Toda regla tiene su excepción. Supongo que a eso se debe el que, pese a mi alergia a los súper héroes del comic norteamericano, siempre haya sentido una extraña y algo inexplicable debilidad por Batman, el hombre murciélago, el personaje que se inventaron Bob Kane (1915 – 1998) y el ninguneado Bill Finger (1914 – 1974) para la revista Detective Comics, en cuyas páginas apareció la primera aventura del cruzado de la capa el 30 de marzo de 1939. La historia del señor Finger es muy triste: tras haber contribuido al look de Batman y a la creación general de personajes secundarios, Bob Kane se las apañó a la perfección para hacerle la puñeta, basurearlo y, a ser posible, hacerlo desaparecer del asunto (murió con sesenta años, no descarto que de asco). La operación fue de tal eficacia que la participación de Finger en la creación de Batman fue una especie de secreto a voces al que solo se prestó atención recientemente gracias a algunos estudiosos del medio (se le llegó a dedicar un documental que pudo verse en España a través de Movistar).
Pero estábamos en mi fascinación por Batman, que alcanzó su punto álgido cuando Tim Burton estrenó en 1989 su estupenda película al respecto, con Michael Keaton en el papel principal y un espléndido Jack Nicholson dando vida al Joker. Reconozco que siempre me han interesado más las adaptaciones audiovisuales del comic que el comic en sí, pero hay algo en él que, desde mi punto de vista, lo sitúa a una razonable distancia del resto de súper tipos enmascarados (sobre todo, los creados por Stan Lee, a los que nunca he visto la gracia). Me gusta que no tenga súper poderes y se apañe con lo que puede. Me gustan sus orígenes de niño que ha asistido impotente al asesinato de sus padres para convertirse de adulto en un justiciero implacable. Me gustan, especialmente, sus enemigos, dotados de un punto de chaladura que me los hace particularmente interesantes: el Joker, el Pingüino y Catwoman (tensión sexual no resuelta). Me gusta que Batman sea, en realidad, un millonario filantrópico llamado Bruce Wayne. Me gusta que tenga un mayordomo que es el único que conoce su identidad secreta y que atiende por Alfred Pennyworth. Eso sí, nunca le he visto la gracia a su joven pupilo Robin, cuyo nombre es Dick Grayson y al que se agarró en 1954 el psiquiatra Frederic Wertham (en su libro The seduction of the innocent) para insinuar una relación homosexual entre ambos (en inglés, Dick tanto puede ser un diminutivo de Richard como una abreviatura de detective como un término de argot para el pene), provocando una caída de ventas de las aventuras de Batman que la gente de DC no le perdonará jamás.
Incurrir en la caricatura
Durante mi infancia, Batman gozó en España del encanto de lo prohibido. El ministro Fraga impidió la distribución de los tebeos de súper héroes de la mexicana editorial Novaro por su confesada animadversión hacia “los personajes de carácter demiúrgico”. Justo cuando en Estados Unidos triunfaba una descacharrante serie de televisión sobre Batman y Robin que también fue prohibida para su posible pase en TVE: your timing sucks, mr. Fraga. No pude verla hasta que TV3 la rescató muchos años después, pero la disfruté mucho. Su principal guionista, Lorenzo Semple Jr. (1923 – 2014), optó por la vía humorística para plasmar las andanzas de los personajes de Bob Kane, fabricando una marcianada fascinante que, a día de hoy, sigue sin entenderse muy bien cómo recibió la luz verde de la productora y cómo no solo evitó la ira de los fans de Batman, sino que se los ganó para la causa.
Al cabo de mucho tiempo, entre 2005 y 2012, el cineasta Christopher Nolan tomaría la dirección contraria (inspirándose en la brillante revisión del mito llevada a cabo en la historieta por Frank Miller en The dark knight returns, de 1986), pero pasándose de frenada y adoptando un tono a lo Alan Moore que me resultó francamente indigesto, pese a la espléndida presencia de Christian Bale como Batman y Michael Caine como Alfred. Burton se situó en un logrado punto medio entre la tragedia y el humor, equidistante de las burradas de Lorenzo Semple Jr. y las ridículas pretensiones de Christopher Nolan, y su Batman sigue siendo mi favorito.
Si nos limitamos a la parte gráfica del asunto, creo que la gracia de Bob Kane estuvo en un dibujo aparentemente serio que incurría frecuentemente en la caricatura (un poco a la manera de Chester Gould y su Dick Tracy), distanciándose así de la seriedad gráfica del resto de la pandilla de héroes con mallas. Puede, incluso, que su estilo influyera en el nacimiento del único otro súper héroe por el que siento una también extraña debilidad. Me refiero al descacharrante Plastic Man, de Jack Cole, del que hablaremos a continuación.