Alfonso XIII fue rey de España desde su nacimiento en 1886 hasta la proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931. Asumió las riendas de la Monarquía a los dieciséis años tras la regencia de su madre María Cristina que enviudó estando embarazada. Su padre Alfonso XII murió a los 27 años en 1885. Alfonso XIII nacería el 17 de mayo de 1886 cuando su padre hacía seis meses que había muerto. Una triste historia ya desde el origen, que marcó un reinado con graves problemas sociales, político-militares (guerra del Rif) y nacionales (con el catalanismo en plena desmesura). El rey tampoco fue feliz en su vida familiar. Se casó en 1908 con la británica María Eugenia de Batternberg, sobrina del rey de Inglaterra Eduardo VII. Cuando regresaba la pareja el día de su boda al Palacio Real sufrió el atentado con bomba por parte de Mateo Morral, con un montón de muertos, aunque la pareja salió ilesa. Las relaciones privadas de Alfonso con su mujer nunca fueron buenas, incluso separándose el matrimonio en el exilio en Roma. En medio, muchas peripecias políticas desde la Semana Trágica a su muerte en 1941 pasando por la dictadura de Primo de Rivera.
Un reinado que teóricamente podría propiciar buenos relatos cinematográficos (de él, solo se ha reiterado su afición pornómana, pero nunca se ha ahondado en su pasión por el cine de cualquier naturaleza, ya desde 1896) que, desde luego nunca han existido. Sin duda, porque en el marco del franquismo, la figura de Alfonso XIII, como todo el monarquismo, nunca ha sido considerada políticamente correcta. No se ha hecho ninguna película específica sobre la vida del rey Alfonso XIII, en contraste con su padre, y los años de su reinado se han narrado cinematográficamente o a través de una notable frivolidad musical o mediante la narración de peripecias sentimentales de parejas en años difíciles. Muy pocas películas sobre problemática social.
De la frivolidad musical dan buena cuenta las películas que interpretó Sara Montiel con extraordinario éxito. Me refiero a El último couplé (1957), La violetera (1958) o La reina de Chantecler (1962) y que se referían a los primeros años del siglo XX. La cuestión sentimental de parejas en tiempos difíciles se evidencia en películas como El negro que tenía el alma blanca de Hugo del Carril (1951) o La vida encadenada de Antonio Román (1948).
La problemática social se puso de relieve en películas como Los que no fueron a la guerra de Julio Diamante (1962), Cañas y barro de Orduña, basada en la novela de Blasco Ibáñez (1954), Señora ama de Julio Bracho (1954) o La dama del alba de Rovira Beleta (1963). Mucho drama, más rural que urbano. Quizá la mejor película social sobre esta época sea La busca de Angelino Fons, basada en la novela de Baroja. La literatura del momento abasteció más que nunca al cine. Valle-Inclán generó Luces de bohemia de Miguel Ángel Díez (1985), Beatriz de Gonzalo Suárez (1976) y Divinas palabras de Juan Ibáñez (1977). Wenceslao Fernández Flores generó Volvoreta de Nieves Conde (1976) y La casa de la lluvia de Antonio Román (1943); Galdós suscitó Marianela de Angelino Fons, Ramon Sender, 1999. Crónica del alba de Betancor (1983), Los Quintero, Malvaloca de Torrado (1954), Concha Espina, La esfinge maragata de Antonio de Obregón (1948), Benavente la citada Dama del alba, Rosa Chacel, Memorias de Leticia Valle de Miguel Ángel Rivas (1979) y María de la O Lejárraga, Canción de cuna (1994) de José Luis Garci, un folletón premiado con varios Goya.
La guerra del Rif promovió algunas películas en plena posguerra con notable sentido épico belicista y que parecían homenaje a los militares africanistas. ¡Harka! de Carlos Arévalo (1941), Legión de héroes (1942) de Juan Fortuny y Armando Seville, Doce horas de vida (1948) de Francisco Rovira o Alhucemas de López Rubio (1948).
El 13 de septiembre de 1923, el capitán general de Cataluña Miguel Primo de Rivera dio un golpe de Estado. El detonante de la situación fue, sin duda, la guerra de Marruecos y el papel del Ejército en ella. La crisis de la Monarquía era patente, con los partidos políticos involucrados en un régimen de democracia impresentable. El manifiesto de Primo de Rivera con ribetes literarios decía: “Españoles, ha llegado con nosotros el momento más temido que esperado (porque hubiéramos querido vivir siempre en la legalidad) de recoger las ansias de atender el clamoroso requerimiento de cuantos amando a la patria no ven para ella otra salvación que liberarla de los profesionales de la política, de los hombres que, por una u otra razón, nos ofrecen el cuadro de desdichas que empezaron el 98”. Se acababa con una apelación al concurso de todos los buenos ciudadanos. Alfonso XIII nombraría a Primo de Rivera presidente del Gobierno. Se creó un directorio militar con ocho generales y se suspendió la Constitución rechazando el estado de guerra. La experiencia de la dictadura con rey no careció de logros positivos en el ámbito de la política económica y social, pero sufrió desde muy pronto el desgaste de la falta de apoyo de los partidos tradicionales, la carencia de apoyo de los intelectuales y la sensación de provisionalidad sin acabar de solucionar problemas como el del nacionalismo catalán o el de la guerra de África. Primo de Rivera dimitió en enero de 1930. La República estaba cerca.
La dictadura de este nunca suscitó un tratamiento específico en el cine español. El franquismo, que tenía muy cercana la memoria de la dictadura precedente, radicalizó la imagen frívola de los años felices del couplé o el tango. De ello van las películas de Luis César Amadori con la infatigable Sara Montiel de protagonista: El último tango o Pecado de amor. O la película La cumparsita de Enrique Carreras ( 1961) o Júrame de José Ochoa (1961). Hasta Josefina Molina, después de muerto Franco, se atrevió con la película La Lola se va a los puertos (1993), que refleja el tiempo de Primo de Rivera.
Sobre ese fondo frívolo de felicidad impostada se hicieron algunas películas alusivas a los años veinte con mensaje social y políticamente crítico. La más significativa fue El crimen de Cuenca de Pilar Miró (1979), que puso de relieve la violencia y la injusticia del sistema a la hora de resolver un crimen. En la misma línea podrían citarse Sierra maldita de Antonio del Amo (1954) o Tierra de rastrojos de José Antonio Gonzalo (1979). Se incidió especialmente en el cine en la situación de Andalucía en los años veinte con películas como Agua sangrienta de Ricardo Torra (1952), La niña de la venta de Ramon Torrado (1951) o La cólera del viento de Mario Camus (1970). También el centro y el norte de España fue retratado socialmente en películas como La locura de Dios de Rafael Gil (1953), La venganza de Bardem (1958) o la más reciente La ley de la frontera de Adolfo Aristarain (1995).
Es curiosa la vinculación que se hace de la dictadura de Primo con lo exotérico. Testimonio de ello son películas como El bosque animado de José Luis Cuerda o La leyenda de la doncella de Juan Pinzas.
Pasado el franquismo se miró a la dictadura de Primo de Rivera simplemente como la etapa previa a la República que era lo que interesaba. Los años inmediatamente anteriores a la Segunda República fueron objeto de atención en la oscarizada película de Fernando Trueba Belle Époque con Penélope Cruz al frente y la también premiada Blancanieves de Pedro Berger (2012).