Ha aterrizado en Filmin y Movistar Master gardener, la última obra del cineasta norteamericano Paul Schrader (Grand Rapids, Michigan, 1946), que me perdí durante su breve paso por los cines de Barcelona, pese a ser un tipo al que venero desde que vi Taxi driver (1976), la película que escribió para Martin Scorsese y a la que seguirían otras tres fructíferas colaboraciones: Raging bull (1980), The last temptation of Christ (1988) y Bringing out the dead (1994). A veces uno se despista: Dios bendiga a las plataformas de streaming.
A algunos críticos les ha dado por decir que El maestro jardinero cierra una trilogía que empezó por First reformed (2017) y siguió con The card counter (2021), pero yo me la he tomado como una nueva vuelta de tuerca al tema que ha presidido toda la (frecuentemente complicada) carrera del señor Schrader, una víctima del calvinismo familiar que no pudo ir al cine por primera vez hasta los dieciocho años (toparse con Scorsese fue una feliz serendipia: la unión de dos atormentados religiosos, protestante extremista el uno y católico que incluso pensó en pasar por el seminario el otro, fue como mezclar los elementos adecuados para una bomba metafísica conceptual): la redención, un tema que está presente en prácticamente todas sus películas.
Sí, aparece en El reverendo con ese cura lleno de dudas al que da vida Ethan Hawke, y en El contador de cartas, con el jugador de pasado turbio interpretado por Oscar Isaac, y también en El maestro jardinero, con Joel Edgerton en el papel de un ex neo nazi empeñado en enmendar los errores de su juventud. Pero no más que en casi todos los largometrajes de nuestro hombre. ¿O no buscaban también la redención de sus almas los protagonistas de American gigolo (1980), Mishima: a life in four chapters (1985), Light sleeper (1992) o The walker (2007)?; que eran, respectivamente, un prostituto de alto standing, un escritor con un sentido muy particular del honor y la ética, un camello con buen fondo y un sarasa de buena cuna, supuesta vergüenza de la familia, que acababa siendo la única persona decente de toda la trama.
Paul Schrader es, básicamente, un moralista trascendente, lo cual no suele ser la mejor tarjeta de presentación para triunfar en Hollywood. Empezó como guionista a mediados de los 70 (Yakuza, de Sidney Pollack, u Obsesión, de Brian de Palma, más la historia del taxista perturbado para su amigo Marty, con el que me temo que no acabaron muy bien). Cuando pudo dirigir, se concentró en sus preocupaciones morales, que, afortunadamente, aún le duran a día de hoy, pese a haberse visto obligado a rodar algunos encargos que dejaban bastante que desear para sobrevivir (puede que el episodio más vergonzoso de su carrera sea el de haber sido despedido de una precuela de El exorcista…¡Para ser sustituido por el sin sustancia de Renny Harlin!). En las escasas ocasiones en que recurrió a material ajeno, lo hizo suyo, lo acercó aún más a sus obsesiones y consiguió algunos resultados espléndidos, como Aflicción, basada en la novela homónima de Russell Banks, o The comfort of strangers, sobre un libro de Ian McEwan (que incluía, por el mismo precio, la mejor banda sonora jamás compuesta por el músico fetiche de David Lynch, Angelo Badalamenti).
Escoger tu propio camino
Tras The walker (con un espléndido Woody Harrelson), que pasó totalmente desapercibida, empezaron a pintar bastos en serio para el señor Schrader, con el que la industria de su país no parecía saber muy bien qué hacer. Vinieron una serie de películas a medio cocinar, tirando a malas o rozando la catástrofe (como The canyons, del 2013, escrita por Bret Easton Ellis, que no ha visto prácticamente nadie, aunque los pocos que lo hicieron aún se están recuperando de tan traumática experiencia). Sus devotos seguidores le dábamos casi por muerto, mientras lamentábamos que Scorsese fuese considerado una leyenda viva y Schrader, un infeliz que no daba pie con bola: el hombre que escribió Taxi driver se había convertido en un paria.
Hasta que le llegó la resurrección. O su propia redención. El reverendo era un regreso a sus temas de siempre. Y luego vino El contador de cartas, más de lo mismo, pero no por eso menos bienvenida. Y ahora llega a las plataformas El maestro jardinero, que incide brillantemente en el tema de costumbre y que presenta a Schrader aparentemente encarrilado en una carrera minoritaria –reconozcámoslo: van cuatro gatos a ver sus películas al cine; o tres, si descartamos mi ausencia en la más reciente-, pero con aspecto de tener una continuidad que le faltó durante muchos años, cuando rodaba para comer o para ilustrar los delirios del autor de American psycho (escritor interesante, por otra parte, aunque me temo que el cine no es lo suyo).
Paul Schrader ya tiene una edad. A lo largo de su peculiar carrera, ha triunfado, se ha hundido, ha resucitado y ahora parece que ha encontrado las fuentes de financiación más adecuadas para sus muy personales proyectos. Esperemos que las cosas se mantengan así hasta que la diñe, pero no podemos darlo por seguro, aunque a los 77 años nadie esté para que lo basureen. ¿Habrá una nueva historia de redención del señor Schrader dentro de uno o dos años o no volveremos a saber nada de él? Ni idea. Pero ése es el peligro de escoger tu propio camino cuando la industria que te alimenta no está diseñada precisamente para moralistas trascendentes de esos que se hacen demasiadas preguntas carentes de respuesta.