Hoy despedimos a una gran dama: María del Carmen García Galisteo (Sevilla, 1930), actriz, cantante, bailarina y presentadora de televisión. Carmen Sevilla, la imagen olvidadiza del Telecupón, en la Telecinco de Valerio Lazarov, fichó por Antena 3, para hacer La Noche de Carmen y la Ada Madrina, de Jesús Puente y volvió al mismo medio para compartir con Bertín Osborne Queridos presentadores.
Muchos dijeron entonces con insana picardía que era demasiado mujer para jubilarse. Pero poco tiempo después, cerró muchas bocas presentando Cine de Barrio, un espacio en permanente estado de angustia, un cruce de llanto y carcajada, que para muchos significaba el resumen apelotonado de óperas menores picoteado de obras maestras. Para gran parte de la audiencia, significó la socialización de la nostalgia, el repliegue de los Antonio Ozores, Mari Carmen Prendes, Tony Leblanc, José Orjas, Rafael Gil, López Vazquez, etc, hasta un pelotón incontable de magos de la escena.
Entre la presentadora y las películas, el telespectador abrigaba la experiencia del arte en sí mismo, no de los saberes del arte; en las tardes de domingo, Carmen caía de refilón sobre la mesocracia española de mesa camilla, ardiendo en deseos de presentar a algún actor de primera línea, de verlo a él, no a su papel.
En realidad, el programa se convirtió en un socorrido espectro con montones de cintas que pertenecen al neorrealismo español -como El cochecito de Azcona y Ferreri o El Verdugo de Berlanga con Pepe Isbert sobre la escena- entreveradas en medio de una legión de españoladas dulces, de peineta y boina baturra. El programa siguió y sigue todavía porque no hay empanada dulce que dure menos de cien años. Ella, sin apenas proponérselo, lo sacó del tedio, encontró la línea de navegación. Derrotó a las kikadas de los canales privados que buscan el aplauso fácil.
Demostró que había sido novicia, antes que madre superiora. Cuando se sentó a los mandos de un plató, la actriz había rodado 80 películas, acompañada casi siempre de artistas memorables. Échenle un galgo. Cuando interpretó Muerte de un quinqui,(1978) jugada ya en una división impensable dos décadas antes, con su protagonismo en Violetas imperiales, (1052), el paseo de Eugenia de Montijo por el Sacromonte, donde una gitana descubre su futuro, como emperatriz.
En 2006, a Carmen Sevilla le diagnosticaron Alzhéimer y empezó a desaparecer de los medios. Desde entonces, su hijo Augusto Algueró ha mantenido a su madre alejada de los focos. Sensatez. A lo largo de las últimas horas Carmen Sevilla se ha apagado lentamente en el Puerta de Hierro de Madrid. Se ha ido sin faralaes ni luces de camerino; pero con una legión los ramos de rosas. Aurora Báez lo ha escrito en bonito: “era imposible no querer a Carmen Sevilla, la Jane Fonda andaluza”.
El programa vespertino de Antena 3, Y Ahora Sonsoles, ha contado con la participación de uno de sus grandes compañeros televisivos de Carmen, José Manuel Parada. Durante su intervención, el expresentador ha contado que su papel fue clave para que la sevillana viajara a Venecia y cumpliera uno de sus grandes sueños. Aquel corto trayecto al corazón de la belleza explica sus sueños de niña, sus vocaciones tardías convertidas en anhelos.
Eso ocurrió en los ochenta, un tiempo propicio para la desacralización, los años de la muerte cotidiana del arte en contraste con la trayectoria de la actriz. En los 60 se había consolidado como cantante: publicó 15 discos de coplas, boleros, tangos y chotis.
Fue un bellezón en la España del pan negro y los corrales de flamenco donde cantaba la Perlita de Huelva y taconeaban mujeres de escote bajo y empeine alto. Fue bailarina y, cantante con un debut sonado de la mano de Estrellita Castro. Su primera película, Serenata española arrastra todavía hoy la evocación del tiempo de silencio y su primer papel como protagonista la compañía impagable de Jorge Negrete (Jalisco canta en Sevilla), una expresión fiel de la alianza entre las dos orillas del Atlántico que hablan la misma lengua.
Compartió La bella de Cádiz con Luis Mariano y protagonizó La venganza, dirigida por Juan Antonio Bardem, la primera película española nominada a un Oscar. Conoció los platós de Cinecità, Londres, Madrid, Argentina, México o EEUU. Rodó en medio mundo. Ella fue el Hollywood que no tuvimos; la fuerza que funda la excepcionalidad de los buenos. Tuvo de compañeros a Jorge Mistral y Vittorio de Sica; estuvo a las órdenes de Nicholas Ray en Rey de reyes, la superproducción de Samuel Bronston realizada en España; y fue compañera de rodaje de Charlton Heston, en Marco Antonio y Cleopatra, dirigida por el propio actor. Poco después, tocó la vanguardia de refilón junto a Gonzalo Suarez en La loba y la paloma, una de las enigmáticas cintas del director inolvidable.
Carmen Sevilla destacó en el cine de proximidad. Bordó momentos que deletrean la iniciación al amor entre cirios, mantillas y uniformes. Es el caso de Guerreras verdes, una cinta olvidada en la que ella hacía el papel de Dolores, una rica hacendada de la serranía cordobesa, enamorada de un sargento de la Guardia Civil, con el que acabará descubriendo un negocio de falsificación de billetes.
Otras películas, marcadas por una narrativa laberíntica, encontraron el consuelo del partenaire único, como le ocurrió a López Vázquez en No es bueno que el hombre esté solo, la vida de un hombre introvertido, que comparte cama con una muñeca inflable a la que trata como si fuera su esposa. El arte como representación de lo no bello estuvo allí en ebullición; López Vázquez deslumbró por la dificultad de uno de sus clásicos personajes intrincados y su compañera de rodaje, Carmen Sevilla, representó la cara lúcida de la redención en la tierra. No hay que morir para ir al cielo.
Fue en la posguerra la diva del andalucismo como sello de una España que se presentaba alegre tras un manto engañoso sobre el fondo ocre de las prisiones y las limitaciones. El Antiguo Régimen puso en marcha la representación nítida del nacional catolicismo alegre, lejos de los cuarteles, hecho de fobias y falsos litigios. Carmen fue la bella del triángulo Flores-Paquita Rico- en El balcón de la luna, una película enmarcada en la falsa bisoñez de los sables y las estrellas; una cinta de balcones y flores, de sortilegios y mujeres apetecibles pero pertrechadas detrás de diademas y peinetas; el repliegue prácticamente de Raza, el canto a la cruzada de Saénz de Heredia.
Ella marcó y fue marcada por su tiempo. A la hora de la despedida, sus amigos recuerdan, cuando Carmen salió en la TV norteamericana, como invitada en el show de Ed Sullivan, sin saber inglés y memorizando las palabras. No fue la última. Vivió su aventura desde el empeño del autodidacta y la energía del embrujo.