Nosferatu, terror primigenio
La película de Murnau, una obra de arte imperecedero gracias a la fuerza poética y turbadora de sus imágenes y a la construcción visual del personaje del vampiro, cumple su primer centenario
31 octubre, 2022 20:00El poeta surrealista Robert Desnos, que fallecería en el campo de concentración de Theresienstadt, dijo de ella que era “la película más hermosa jamás filmada”. Hablamos de Nosferatu de Friedrich Wilhelm Murnau (1888-1931), estrenada en 1922 y de la que este año se celebra el centenario. Su relevancia es doble: aunque no fue la primera película con vampiro –ya hubo algunas en la década anterior–, sí es la primera de verdadera relevancia, por la fuerza poética y turbadora de sus imágenes y por la construcción visual del personaje. Es una de las cumbres del cine expresionista alemán, que se desarrolló durante el convulso periodo de la República de Weimar, una catástrofe política y económica (ríanse de la inflación que sufrimos ahora, en 1922 el coste de la vida en Alemania se multiplicó por dos millones), pero que dio pie a uno de los momentos culturalmente más ricos y sugestivos de la historia moderna europea.
Sin embargo, esta película venerada estuvo a punto de desaparecer. Una parte muy importante del cine del periodo mudo se ha perdido, por lo muy inflamable que era el celuloide de la época y por la nula conciencia de conservación patrimonial de aquel entonces. De hecho, de la veintena de películas que dirigió Murnau se conservan solo la mitad. Pero la casi desaparición de Nosferatu se debió a otro motivo: la película pretendía ser una adaptación libre del mito creado por Bram Stoker en Drácula, los productores alemanes ni pidieron permiso ni pagaron derecho alguno y, con ingenua pillería, cambiaron el nombre del protagonista y lo convirtieron en el conde Orlok. Con todo, la conexión con el original literario era tan obvia que no coló.
Florence Balcombe, viuda de Stoker, vivía modestamente gracias a los derechos de autor que generaba la célebre novela de su difunto marido y además entonces estaba negociando la venta de los derechos para una adaptación teatral, llevada a cabo por Hamilton Deane y estrenada en el West End londinense en 1924 (sobre ella el americano John L. Balderston hizo una nueva adaptación estrenada en Broadway en 1927, cuyo protagonista fue Béla Lugosi; de hecho, el famoso Drácula de Tod Browning con Lugosi es una adaptación de esa obra teatral más que de la novela de Stoker).
Cuando la agraviada viuda se enteró de la existencia de la adaptación pirata alemana por la que no iba a ver ni una libra recurrió a la justicia y consiguió que se ordenara la destrucción de los negativos y todas las copias existentes de la cinta de Murnau. La furibunda Florence casi consiguió su propósito, pero sobrevivieron aquí y allá algunas copias que aseguraron la pervivencia de la película, aunque no sin problemas. ¿Por qué? Porque debido a las carencias de conservación de la época, en cada copia faltaban varios fotogramas o escenas completas, había incluso copias en que se había añadido material no rodado por Murnau y se había cambiado el final, y en la mayoría se había perdido el tintado original (las películas mudas no eran en blanco y negro; era habitual que algunas escenas se tintaran o viraran; por ejemplo, en Nosferatu las escenas nocturnas estaban viradas en azul).
De las diversas restauraciones que se han hecho a lo largo de la historia, la que podemos considerar más fiable y casi definitiva es la que en 2006 llevó a cabo un especialista español, Luciano Berriatúa, autor además de un minucioso estudio sobre la película: Nosferatu, un film erótico-ocultista-espiritista-metafísico. El título, basado en una publicidad de la época del estreno de la película, tiene su explicación. Nosferatu está considerada como la primera obra maestra de Murnau, pero en realidad la autoría debe ser compartida con el productor Albin Grau, que fue quien puso en marcha el proyecto e intervino en él de forma muy directa.
