cuantos largometrajes muy decentes: pensemos en Broken Arrow (1996), con John Travolta y Christian Slater, Face off (1997), de nuevo con Travolta, acompañado esta vez por Nicolas Cage (el punto de partida, la sustitución de un rostro por otro con intenciones criminales, era totalmente inverosímil, pero daba lo mismo ante el vigor y el brío de la propuesta) o la segunda entrega de la saga Misión Imposible (2000). Estas tres películas funcionaron tanto a nivel de crítica como de público y popularizaron los habituales manierismos violentos del señor Woo, como esa escena tantas veces repetida en la que diferentes sujetos se apuntan mutuamente con sus pistolas. Pero después las cosas empezaron a torcerse: ni Windtalkers (2002, sobre una compañía de nativos americanos en la Segunda Guerra Mundial) ni Paycheck (2003, un desvaído thriller con Ben Affleck) gozaron de la buena recepción por parte de público y crítica de las anteriores.
Matar y morir por amor
Y John Woo se volvió a Hong Kong, donde rodó una película carísima de tono histórico con su querido Chow Yun Fat (a quien las cosas aún le fueron peor en Hollywood), pasó ligeramente de moda entre sus fans (junto al cine de acción made in Hong Kong) y, poco a poco, nos habíamos ido olvidando de él en Occidente hasta que volvió a Norteamérica el año pasado para rodar Silent night (Noche de paz), que ahora está colgada en Movistar tras haber pasado prácticamente desapercibida en los cines. Hará bien en verla quien recuerde con agrado sus largometrajes chinos y estadounidenses, pues, aunque no sea una de sus mejores piezas, se conserva en ella el espíritu del John Woo original, ese esteta de la violencia con un punto trascendente y religioso. En apariencia, Silent night solo es una película de venganza más, aunque, afortunadamente, nada tiene que ver con las que hicieron célebre a Charles Bronson: el protagonista, Joel Kinamman, ve morir en sus brazos a su hijo pequeño (se cruzó en el tiroteo entre dos coches, lo que allí se conoce como drive by shooting), se lanza en persecución de los asesinos y solo consigue que le disparen también a él, que se salva por los pelos. Cuando sale del hospital, es otro hombre. Un hombre que no le ve el menor sentido a la vida y que, en vez de intentar sobrevivir junto a su mujer, que lo acabará dejando, opta por la venganza, aunque se busque la muerte.
El planteamiento, ciertamente, no es nada original, pero el señor Woo conserva bastante de su antigua magia y logra humanizar esa historia de venganza (¿redentora?) que en manos de otro habría resultado mucho más banal. El personaje de Kinnaman está en una misión de Dios, como los Blues Brothers, y ni nada ni nadie le apartará de ella (el final, tras las inevitables ensaladas de tiros, resulta enternecedoramente poético: aquí el héroe mata y muere por amor y no está para componendas morales y humanas de ningún tipo).
Puede que los años gloriosos de John Woo hayan quedado atrás, pero Noche de paz es un buen recordatorio de que este hombre no fue solo una moda, sino también un autor muy especial que merece ser tomado completamente en serio (incluyendo su colaboración con Van Damme). ¿Sus tres películas favoritas?: Lawrence de Arabia, de David Lean, Los siete samuráis, de Akira Kurosawa, y El silencio de un hombre, de Jean Pierre Melville.