Cuando era un niño en Austin, Texas, David Redmon se aburría como una seta y solo encontraba alegría y diversión en el cine. Cuando se trasladó en su primera juventud a la Nueva York de los años 80, su vida mejoró notablemente gracias a un videoclub del East Village que, con sus 55.000 películas (muchas de ellas pirateadas), le ofreció el acceso a un mundo fascinante y desconocido hecho de largometrajes norteamericanos, europeos, asiáticos y de cualquier otro origen. El joven Redmon nunca había visto algo como el Kim´s Video, que así se llamaba el establecimiento, y se convirtió más que en un cliente, prácticamente en alguien que vivía allí. Cuando el propietario, Yongman Kim (que llegó a tener otros seis locales repartidos por Manhattan), vio que se le acababa el negocio ante la llegada del streaming y decidió donar su colección a quien la quisiera (que resultó ser un pueblo de Sicilia llamado Salemi), el pobre Redmon cayó en la más profunda de las desesperaciones. Y cuando vio lo que habían hecho en Salemi con sus queridas 55.000 películas, casi le da un pasmo: el abandono, la humedad, el moho y el desinterés de la administración local le llevaron a elaborar un plan para recuperar la colección del señor Kim, devolverla a Nueva York y otorgarle el tratamiento que se merecía.
Nos lo cuenta él mismo, con voluntariosa voz en off, en el documental Kim´s Video, que puede verse en Filmin y que recomiendo fervorosamente a cinéfilos, cinéfagos y aficionados a las frikadas en general, ya que la historia es de las de verlas para creerlas. Co dirigido con Ashley Sabin, Kim´s Video narra la (¿desquiciada?) historia personal del señor Redmon, un enfermo de cine que se tomó como algo personal lo que no era más que una desdichada elección de un empresario (un pelín turbio) de origen coreano que había iniciado su vida laboral en Nueva York con una lavandería en la que alquilaba algunas cintas de video convenientemente pirateadas (como dice en la película un antiguo empleado de su videoclub, piratear es feo, pero aún lo es más no poner a disposición del público las joyas del cine universal, lo cual no impidió una querella a cargo del mismísimo Jean-Luc Godard).
Amigo de Berlusconi
En el videoclub de Kim había de todo, como en Netflix, con la misma abundancia y la misma falta de criterio. Los clásicos del cine mudo compartían espacio con la obra de Bergman, los seriales cutres de los años 40, productos europeos y asiáticos inencontrables en Estados Unidos y hasta películas porno. Yongman Kim era un gran aficionado al cine que llegó a rodar algunas películas eróticas de bajísimo presupuesto y del que nunca se supo muy bien a qué se dedicaba. Había quien lo consideraba un gánster, impresión a la que él mismo contribuía con su aspecto amenazador, su rostro pétreo y sus sempiternas gafas de sol (otro empleado asegura que siempre le tuvo un poco de miedo). Cuando Redmon lo visita en Seúl para darle la chapa con su colección, Kim le ruega que no le diga nada de sus actividades cinematográficas a su consejo de dirección (tiene una empresa, pero no sabemos de qué) y le desea buena suerte en Sicilia. Por el bien de su documental, Redmon se traslada al villorrio de Salemi, controlado por la mafia y en manos de un delincuente local que es el mejor amigo del alcalde, y se encuentra la colección hecha unos zorros: el corazón le sangra y decide que las cosas no pueden seguir así de ninguna de las maneras.
Conviene abrir aquí un paréntesis sobre el alcalde en cuestión, pues se trataba del inefable Vittorio Sgarbi (Ferrara, 1952), actual secretario de estado de Cultura en el gobierno de Giorgia Meloni. Íntimo amigo del difunto Silvio Berlusconi, a cuya sombra hizo carrera política y también en la farándula (tuvo un programa de televisión famoso porque ponía verdes a todos sus invitados, llegando a verse envuelto en varias querellas por difamación), Sgarbi es un especialista en arte (recientemente fue acusado de haber trincado un cuadro del siglo XV, creo que la cosa se sigue investigando) que se convirtió en un personaje tremendamente popular en la Italia de los 90, siempre ayudado por su amigo Silvio y, si hacía falta, por la Cosa Nostra, cuya existencia él suele negar con un cuajo pasmoso.
Aficionados a las extravagancias
El pobre Redmon (y el espectador) no entiende por qué su adorado Yongman Kim aceptó la oferta de Salemi. Tampoco se entiende para qué la querían en ese pueblo en el que ya brillaba con luz propia un museo sobre la inexistente mafia que, según un lugareño, era la envidia de los de Corleone, pues fue recibir el envío y amontonar las cintas de video y los deuvedés en unas instalaciones insalubres y abandonadas en las que se morían de asco, pues nadie parecía tener el menor interés en ponerlos al servicio del posible usuario. Indignado ante la situación, Redmon se convirtió en el mayor grano en el culo de Sgarbi, del nuevo alcalde (un poltrón que lo deja con la palabra en la boca porque tiene que acompañar a su hija al aeropuerto), del (aparentemente) corrupto jefe de la policía local y hasta del mafioso máximo del pueblo, gran amigo de Sgarbi al que le anda buscando las cosquillas un fiscal que es entrevistado por Redmon y muere en extrañas circunstancias dos días después, encargándose Sgarbi y su pandilla de que se retiren los cargos contra el compadre mafioso (supongo que por pertenecer a una banda criminal que no existe).
Los esfuerzos del cartesiano Redmon por hacerse entender en la caótica Sicilia son de lo más divertido de la película, que es una historia de locos. Su responsable tampoco parece que esté del todo bien de la cabeza, pero nos resulta entrañable en su quijotesca misión de salvación de la colección cinematográfica que le salvó la vida cuando llegó a la ciudad que nunca duerme desde su apolillado rincón de Texas. No les voy a contar el plan que urdió para recuperar las 55.000 películas del señor Kim para no incurrir en el spoiler, pero les puedo asegurar que, contra todo pronóstico, acabó saliendo bien.
Nunca a nadie se le había ocurrido rodar un documental sobre las trepidantes aventuras de un videoclub, pero es que no creo que a ningún otro videoclub del mundo le hayan pasado las cosas que le han pasado al del extraño e inquietante Yongman King (de quien, a día de hoy, seguimos sin saber muy bien a qué se dedica). Y, por el mismo precio, el espectador español puede entrar en contacto con el descacharrante Vittorio Sgarbi, prueba viviente de que un erudito del arte puede ser también un cantamañanas, un corrupto, un arribista político, un colaborador de la mafia y, francamente, un indeseable y acabar con un súper cargo en el gobierno italiano.
Historia entrañable de amor al cine y frikada máxima a cargo de un perturbado mental inofensivo, Kim´s Video es una rareza que no dejará indiferentes a cinéfilos, en particular, y aficionados a las extravagancias, en general.