¿De dónde vienen la tetera, el reloj y los retorcidos candelabros animados que aparecen en La bella y la bestia? ¿Los elegantes vestidos de baile de La Cenicienta? ¿El recargado espejo dorado de Blancanieves? Desde las majestuosas salas de baile a los delicados tocadores de señora o las tazas de porcelana con forma de trompa de elefante, las primeras películas de Walt Disney tienen fama de haber creado una cultura de princesas que refuerza la imagen estereotipada de mujer frágil a la espera de ser salvada, tan criticada por las feministas. Pero resulta que Walt Disney no se inventó de la nada esta sofisticada escenografía de príncipes y princesas, sino que surgió de su fascinación por las artes decorativas francesas del siglo XVIII, especialmente por el arte rococó, un estilo que descubrió durante su primer viaje a Francia, poco antes de cumplir 17 años, y que lo llevó a viajar a Europa de forma continuada durante toda su vida.
“Tanto las películas animadas de Disney como las obras de arte decorativas rococó están impregnadas de elementos de narración lúdica, deleite y asombro”, comenta en una nota de prensa Max Hollein, director del Metropolitan Museum de Nueva York, que acaba de inaugurar una exposición dedicada a explorar las fuentes de inspiración que Walt Disney (1901-1966) y sus estudios encontraron en las artes decorativas europeas del siglo XVIII (“Inspiring Walt Disney: The Animation of the French Decorative Arts”).
Un cuadro de Fragonard
La exposición, que coincide con el 30 aniversario del estreno de La bella y la bestia, reúne más de 60 objetos y obras de arte con intención de demostrar que tanto los artesanos del siglo XVIII como los animadores del siglo XX “buscaron encender sentimientos de emoción, asombro y maravilla en sus respectivas audiencias”, añade Hollein.
Walt Disney viajó por primera vez a Francia en diciembre de 1918 , justo después de terminar la Primera Guerra Mundial, para trabajar de voluntario como conductor de ambulancias de la Cruz Roja. Durante su estancia quedó impresionado por el sobrecogedor poder de las artes decorativas francesas, especialmente del rococó y el barroco, un arte sofisticado y recargado dirigido a las élites, que consigue “apelar a nuestras emociones, y no a nuestro intelecto”, igual que lo hacen las animaciones de Disney, señala el cuidador de la exposición, Wolf Burchard, responsable de escultura y artes decorativas del Met. Según Burchard, este paralelismo se hace evidente no solo en el mobiliario, vestuario y los sofisticados y rocambolescos objetos animados que aparecen en sus películas, como teteras con formas humanas o espejos serpenteantes, sino también en obras pictóricas, como el famoso cuadro El columpio, de Jean-Honoré Fragonard (1732-1806), que tendría que haber aparecido en La bella y la bestia (1991), pero finalmente lo hizo en Frozen (2013).
Un mundo de fantasía
Para Burchard, lo más fascinante de la conexión entre los dibujos animados de Disney y el arte barroco del siglo XVIII es que se trata de dos reinos artísticos que aparentemente no tienen nada que ver el uno con el otro. “Después de todo, Disney estaba tratando de crear películas populares para las masas, mientras que las artes rococó iban dirigidas a la aristocracia francesa. Pero, al colocar estos dos mundos uno al lado del otro, inmediatamente se ven las conexiones. Disney parecía amar el lujo y el exceso que representaban las artes rococó, y quería crear películas que permitieran al público perderse en este mundo de fantasía”, observa el cuidador del Metropolitan en una entrevista con la revista Fast Company.
“De alguna manera, el propio Disney veía estas artes como una vía de escape”, añade Burchard, recordando los orígenes humildes de Disney. El popular cineasta se crio en el seno de una familia pobre de una zona rural de Missouri y quedó fascinado al descubrir el esplendor del arte francés, desde los jardines de Versalles hasta las Louvre. “Disney no parecía ver estos objetos fuera de su alcance; de una manera claramente americana, los veía como algo a lo que aspirar y soñar. Así que al incorporar esta estética a sus películas, también ofrecía a los demás algo con lo que fantasear. Supo aprovechar el hecho de que a todos nos encanta soñar”, concluye Burchard, añadiendo que todos estos castillos de fantasía de cuento de hadas simbolizan la idea de dejar volar la imaginación y pensar en qué otra vida podríamos estar llevando.
Disney modernizó a las heroínas
Durante las últimas décadas han surgido críticas sobre la visión estereotipada y machista que ofrecen estas primeras películas de Disney, particularmente sobre cómo el objetivo principal de la princesa es casarse con el príncipe, generalmente después de que él la salve. También por su falta de diversidad, ya que todas las primeras princesas eran blancas.
Sin embargo, según Burchard, Disney intentó modernizar a las heroínas de sus cuentos de hadas, en su mayoría escritos hace más de 300 años. La moraleja de esas historias era, en general, que las mujeres tenían que esforzarse por encontrar maridos ricos para tener una vida cómoda. Pero en Cenicienta, La bella durmiente, Blancanieves y más tarde La bella y la bestia, señala Burchard, las heroínas son personajes complejos con otras pasiones e intereses. Por ejemplo, casi todas rechazan los avances del príncipe al principio. “Las películas nos parecen arcaicas hoy, pero las heroínas eran claramente más modernas que la fuente literaria original de los siglos XVII y XVIII”, concluye.