Grau, pintor y arquitecto, fue además del productor, el diseñador de la escenografía y el vestuario, para lo cual realizó interesantísimos dibujos preparatorios. Sin embargo, el aspecto más relevante de su personalidad es que era un entusiasta del ocultismo y la teosofía –entonces muy en boga en Alemania y buena parte de Europa–, pertenecía a varias sociedades esotéricas y conocía en persona a Aleister Crowley, el mago negro y satanista apodado la Gran Bestia y cuya relación con el mundo de la cultura fue jugosa (destaca el episodio de su visita a Lisboa para encontrarse con Pessoa –da fe de ella una foto en la que aparecen ambos jugando al ajedrez en un café lisboeta–, que acabó con el supuesto suicidio del mago en la Boca del Infierno de Cascais).
Grau montó con un socio, Enrico Dieckmann, la productora Prana (el nombre viene del sánscrito y hace referencia a la energía vital) con la intención de realizar películas esotéricas. Nosferatu fue la primera, y también la última, porque la pobre acogida y la demanda interpuesta por Florence llevaron a la productora a una fulminante bancarrota. Quien sea aficionado al asunto, puede detectar abundantes claves y guiños esotéricos; por ejemplo, en la carta que Hutter le entrega a Nosferatu, Grau colocó un montón de símbolos herméticos y alquímicos. Fue también él quien contrató al guionista, Heinrik Galeen, miembro de la sociedad Rosacruz y autor del guion de otra cumbre del expresionismo: El Golem (1920) de Paul Wegener.
La otra pieza fundamental fue encontrar al actor adecuado para interpretar a Orlok-Drácula: se eligió a Max Schreck, que había empezó su carrera sobre el escenario con Brecht y había formado parte de la compañía de Max Reinhardt (también Murnau y Galeen trabajaron con Reinhardt, el gran renovador del teatro alemán de la época). Se le dio a Orlok una fisionomía muy perturbadora: cráneo calvo, uñas larguísimas como garras, gestos lentos y rígidos, y aspecto de rata, potenciado por los incisivos de roedor y la ausencia de colmillos. En definitiva: un monstruo, un demonio, nada que ver con la versión romantizada del vampiro como seductor-poseedor que será preponderante a partir del primer Drácula de Hollywood con Lugosi.
Schreck se metió hasta tal punto en el papel de Orlok que durante el rodaje de las escenas del castillo en Transilvania, llevado a cabo en Eslovaquia, en el castillo de Orava, el personal contratado allí le tenía miedo. De ahí nace el rumor de que Schreck era un auténtico vampiro, del que se hace eco la interesante La sombra del vampiro (2000) de E. Elias Merhie, que recrea el rodaje de Nosferatu, con John Malkovich en el papel de Murnau y Willem Defoe en el del perturbador Schreck (que para más inri en alemán quiere decir “susto, terror”; se llegó a pensar que era un seudónimo, pero no, ese era el apellido real del actor).
Los interiores se rodaron en Berlín y las escenas de la ciudad a la que llega en barco el vampiro en Lübeck, en el Norte de Alemania. El equipo aprovechó unos almacenes de sal entonces abandonados junto al río para situar allí la casa en la que se aloja Orlok, creando una escenografía tétrica digna de los edificios expresionistas que por aquel entonces levantaba el visionario Hans Poelzig. El barco que trae a Nosferatu llega infestado de ratas, porque el vampiro, aquí un puro monstruo infernal, trae consigo la peste. Para rodar la escena, la productora puso un anuncio en la prensa local pidiendo entre 30 y 50 ratas vivas (Herzog, siempre desmesurado, recreó esta escena con miles de ratas en su interesante remake de 1979 con Klaus Kinski en el papel del vampiro).
