El día que murió Jean-Louis Trintignant, volví a ver La escapada (Il sorpasso, 1962), del italiano Dino Risi (Milán, 1916-Roma, 2008), al que considero uno de los mejores cineastas europeos de todos los tiempos, aunque casi nunca se le incluya en ninguna lista de directores imprescindibles. Tal vez porque se consagró a la comedia y hay quien considera que hacer reír de una manera inteligente no cualifica para acceder al Olimpo del séptimo arte. Descubrí La escapada de niño y la revisé de adolescente y de más o menos adulto (dos veces), así pues, el visionado en Filmin de la otra noche fue la quinta vez que me la tragaba. Y el resultado, el mismo: la más absoluta admiración hacia una película que abordaba la condición humana con un fatalismo admirable a través de la historia de un pobre infeliz que prepara sus exámenes de Derecho en pleno ferragosto (Trintignant) y es prácticamente secuestrado por un cantamañanas esplendoroso (Vittorio Gassman) que lo embarca, a bordo de su descapotable provisto de un claxon irritante, en un fin de semana que le cambiará la vida antes de que todo acabe como el rosario de la aurora.
Reconozco que siento una debilidad especial por las comedias italianas de esa época en general y las de Risi en particular. Me parecen unas versiones algo menos tremendistas de las hilarantes tragicomedias españolas de Berlanga y Azcona. Ese sentimiento trágico de la vida tan español y que tanto atormentaba a Unamuno, los italianos han encontrado desde siempre una elegante manera de esquivarlo sin hacerlo desaparecer por completo. Su tendencia a tomárselo todo a pitorreo no ha dejado ni un cabo suelto: la ópera, pese a sus pretensiones musicales, nunca ha dejado de ser una parodia de los grandes sentimientos humanos; y no conozco otro país que haya sido capaz de empezar una guerra mundial en un bando y terminarla en el otro (los españoles somos más de esquivar los conflictos mundiales y asesinarnos entre nosotros, como si no le viéramos la gracia a matar gente cuyos idiomas no entendemos, con lo satisfactorio que nos resuelta conseguir que ejecuten al vecino del tercero primera, sobre todo si le debemos dinero).
Condición humana
Entre bromas y veras, Dino Risi demostró a lo largo de su fértil carrera (que acabó en 1996, doce años antes de su fallecimiento, con Giovanni e belli) un profundo conocimiento de la condición humana, fruto tal vez de su condición de psiquiatra que nunca llegó a ejercer. "Esto es lo que hay y poco se puede hacer al respecto", parece decirnos en todos sus largometrajes. La escapada (que fue la principal fuente de inspiración para Fin de semana, el segundo álbum de comics que escribí para Javier Montesol en 1982, aunque no consiguiera llegarle ni a la suela del zapato al maestro), es mi película favorita de Risi, pero hay unas cuantas más que no le van a la zaga. Pienso en El estafador (Il mattatore, 1959, que le granjeó ese alias a perpetuidad a su protagonista, Vittorio Gassman, al que le debo el mejor título posible para unas memorias, Un gran futuro a la espalda); en Monstruos de hoy (I mostri, 1963, con un Ugo Tognazzi impresionante); La mujer del cura (La moglie del prete, 1971), Perfume de mujer (Profumo di donna, 1974, rehecha por los americanos con Al Pacino en el rol de Gassman y con la excusa, blandida por el guionista, de que al original le faltaban cosas, ¡qué osada es la ignorancia!) y, sobre todo, En nombre del pueblo italiano (In nome del poppolo italiano, 1971), obra visionaria en la que Gassman interpretaba a un constructor despreciable, a un Berlusconi avant la lettre al que un abogado honesto, Ugo Tognazzi, se obcecaba por meterle donde se merecía: la cárcel (hilarante secuencia la de Gassman detenido en plena fiesta de disfraces y obligado a presentarse en comisaría vestido de centurión romano).
En nombre del pueblo italiano era una comedia muy seria sobre la codicia humana y la gente abyecta que la representa y que a menudo se sale de rositas de sus trapisondas. Era, también, una reflexión desesperanzada sobre la evolución (a peor) de la sociedad italiana y, por extensión, europea. Al igual que La escapada, puede encontrarse en Filmin. Con las cintas de Risi pasa lo mismo que con las de sus compadres Luigi Comencini, Ettore Scola o Alberto Lattuada (no se pierdan en Netflix Mafioso, escrita por Marco Ferreri y Rafael Azcona, en la que un pobre infeliz que lleva una vida decente en Milán decide regresar un verano a su Sicilia natal y acaba en manos del capo local de la Cosa Nostra, que lo mete en un fregado considerable, recordándole los motivos por los que abandonó ese terruño al que nunca debió volver). Todas ellas resultan de una proximidad absoluta para nosotros, los españoles, que a menudo tenemos la sensación de que los italianos son iguales que los de aquí, aunque hablen un idioma ligeramente distinto.
Esa clase de películas ya no se ruedan ni en España ni en Italia, donde solo Paolo Sorrentino (especialmente en Fue la mano de Dios) nos recuerda el mundo en que se desarrollaban. La comedia humorística y social, que soltaba verdades como puños sobre la sociedad que las acogía, ha pasado a la historia, lamentablemente. Sus principales representantes italianos están muertos y no se ve por ninguna parte a sus sucesores. Solo nos queda recuperar los originales en algunas plataformas de streaming y lamentar la defunción de un género que resumía la condición humana mejor que cualquier otro. Un género en el que Dino Risi brilló con luz propia durante décadas sin que ello le haya permitido acceder a la lista de cineastas imprescindibles del siglo XX. No sé quién elabora esas listas, pero sean quienes sean, ellos se lo pierden.