Por recomendación de mi tía Elena, esta semana me he tragado de un tirón Vida Perfecta, la serie de Leticia Dolera en Movistar Plus que el pasado 19 de noviembre estrenó la segunda temporada. Después de ver el primer capítulo (María, una treintañera modélica y un poco conservadora, cree que su vida se desmorona cuando su novio de toda la vida corta con ella y ese mismo día se droga con MDMA, se acuesta con un desconocido y se queda embarazada) pensé que sería una cursilada de serie y estuve a punto de dejarla. Pero decidí darle una oportunidad. Al fin y al cabo, las series me sirven para dejar el cerebro en modo “encefalograma plano” antes de acostarme cuando estoy demasiado cansada para leer.
Y acabé enganchándome. ¿Por qué? Pues porque yo también soy madre soltera y a través de la serie pude revivir muchos momentos del embarazo y la maternidad —el subidón de hormonas durante el embarazo y la necesidad imperante de buscarse un amante como sea, las hemorroides del “tamaño de un melocotón”, el miedo a que te rajen la vagina en el parto, a que los pechos se deformen, a que nadie quiera a estar contigo después de ser madre— que Dolera expone desde una perspectiva honesta y auténtica.
Las mujeres escuchamos millones de veces que el nacimiento de un hijo va a ser el momento más bonito de tu vida, pero la realidad —al menos la mía, y la de María— es que de pronto te encuentras con una personita desconocida en tus brazos que depende totalmente de ti y a la que tendrás que ir conociendo poco a poco; que es un aburrimiento estar todo el día encerrada en casa con un bebé y no te sientes nada realizada, que te ves a ti misma en bata y pijama ojeando Tinder compulsivamente mientras el niño juega a tu lado, y piensas... ¿quién va a querer estar conmigo con la barriga deformada que se me ha quedado después del embarazo? ¿Es esto ser madre? ¡Quiero ser la de antes!
María, además de todos los problemas comunes del embarazo y la maternidad, experimenta una depresión posparto, fenómeno del que por suerte me libré, pero debe ser durísimo. “¿Qué sientes cuando ves a tu hijo?”, le pregunta la psicóloga a María. “Culpa, porque no siento nada”, le responde.
En fin, no me atrevo a decir si Vida Perfecta es buena o no (ganó el premio a mejor serie y mejor interpretación en el último Festival de Cannes Series), pero a pesar de sus diálogos algo forzados y los giros argumentales a mi gusto demasiado previsibles, la serie aborda los problemas y preocupaciones de la mujer de una forma 100% femenina, y eso se agradece. Me gusta que las mujeres que aparecen en la serie huyan del estereotipo de mujer objeto, esposa cornuda, madre perfecta o mami desastre, en plan comedia. Y que hablen de sexo y expresen sin tabús sus ganas de follar. Cris, la mejor amiga de María, por ejemplo, atraviesa una crisis en su matrimonio (se ha acabado la pasión y está sexualmente insatisfecha), y acabará siendo infiel antes de tomar la decisión de separarse. Su hermana mayor, Ester, lesbiana, sufre síndrome de Peter Pan y es incapaz de ser independiente (a los 40 años la siguen manteniendo sus padres) o mantener una relación estable. Papeles que estamos acostumbrados a ver en hombres, cuando en realidad representan a todas las mujeres que nunca nos hemos creído eso de que hay que ser Superwoman.