Ulrich Seidl, cineasta incómodo
El director de cine ha presentado en el festival de San Sebastián su último trabajo, 'Sparta', donde mantiene su misma mirada sobre el hombre, con la influencia de Thomas Bernhard
26 septiembre, 2022 20:00Cuando falleció el escritor austríaco Thomas Bernhard (1931-1989) quedó libre en su país la figura del creador incómodo que señala con el dedo --de manera obsesiva y a menudo hilarante-- las lacras nacionales, que suelen extenderse al mundo en general y a cómo nos las apañamos los humanos para convertirlo en un lugar más desagradable de lo que ya es. En cierta medida, la plaza que ocupaba Bernhard (un hombre que dejó escrito que no se representaran sus obras de teatro en Austria una vez muerto) la ha heredado el cineasta Ulrich Seidl (Viena, 1952), cuya capacidad para meter el dedo en el ojo de la sociedad austríaca contemporánea (y sus siniestras secuelas del pasado) es más que notable. Sus películas --que suele escribir a medias con su mujer, Veronika Franz-- no las ve casi nadie, pero suelen acudir a festivales, donde siempre crean división entre los que abominan de ellas y los que las defienden por su peculiar y a menuda desagradable visión del mundo. La última hasta ahora, Sparta, acaba de pasar sin pena ni gloria por el festival de San Sebastián, precedida por una polémica sobre el supuesto trato degradante aplicado por el cineasta a los niños que la protagonizan (ha rodado otra en 2022, Rimini, pero aún no tiene fecha de estreno).
No es su mejor película, pero sí la más deprimente, centrada como está en las desventuras de un aspirante a pedófilo que un buen día deja a su mujer, que ya no le atrae, y un trabajo en Rumanía para irse a un pueblo de cazurros y montar una academia de judo para los niños del lugar, a los que desea guardando las distancias, como si no supiera muy bien si lo suyo es un reprobable deseo sexual, nunca consumado, o una manera de recuperar su propia infancia, que no debió ser gran cosa, a tenor de las apariciones de su padre, un viejo senil que vive en una residencia austríaca y que, en sus peores momentos mentales, rememora sus años en el ejército nazi o se pone a canturrear Yo tenía un camarada. Todo en Sparta es de una tristeza tremenda, teñida con ese humor a lo Bernhard que siempre ha sido marca de la casa: el plano inicial muestra a un grupo de viejos paralíticos cantando en la residencia para su enfermera. La película, evidentemente, no bendice la pedofilia, pero logra plasmar perfectamente la agonía del pedófilo, del tipo que sabe que hay algo en él que no funciona, y lo hace desde una perspectiva que tiene mucho de cristiana (Seidl pensó en meterse a cura en su adolescencia). La mirada del cineasta, pese al uso frecuente del humor negro, es ante todo compasiva.
Estupor y compasión sobre la actividad humana
La primera película que vi de Ulrich Seidl fue Import/Export (2007), espléndido retrato en paralelo de la vida en occidente y en los antiguos países del Este. Cuenta dos historias que no llegan nunca a cruzarse: por un lado, la de una muchacha ex soviética que se gana la vida limpiando casas en Viena; por otro, la de dos occidentales espabilados que recorren los países del Este vendiendo a sus empobrecidos habitantes restos de serie de la Europa rica mientras disfrutan de sus muy baratas prostitutas. Uno está acostumbrado a que las historias converjan en algún momento de una película, pero eso no sucede en Import/Export porque no puede suceder, ya que estamos ante dos mundos que se ignoran mutuamente, con el rico abusando del pobre, como suele ocurrir. La Europa de dos velocidades está explicada de manera tan didáctica como inapelable en esa cinta extraña y fascinante que es Import/Export.
En 2012-2013 llegó la que para mí es la obra capital del señor Seidl, la trilogía Paraíso, compuesta por las películas Amor, Fe y Esperanza. La primera muestra el viaje de turismo sexual a Kenia de una mujer mayor en busca de un afecto imposible. La segunda plasma las desventuras de una beata en la Viena canicular, recorriendo casas para propagar la fe mientras la suya se tambalea porque lleva años con su vida en fase de derrumbe. La tercera sigue a una adolescente con sobrepeso a un campamento para gordas en el que se enamorará inútilmente de un monitor. En los tres casos, Seidl se abstiene de juzgar y se limita a ejercer de espejo de una sociedad --la austríaca, aunque podría ser cualquier otra-- en la que las cosas no funcionan y todo chirría. El humor y la compasión, como de costumbre, marcan el tono de esta trilogía.
Ulrich Seidl también practica el cine documental con el mismo tono que en sus ficciones: destaquemos la guionizada Modelos (1999), agridulce reflexión sobre ese oficio, y En el sótano (2014), sobre las extravagancias (no solo sexuales) a las que pueden entregarse unos ciudadanos austríacos aparentemente normales cuando nadie les ve. Tanto en la ficción como en el documental, el tono es el mismo: esa mezcla de estupor, compasión y pitorreo que le causa al autor la actividad humana y que a menudo remite al difunto Rainer Werner Fassbinder, otra influencia que añadir, en mi opinión, a la de Thomas Bernhard.
Ulrich Seidl es un cineasta a la antigua, como aquellos de quienes esperábamos con ansia su nueva película. Es decir, una figura que va cayendo poco a poco en desuso. Es un misterio, de hecho, cómo consigue la financiación necesaria para rodar sus largometrajes, pero, afortunadamente, estos se van estrenando, aunque los vea poca gente, y siguen siendo invitados a los festivales. Estamos ante un peculiar humanista que se asoma en cada una de sus películas a un determinado sector de la sociedad, por irrelevante o patético que éste nos pueda parecer. Hay algo de cura rebotado en nuestro hombre, pero su inteligente fatalismo le permite abordar cualquier tema desde una perspectiva moral tan poco convencional como digna de agradecer. No sé cuándo se estrenará Sparta en España, pero se la recomiendo a los que ya conozcan la obra de Seidl. Los demás, mejor que empiecen por la trilogía Paraíso, su cine más logrado hasta el momento.