El alumno aventajado
No hay como un inmigrante para ser más del lugar que los propios lugareños. Fijémonos en el cineasta norteamericano Peter Bogdanovich (Kingston, Nueva York, 1932 – Los Ángeles, California, 2022). Su padre era un cristiano ortodoxo serbio; su madre, una judía austríaca. Y él se pasó la infancia y la adolescencia tragándose a granel las películas de los directores clásicos de Hollywood, sobre los que llegó a escribir artículos y libros (por no hablar de la gran amistad que llegó a trabar con Orson Welles). Su única relación juvenil con Europa fue a través de la revista francesa Cahiers du cinema y de un hombre que le demostró que se podía pasar de la teoría a la práctica, de hablar sobre cine a hacer cine, François Truffaut, con el que, en sus mejores momentos, llegó a compartir un indudable humanismo. Bogdanovich era lo que nunca fueron sus maestros (con la excepción de Welles), un intelectual que, tras darle muchas vueltas al asunto (el cine, en este caso), se arremanga y trata de convertirse en un profesional que ponga en práctica las enseñanzas de sus mayores. Lo logró, durante un tiempo.
El señor Bogdanovich empezó su carrera como realizador con Targets (El héroe anda suelto), un largometraje tan interesante como barato producido por Roger Corman, el rey del cutrerío respetable, y protagonizado por un crepuscular Boris Karloff. Estrenó su mejor película en 1971, The last picture show (La última sesión), basada en una novela de Larry McMurtry (a la que añadiría una innecesaria secuela en 1990, Texasville). Público y crítica se mostraron satisfechos con What´s up, doc (¿Qué me pasa, doctor?, 1972) y Paper moon (Luna de papel, 1973), pero ambos le dieron la espalda con una adaptación de Henry James, Daisy Miller (Una señorita rebelde, 1974). Y a partir de ahí, las cosas empezaron a torcerse para nuestro hombre y ya nunca se enderezaron. Para acabarlo de arreglar, la chica de la que estaba enamorado, Dorothy Stratten, una modelo de Playboy, protegida de Hugh Hefner, fue asesinada por el parásito de su marido, Paul Snider, en los años 80, drama que nuestro hombre trató extrañamente de atenuar casándose con la hermana de la difunta, Louise, de la que se divorció en 2001 (tras una depresión que le duró tres años).
Un inicio glorioso, una breve etapa de esplendor y, luego, una larga fase de decadencia que le duró prácticamente hasta la muerte (con alguna película por en medio de cierto mérito, como Saint Jack, con un espléndido Ben Gazzara de protagonista). ¿Qué es lo que salió mal y por qué? No está muy claro. Sus detractores le acusaban de ser un esforzado copista, pero había una sensibilidad real en The last picture show que tal vez se fue difuminando rápidamente con el paso del tiempo y sacrificándose en el altar de los ejercicios de estilo. Su amigo Orson Welles le dijo en cierta ocasión que bastaba con una buena película para justificar la carrera de un cineasta. En el caso de Bogdanovich y La última sesión es evidente que acertó.