Cataluña, tierra de la que amo incluso sus defectos, está desapareciendo. Como es sabido, la comunidad autónoma ha recibido 1.500 millones de euros de los Next Generation, la segunda mayor dotación en el conjunto del Estado español, pero sigue instalada en la queja. El Govern duda, a estas alturas, de que la UE sea nuestra única palanca en un mundo interconectado. El aislacionismo no prefigura ninguna apuesta para el mañana.
En la década de los 90 quisimos ser la California del futuro, noble aspiración, aunque frustrada. Sin embargo, la apuesta virtual de hoy contempla el condado de Yellowstone --situado entre los estados norteamericanos de Montana, Wyoming e Idaho-- inalcanzable para los millennials que huyen del bullicio cotidiano; es el espejo roto en el que se ven los promotores indepes de altas rentas, cuando contemplan la Vall de Núria, Sant Maurici o las frondosas Guilleries de Serrallonga. En fin, la Cataluña independiente, verde y de fiscalidad blanda no ha podido ser.
Nuestra nobleza no señorea el Canigó y el mismo Govern se ha olvidado de la Catalunya Nord. Emmanuel Macron y Pedro Sánchez liquidarán el gasoducto MidCat, que estaba destinado a provisionar Europa, sin que la Generalitat se despeinara. Uno de estos olvidos del mapa que nunca se le pasaban a Pujol, a pesar de sus defectos y de su larga mano, como business oriented. Las cosas han cambiado tanto que casi nadie habla de las 6.000 empresas que abandonaron Cataluña en plena inseguridad regulatoria del 2017 y que no han renovado su confianza en nuestro tejido económico. La caída a plomo de la inversión industrial no es un invento de Jaime Malet, presidente de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en España; es un dato de alarmantes proporciones y con ejemplos como la crisis no resuelta de Nissan.
Yellowstone no es Greenwich (Connecticut) ni Fisher Island (Florida) ni Short Hills (Nueva Jersey), dotados todos ellos de altísimas rentas per cápita, pero gana en calidad de vida y en dinero opaco, gracias a sus refinerías de petróleo y a los paraísos fiscales norteamericanos, con sede en Delaware o Wyoming. Cataluña nunca fue Suiza y frustró su ascenso a la California prometida, a base de desocupar parques tecnológicos, desarbolar multinacionales, como Samsung o Pioneer, y vender medio país a través de redes clientelares, modelo Arsenio Lupine.
En la serie televisiva Yellowstone se intuye un calco romanticida de la fascinación por la tierra y el dinero negro. Es una reposición bien calificada y postmoderna de la Bonanza virginiana de los Cartwright o del estrambote del Rancho Southfork, en Dallas. En aquel condado, de ganaderos intensivos y pastos infinitos a la sombra del Parque Nacional, los Dutton defienden a tiros su enorme finca. Kevin Costner hace el papel del duro papá que, en vez del clásico Colt 45 colgado del correaje, luce un moderno Winchester encajonado en el pescante de un Porche. No me imagino a nuestra Burguesía 2000 en estos menesteres; pero al president Aragonès, hotelero de cuna mellado por la crisis, le podemos pedir que espabile, más allá del inútil Acord Nacional per l'Autodeterminació y de la menguante mesa de negociación.
Dicen los economistas que el BCE mantendrá los tipos de interés negativos a pesar de la inflación, porque el IPC rampante devalúa la deuda de los estados miembros. ¿Aguantaremos? Rand Corporation e Intermón Oxfam no lo creen. La parte alícuota, que nos corresponde de la enorme brecha social, se hace cada día más visible en nuestras calles. Olvidemos los valles prístinos en el mundo perdido del oso Yogui; de momento, el cinturón de Barcelona huele más a goma quemada que a hierba mojada.