No estoy seguro de que el Spirit de Will Eisner (Nueva York, 1917 – Florida, 2005) pueda considerarse un súper héroe: Danny Colt es un tipo vestido con traje y corbata cuya única concesión al mundo de los disfraces es el antifaz que le cubre los ojos, un peculiar justiciero que carece de súper poderes y muestra un peculiar sentido del humor, sobre todo cuando se cruza con alguna femme fatale potencialmente peligrosa. Will Eisner lo creó en 1941, lo abandonó rápidamente al ser movilizado para la Segunda Guerra Mundial, lo recuperó en 1945 y se deshizo de él en 1952. Amigo de Bob Kane, el creador de Batman, otro muchacho judío de Brooklyn como él, Eisner vio cómo el hombre murciélago se hacía famoso mientras su Spirit nunca dejaba de ser considerado una rareza que tenía su público, pero no parecía destinado a un consumo masivo. ¿Demasiado humor, demasiada ironía, demasiada self deprecation sobre el mundo de los héroes con mallas? Quien sabe, pero cuando yo lo descubrí a mediados de los 70, gracias a la revista de Garbo Editorial Spirit entre 1975 y 1977, comprobé que los guiones de la serie eran mucho más interesantes que los de la mayoría de las historias de súper héroes y que, gráficamente, Eisner era un tipo brillante y sumamente ingenioso a la hora de jugar con los encuadres, las luces y las sombras. El registro del producto era, recuerdo haber pensado, tirando a inclasificable: no iba totalmente en serio ni totalmente en broma y constituía, de hecho, una mejora del tono adoptado por Bob Kane para el Batman de la primera época. Si solo hubiese querido ganar dinero, el señor Eisner no habría fabricado a un personaje tan especial como Danny Colt, justiciero de la imaginaria Central City, sino que se habría inclinado por algo más comercial. No es casualidad que la reivindicación de The Spirit se dé en los años 70, cuando hay un fenómeno internacional de reevaluación de lo que hasta entonces se consideraba exclusivamente un arte menor para entretener a los niños (y puede que a algunos adultos no muy espabilados).
En cuanto pudo, Will Eisner colaboró poderosamente a la consagración del concepto Graphic novel (Novela gráfica). Consciente de las posibilidades del medio, tuvo que esperar bastante para abordarlo con la libertad necesaria para semejante misión. De ahí todas sus novelas gráficas, entre las que uno destacaría Contrato con Dios (1978) - puede que la más famosa, compuesta por cuatro historias de tono costumbrista ambientadas en el Bronx de los años 30-, El soñador (1986) o El edificio (1987). Décadas después de haberse iniciado en el oficio, William Erwin Eisner se convirtió en un clásico en vida al que se reconocía su carácter de pionero que siempre creyó que con los tebeos se podían conseguir los mismos efectos creativos y artísticos que con el cine o la literatura. No es de extrañar que el galardón más importante de la industria del cómic norteamericana lleve su nombre desde 1988, cuando se otorgaron por primera vez los Eisner Awards en la convención de San Diego, respuesta gringa al festival de Angulema que estuvo muy bien cuando aún no se había convertido en el patio trasero de las súper producciones cinematográficas de Hollywood basadas en personajes de Marvel o DC.
Will Eisner fue todo un creyente de la historieta, un true believer del medio y de todas sus posibilidades creativas. Con el Spirit hizo lo que pudo en una época en la que no estaba el horno para bollos en lo relativo al proceso de maduración y entrada de la historieta en la vida adulta. De ahí que, en cierta medida, las aventuras de Danny Colt, el hombre del antifaz, tengan más mérito que las estupendas novelas gráficas que su autor pudo fabricar posteriormente con mucha más libertad. Las aventuras de The Spirit llevaban incorporado un subtexto dirigido al lector de tebeos de la época, que podía conformarse con las astracanadas de los demás súper tipos enmascarados o situarse un paso por delante de ellos con un producto ligeramente extravagante, pero mucho más ingenioso en contenido y brillantez gráfica y con un audaz punto vanguardista (no es exagerado insinuar que Eisner, en lo relativo a encuadres, se partió la cabeza tanto como Orson Welles cuando rodó Ciudadano Kane). Crear magníficas novelas gráficas desde finales de los 70 es muy meritorio, pero yo diría que aún lo es más haberse atrevido con un personaje como The Spirit en 1941. En cualquier caso, la obra del señor Eisner está actualmente al alcance del lector español con ganas de juzgarla gracias a Norma Editorial: quien no la tenga, ya tarda en hacerse con ella.