Inquietante distopía de tono doméstico en Filmin: la miniserie noruega La arquitecta, dirigida por Kerren Lumer-Klabbers y escrita por éste en colaboración con Kristian Kilde y Nora Landsrod, es una discreta y angustiosa pesadilla sobre la vida cotidiana en una de las ciudades más pulcras y avanzadas de Europa, Oslo, convertida para la ocasión en un lugar siniestro en el que, literalmente, no hay quien viva a causa de una gentrificación salvaje, unos precios de la comida y la vivienda inasequibles para la mayoría de la población y una sensación general de muerte en vida en un entorno tecnológico avanzadísimo y marcadamente inhumano (en los bancos, para conseguir hablar con un ser más o menos humano, te soplan 4.000 coronas). En el Oslo de La arquitecta gozar de una vivienda digna (y hasta indigna) se ha convertido en un sueño irrealizable. A muchos no les basta con dos trabajos para llegar a final de mes. La gente se auto mutila para recibir compensaciones económicas de un estado que pasa de ella como de la peste. Eso sí, los coches están prohibidos en toda la ciudad, para que las personas puedan morirse sosteniblemente de asco.
Los aparcamientos subterráneos abandonados se han convertido, tal como está el patio, en territorio habitable. Lo descubre la protagonista de esta miniserie que podría haber sido tranquilamente un largometraje (sus cuatro episodios no llegan a los 90 minutos de duración entre todos) y que se llevó el premio a la mejor serie de televisión en el festival de Berlín. Lo descubre Julie (Eili Harboe) cuando la desalojan de su apartamento porque no puede pagar un alquiler que no para de subir y acaba en un habitáculo que fue antaño una plaza de garaje. Con ella conviven otras víctimas del sistema que, como Julie, no tienen literalmente dónde caerse muertos. Julie es arquitecta, pero debe conformarse con ejercer de becaria en una firma de prestigio en la que su tarea, básicamente, consiste en preparar los cafés. En esa firma trabaja su ex novio, elegido arquitecto del año por una revista especializada y casado con una mujer que, fingiendo un robo, se apuñaló a sí misma para acceder a una ayuda financiera del estado (sus métodos acabarán afectando al cónyuge cuando se quede embarazada y no sepa cómo hacer frente a sus deudas bancarias y a la presencia de un recién llegado a la familia, y ahí lo dejo para evitar el spoiler).
Condenada a la irrelevancia y al hambre, Julie encuentra una manera de salir del espanto en el que vive: la firma de arquitectura ha recibido el encargo de construir mil infraviviendas en el centro de Oslo, pero a nadie se le ocurre cómo llevar el proyecto a cabo. Salvo Julie, quien inspirada en un ejemplo supuestamente berlinés (el horror se ha extendido por toda la Europa del Norte y puede que más allá), tiene la idea de convertir el parking en el que vive en mil mini módulos sin luz natural donde puedan hacinarse aquellos que sean incapaces de acceder a una vivienda digna (la mayoría de la población). Salir de pobre equivaldrá a dejar en la calle a los pobres desgraciados que han compartido hasta ahora su triste destino.
Una pena infinita
Fábula desoladora sobre el mal camino que llevamos en el mundo en general y en Europa en particular (no se me van de la cabeza los diez euros que cuesta actualmente una botella de aceite de oliva en nuestro país, uno de los mayores productores del mundo de dicha sustancia), La arquitecta pasa volando a causa de su corta duración, pero se te queda en la cabeza durante los días siguientes al visionado, que no resulta, evidentemente, ni estimulante ni tendente a provocar la euforia o la simple diversión. Estamos, de hecho, ante una historia de terror ambientada en una sociedad de falsa opulencia en la que los más desafortunados han sido abandonados a su suerte o, mejor dicho, machacados sin piedad hasta su destrucción física y moral. Una historia que deja muy mal sabor de boca, pero que te obliga a pensar sobre la vida que llevas y cómo puede empeorar ésta si seguimos por el camino que hemos emprendido casi sin darnos cuenta.
No pasa gran cosa en La arquitecta, pero es imposible apartar los ojos de la pantalla, pues la trama funciona por acumulación de pequeños detalles que, todos juntos, conforman un puzle del horror que nos espera a la vuelta de la esquina mientras se nos llena la boca con conceptos como vanguardia, sostenibilidad, monetización, calidad de vida y otras paparruchas del mundo contemporáneo. La arquitecta consigue algo insólito: con unos personajes que no te lo ponen fácil para ejercer tu empatía (caso de que dispongas de ella), logra pintar un fresco de una sociedad que se ha ido al carajo por su inhumanidad y en la que cada palo aguanta su vela como puede y haciendo lo que haga falta para imponerse porque todo se ha convertido en una cuestión de o ellos o yo. Con su tono aparentemente gris e impersonal, a juego con sus protagonistas, La arquitecta te toca la fibra sensible mientras te provoca una pena infinita por la condición humana y las simas por las que ésta puede internarse. Es imposible decir más cosas relevantes en poco más de 80 minutos. Eso sí, quien solo busque un poco de sano entretenimiento, que se olvide de esta espléndida, rara e inusual miniserie noruega.