A la intensidad turbadora y surreal de las imágenes del original de Murnau contribuye, además de los escenarios y la interpretación de Schreck, la fotografía de Fritz Arno Wagner, uno de los directores de fotografía del expresionismo alemán que –como el gran Karl Freund, el más celebrado de todos ellos–, cambiaron por completo en concepto de claroscuro y el uso dramático de las sombras. Wagner después rodaría otras cumbres del expresionismo con Fritz Lang –nada menos que M y El testamento del doctor Mabuse– y con G. W. Pabst. Con respecto al uso de las sombras, son interesantes unas declaraciones de Grau : “En el cine las sombras son más importantes que la luz”, a lo que a continuación añade su toque esotérico: “Con las sombras se hacen visibles las fuerzas invisibles y oscuras del otro lado.”
La puesta en escena de Murnau, al que no por casualidad se llamó el poeta del cine mudo, bebe de la rica tradición pictórica alemana, sobre todo del Romanticismo. Hay planos que remiten directamente a Caspar David Friedrich –la imagen de la playa con las cruces, sin ir más lejos– y otros que remiten a Arnold Böcklin, aunque dado que la película está ambientada en el periodo Biedermeier, se pueden ver también ecos de pintores costumbristas como Carl Spitzweg. El título completo de la película es Nosferatu, una sinfonía del horror y en efecto el cineasta logra construir un clima de morbidez y zozobra más fiel al original de Stoker que muchas de las revisaciones posteriores del mito vampírico en el cine, que con el paso de los años se va cargando de erotismo y tragedia existencial, y tamizando la monstruosidad abyecta que preside la propuesta de Murnau.
Si bien hoy algunas de sus escenas pueden resultar un punto cómicas –por ejemplo, las del vampiro paseándose por la ciudad con su ataúd bajo el brazo– bastan varias imágenes de las secuencias finales para mostrar su aportación al desarrollo del lenguaje visual del cine: la imagen visión espectral de Nosferatu tras la ventana contemplando a su víctima en la casa de enfrente; Nosferatu subiendo por una escalera, su sombra sobredimensionada en la pared; y cuando atrapa a su víctima, lo que vemos es la sombra de la mano del vampiro proyectada sobre el camisón de la chica y esa sombra de mano se cierra en un puño atrapándole el corazón. Expresionismo puro y uno de los ejemplos máximos de la potencia evocadora de las imágenes cinematográficas.
Después de Nosferatu, Murnau rodaría al menos otras dos obras fundamentales de la historia del cine: El último ( 1924) en Alemania y Amanecer (1927) en Hollywood, en las que además de plantear portentosas piruetas visuales –por ejemplo, el arranque de El último, con la cámara en movimiento para transmitir la idea de bullicio del hotel en el que trabaja el protagonista y la ciudad–, construye personajes psicológicamente complejos, mucho más que el vampiro de Nosferatu, a través de una narrativa puramente visual (el cine se está encaminando hacia su madurez como lenguaje). En Alemania filma también dos adaptaciones literarias interesantes, Tartufo (1925) y sobre todo Fausto (1926), y en Hollywood, adonde emigró en 1926 requerido por el estudio Fox, realiza, además de Amanecer, un par de películas de menor interés y la póstuma Tabú (1932), codirigida con el documentalista Robert Flaherty, con el que se acabó peleando.
Murnau falleció en 1931, en un accidente automovilístico en Santa Barbara. Conducía su criado y amante filipino de catorce años y el suceso dio pie a alguna que otra leyenda escabrosa sobre las circunstancias exactas del choque. Muchos años después de su muerte, el cineasta protagonizó un suceso macabro: en 2015 alguien profanó su tumba en un cementerio berlinés y se llevó su cráneo, que a día de hoy sigue sin aparecer. Muerto con solo cuarenta y dos años en los albores del cine sonoro, dejando la duda de hasta dónde podría haber llegado con los nuevos avances técnicos. En el año de su muerte, 1931, Tod Browning rodó Drácula con Béla Lugosi, donde presentaba a un vampiro muy diferente al de Nosferatu, menos bestial, más humanizado y sensual. Es este arquetipo forjado por Lugosi el que dio pie a la fructífera tradición del cine vampírico, que a lo largo de las décadas ha ido modulando, transformando, reinventando, parodiando y deconstruyendo el mito inagotable del no-muerto.