El cineasta norteamericano David Lynch (Missoula, Montana, 1946) siempre ha estado obsesionado por la película de Victor Fleming El mago de Oz (1939), como nos han hecho saber él mismo e, incluso, los personajes de algunos de sus largometrajes (Wild at heart, Blue velvet o Mulholland drive). Siempre interesado por la intrahistoria del cine, el suizo Alexandre O. Philippe –de quien recordamos la peculiar 78/52, un análisis hasta la náusea de la célebre secuencia de la ducha en Psicosis, de Alfred Hitchcok, cuando la pobre Marion Crane (Janet Leigh) es apuñalada hasta la muerte por la supuesta madre de Norman Bates (Anthony Perkins)-, decidió profundizar en esa relación y lo hizo el año pasado con el curioso documental Lynch/Oz, que el querido espectador podrá encontrar en la parrilla de Movistar. No es una película para todo el mundo, aviso, pero resulta de especial interés para los fans de Lynch, entre los que se encuentra quien esto firma. El concepto es un poco de arte y ensayo, lo reconozco: Lynch ha dicho que El mago de Oz le marcó para siempre, así que vamos a intentar averiguar por qué y qué puntos de contacto hay entre sus películas y el clásico en sepia y en color de Victor Fleming protagonizado por Judy Garland en el papel de la niña Dorothy (o Dorita, cuando se estrenó en España con uno de aquellos doblajes chiripitifláuticos modelo Lo que el viento se llevó, donde la pobre Hattie McDaniel, como era negra y gorda, se veía obligada a hablar como una retrasada mental).
En vez de largarnos un monólogo personal al respecto, el señor Philippe ha dejado hablar a otros fans de El mago de Oz (y de David Lynch). Su documental está, pues, dividido en seis capítulos narrados en off por diversos cineastas, entre los que destacan John Waters, Karyn Kusama y David Lowery. De vez en cuando, aparece el propio Lynch en alguna imagen de archivo, hablando de El mago de Oz o de lo que le parezca conveniente en ese momento (como el tiempo que hará en Los Ángeles al día siguiente, que era una de las especialidades de su extraño programa en la red). La suma de diferentes voces aporta versiones distintas y complementarias no solo sobre la relación entre el mundo de Lynch y el mundo de Oz, sino sobre las películas del primero, el clásico que influyó en ellas, la propia historia de éste y los efectos que causó en los cineastas que participan en el documental del señor Philippe, que es quien selecciona (y muy bien), las imágenes que aparecen en pantalla mientras sus invitados nos largan su, en general, ameno sermón.
Resulta curioso descubrir que El mago de Oz fue un fracaso en su estreno (yo lo ignoraba), pero tuvo una segunda vida en la televisión, que es donde la vieron todos los involucrados en Lynch/Oz. Al igual que en el caso de Qué bello es vivir, de Frank Capra, otro flop cuando su estreno en salas, El mago de Oz se convirtió en Estados Unidos en una de esas películas que se emiten cada año y, aproximadamente, por las mismas fechas, acumulando a lo largo del tiempo una legión de seguidores (entre ellos, David Lynch y los conferenciantes del documental). Pese a su indudable popularidad, El mago de Oz es una chaladura extremadamente bizarra: la niña protagonista es una adulta problemática que canta y sus compañeros de aventuras son puro delirio: el hombre de hojalata, el león cobarde, el espantapájaros…Por no hablar de la villana de la historia, que atiende por “The wicked witch of the west” (La Bruja Mala del Oeste) y es de color verde. De hecho, yo no sé muy bien a quien iba dirigida la película: ¿a niños, a pervertidos, a chiflados, a frikis, al colectivo gay? En cualquier caso, los fans de El mago de Oz se han reclutado en todas esas categorías.
Comida para el pensamiento
La principal conclusión de Lynch/Oz es que la película de Victor Fleming y las del señor Lynch comparten la idea de un viaje a un mundo alternativo en el que las cosas no son como en el real (Fleming subrayó la diferencia con el sepia de las secuencias, digamos, auténticas y el technicolor de las, digamos, imaginarias). Dorothy se traslada a otro mundo, a una realidad alternativa, de la misma manera que lo hacen Kyle McLachlan en Blue velvet o Bill Pullman en Carretera perdida. Fleming y Lynch, cada uno a su manera, nos muestran el mundo aparente y el que se oculta tras él: esa es la teoría del señor Philippe, expresada por persona interpuesta gracias a los cineastas que le han ayudado a dar forma a su extraño e interesante documental. Una teoría, hay que reconocerlo, bastante verosímil.
Evidentemente, no todos los monólogos están a la misma altura. Mi favorito es el de John Waters, probablemente porque es el cineasta más friki de todos los presentes y porque, sin moverse jamás de su Baltimore natal, se las ha apañado muy bien con sus películas para pasarse la vida en una fascinante realidad alternativa, siempre rodeado de gente extravagante que le seguía la corriente (como el travestido Divine, que en paz descanse, al que conoció de adolescente en su querida ciudad del estado de Maryland). En cada versión del concepto central (la relación entre Lynch y El mago de Oz) encontramos, además de un acercamiento al tema, pertinentes reflexiones sobre David Lynch y sobre la propia obra de quien esté hablando en esos momentos. Y, por el mismo precio, una serie de comentarios sobre el cine americano y la psique propia del país que suelen ser bastante interesantes e ilustrativos.
Como les decía, Lynch/Oz no es un documental para todos los públicos, pero hará las delicias de los devotos de David Lynch y ofrecerá eso que los anglos llaman food for thought (comida para el pensamiento) a los cinéfilos en general y a los amantes de las extravagancias audiovisuales en particular. De paso, confirma a su director como un documentalista muy personal, especializado en rarezas, al que se le pasan por la cabeza unas ideas tal vez no muy fáciles de financiar, pero de un interés indudable (para gente como yo).