La gala de los premios Goya es siempre una buena plataforma para la industria cinematográfica. Desde hace unos años dejó de ser un mero punto de reunión del sector para transformarse en un encuentro de carácter cultural en el que también se aprovechaba la visibilidad del evento para lanzar alegatos políticos o ideológicos, según el momento, por parte de algunos protagonistas de una industria muy acostumbrada a su existencia cerca del recurso público, internamente dividida y, en muchas ocasiones, alejada del mercado y la realidad.
Jaume Roures, el empresario audiovisual catalán procesista y líder de Mediapro, ha sido uno de los protagonistas destacados de la edición que tuvo lugar el último sábado. La película que había producido, El buen patrón, fue una de las más galardonadas en la edición de los Goya de este año. Una película con mensaje ideológico, que alcanza el reconocimiento en el mismo momento en el que en España está presente y reciente un debate intenso sobre el mercado laboral y cuya reforma ha sido objeto de una controvertida votación en el Congreso de los Diputados.
Roures se jacta de no tener secretaría, de ser un empresario de izquierdas (de origen troskista) que no necesita chófer para moverse, y de abrazar causas difíciles. Sus amigos le recuerdan que en su haber cinematográfico se hallan películas como Los lunes al sol o Salvador (sobre Salvador Puig Antich) con gran moralina supuestamente progresista. Sin embargo, el premio a esta última producción ha estado envuelto en una polémica mayúscula. La controversia no obedece tanto al producto de la cinta en sí como al mero hecho de que fuera Roures quien se subiera al escenario de los Goya a recoger el galardón y aprovechara su intervención de agradecimiento para jugar, como acostumbra, a evangelizar sobre su visión de la vida. Sorprende que algunos actores, políticos y activistas culturales con una irreprochable trayectoria progresista compren los argumentos del personaje que intervenía con un tono más próximo al malogrado humorista Eugenio, con un voluntario y patético desaliño, que con la imagen y el contenido que se le supone a un líder cultural.
El periodista Pere Rusiñol, otro catalán intenso y persistente, abandera desde hace años una lucha con el empresario que tiene por objeto desenmascarar el verdadero rostro de Roures. Desde diferentes medios, pero sobre todo con una actitud próxima a Agustina de Aragón, el informador recuerda cómo Roures jamás fue un buen patrón cuando ejerció como empresario promotor del diario Público, que cerró dejando colgados a empleados, colaboradores y proveedores mientras usaba en su favor toda la artillería de la legislación laboral que existía en España. El resultado, los trabajadores se fueron despedidos sin cobrar, quedaron al amparo del Fogasa y el propio grupo promotor acabó recuperando la cabecera para construir otro medio digital sin pasivos a los que hacer frente.
El buen patrón de Roures no ha demostrado tampoco esas condiciones en la gestión de su empresa. Mediapro ha vivido unos últimos meses más próxima al hundimiento que a la continuidad. La gestión que encabeza el antiguo troskista se ha saldado con problemas en Italia, una salida por la puerta de atrás en Francia y unos números de la cuenta de resultados más próximos a los que fabricaban en sus aventuras empresariales José María Ruiz Mateos, Jesús Gil, Juan Vila Reyes u otros empresarios que al de quien se autoasigna la condición de progresista y modélico impulsor de la industria cultural. El socio chino de Mediapro ha sido quien se acabó rascando el bolsillo para salvar el conglomerado audiovisual de una insolvencia que bordeó durante tiempo y cuya máxima responsabilidad no tiene otro nombre que el de Roures.
El mismo buen patrón que se plantó ante la plantilla de Público para convencerles del trágala de eliminar puestos de trabajo aduciendo que no tenía un euro más, es el que años más tarde puso 30 millones de euros de su bolsillo para avalar a Joan Laporta y permitir que el presidente del Barça pudiera retener el cargo ganado en las urnas pero que no podía garantizar económicamente. Ese buen patrón es el mismo que ha perseguido judicialmente a Rusiñol por describirlo como un “estafador” laboral en una entrevista. El asunto está abierto, al igual que el contencioso que mantiene contra Crónica Global y el colega Josep Maria Cortés, al que le endosó una querella criminal, por la vía penal, después de leer el retrato que publicamos sobre su figura. Tras dos revolcones en dos instancias judiciales, la maquinaria legal de Roures sigue recurriendo con el objeto de amedrentar a los periodistas y los medios que se atreven con él.
El buen patrón Jaume Roures no lo es tanto, o quizá lo es nada. Pero aprovecha cada oportunidad que le brinda la coyuntura política para reivindicarse como lo que jamás fue y solo perdura ya en su imaginario ideológico. El hombre que construyó el centro internacional de prensa desde donde se difundieron con animosidad las imágenes más crudas del falso referéndum del 1 de octubre de 2017 es el mismo que promueve documentales sobre el juicio del procés con un corte tan sectario como recaudador, tal y como consiguieron demostrar las conversaciones de su socio Tatxo Benet con el conseguidor nacionalista David Madí.
Al septuagenario patrón Roures le caben muchos calificativos, pero el de buen patrón no es el que le hace mayor justicia. Cada vez que se aproxima a la izquierda de la que dice proceder o al independentismo más rancio y fracasado lo hace con el único ánimo de edificar negocio nuevo para sus intereses. Le pasa con los independentistas y le sucede con el ayuntamiento de Ada Colau, con el que hasta colabora en la supuesta promoción de vivienda. Por fortuna medios como Crónica Global, periodistas como Cortés y Rusiñol y todos aquellos que han reaccionado en redes sociales en las últimas horas al discurso de Roures en la gala de los Goya nos encargaremos de contrastar el relato del supuesto buen patrón con la tozuda realidad de los hechos. Si tiene problemas de conciencia, lo mejor es que busque una terapia eficiente y deje de distraer a la parroquia con falsas demostraciones de progresía fatua, vanidosa y banal.