Sostenía Blanche Dubois que, en esta vida, solo podemos depender de la amabilidad de los extraños. Al perturbado personaje de la obra de Tennessee Williams Un tranvía llamado deseo le enmendó la plana muchos años después el escritor inglés Ian McEwan con su novela El placer de los extraños (llevada brillantemente al cine por Paul Schrader), en la que un matrimonio de perversos tarados instalados en Venecia arruinaba, física y mentalmente, a una ingenua pareja británica que los había confundido con unos anfitriones encantadores. La nueva miniserie de Movistar (procedente del Channel 4 inglés) La pareja de al lado (nada que ver con la novela homónima de Shari Lapena) toma el relevo de El placer de los extraños a la hora de señalar los peligros de ponerse en manos de gente aparentemente maja que luego resulta que no lo es tanto. Sugerente mezcla de thriller y drama erótico, La pareja de al lado nos explica la destrucción de dos parejas (en seis capítulos) por salirse del guion y buscar estímulos vitales en los lugares equivocados. Y lo hace sin asomo alguno de moralina: cada personaje almacena las semillas de su propio hundimiento, y cuando se mezclan las de todos, el resultado es, simple e inevitablemente, una catástrofe sin paliativos (como queda meridianamente claro en el contundente final).
Pero empecemos por el principio: Evie (Eleanor Tomlinson) y Pete (Alfred Enoch) se instalan en una bonita (y presumiblemente aburrida) urbanización de Leeds, en el condado de Yorkshire (la serie está rodada en Inglaterra, pero también en Bélgica y Holanda: el director, Dries Vos, es de Flandes). Evie es maestra de parvulario y está embarazada. Pete es periodista y busca el scoop que le ayude a prosperar en su oficio (lo encontrará en las turbias actividades de un constructor local). Nada más llegar, son amablemente acogidos por los vecinos de enfrente, Becka (la australiana Jessica de Gouw), atractiva instructora de yoga, y su marido, Danny (Sam Heughan), un policía de tráfico que, según Fred, parece un modelo de ropa interior. En muy poco tiempo, ambas parejas devienen inseparables: salidas, cenas, barbacoas caseras, excursiones a la playa… A Pete tanta amabilidad le resulta sospechosa, pero Evie está encantada: proviene de una espantosa familia de meapilas y el estilo de vida desenfadado de sus nuevos amigos (que se dedican al intercambio sexual en sus ratos libres) le parece lo más de lo más. El swinging, aparentemente, no es lo suyo, pero no tiene nada en contra.
Destrucción a cuatro bandas
Cuando Evie pierde el hijo que espera (fruto de un donante anónimo, dada la mala calidad del semen de Pete), los cuidados de Becka y Danny se duplican y ella empieza a sentir algo por el vecino, hasta llegar a una infausta velada de intercambio de parejas que a Pete le cabrea enormemente y a ella la desquicia mentalmente de forma irreversible. Y hasta aquí puedo leer sin incurrir en el spoiler. Añadamos los trabajitos extra policiales de Danny, que son tirando a chungos, y a un vecino mirón, Alan (Hugh Dennis), que está obsesionado por la profesora de yoga, y tendremos un volcán de sentimientos a punto de ebullición cuyas consecuencias se prevén terribles desde el primer episodio de La pareja de al lado.
La amabilidad de los extraños de la que hablaba Blanche Dubois puede convertirse en una pesadilla, como demostró McEwan en su novela y demuestra David Allison en el guion de esta estimulante miniserie que corre el riesgo de pasar desapercibida entre la amplia oferta de las plataformas de streaming, entre otros motivos porque actores, guionista y director son unos perfectos desconocidos para el espectador español. Y sería una lástima, ya que esta historia de destrucción a cuatro bandas (y a fuego lento) te atrapa de principio a fin sin cometer el error de emitir juicios morales sobre la vida de los swingers, de los polis que no llegan a fin de mes y se pasan al bando contrario, de los periodistas con ganas de medrar o de las pobres chicas de pueblo criadas por unos fanáticos del Señor. Aquí cada uno carga con su cruz. Y cuando las cuatro cruces coinciden en el mismo sitio, las consecuencias son una (discreta) tragedia narrada con una frialdad y un fatalismo que le van como anillo al dedo: nadie sale indemne de un encuentro casual que, por el bien de todos, nunca debería haberse producido.