La guerra de la Independencia ha generado un enorme aluvión de películas desde los más remotos orígenes del cine en nuestro país. Ya a comienzos del siglo XX se hicieron varias versiones de la épica de la guerra. Como testimonio, ahí están las cintas de Segundo Chomón Los héroes del sitio de Zaragoza (1903), las de Adrià Gual i Gelabert (1915), las de José Buchs sobre El dos de Mayo y El empecinado (1927 y 1930) y la de Florián Rey que abordó por primera vez a Agustina de Aragón, interpretada por Marina Torres (1929) y subvencionada por un grupo de aragoneses.
El primer franquismo convirtió la guerra contra Napoleón en eje ideológico fundamental de su discurso histórico. En los años 40, Iquino produjo y dirigió la primera versión del tamborilero del Bruc (1947) con Ana Mariscal y José Nieto, y Fernández Ardavín dirigió El abanderado (1943), una historia de amor entre una francesa y un español, tema que se repetirá en diversas versiones a lo largo del tiempo. En los años 50, se produce toda una operación de conjunción de las glorias nacionales de la guerra de la Independencia y el folklore español en todo su esplendor. Reflejo de ello son películas como Venta de Vargas con Lola Flores (1958); Lola la piconera (1951), con Juanita Reina, y Carmen la de Ronda (1959), con Sara Montiel debatiéndose entre canción y canción entre el francés Maurice Ronet y el español Jorge Mistral.
La épica se refleja especialmente en películas como Agustina de Aragón, de Juan de Orduña, con Aurora Bautista como heroína (1950); Llegaron los franceses, de León Klimovsky (1959), con Elisa Montes y Luis Peña; Sangre en Castilla, de Benito Perojo (1950), y El tirano de Toledo (1952). Hasta Fernán Gómez se atrevió a dirigir un curioso producto sobre la guerra titulado El mensaje. La Agustina del cine tuvo poco que ver con la Agustina histórica real, que hoy sabemos que por no ser no fue ni aragonesa (era catalana con el nombre de Agustina Zaragoza Domènech), que los presuntos disparos que hizo desde el cañón constituyeron en realidad una anécdota irrelevante y que su vida familiar fue tormentosa. Evidentemente, fue una mujer instrumentalizada políticamente en un singular momento histórico. El cine sobre Agustina lo que ha hecho es servir fielmente a esta manipulación.
En el año 1957, Stanley Kramer dirigió Orgullo y pasión, con Ávila como gran escenario de la obra, que trata de un episodio de la guerra: el traslado de un cañón por los guerrilleros españoles a los aliados británicos para contribuir al enfrentamiento con los franceses. La película estuvo interpretada por Cary Grant, Frank Sinatra y Sophia Loren. Un tratamiento anglosajón un tanto paternalista del tema en su consideración de los españoles. Por cierto, Adolfo Suárez participó como extra. Otra versión norteamericana destacable es Promesa rota, con Carroll Baker de protagonista, una novicia que se va a España buscando a un inglés que lucha en la guerra de la Independencia.
El folklorismo de la España franquista tardó en superarse. Ejemplo representativo fue Los guerrilleros, con Manolo Escobar y Rocío Jurado (1963). Una obra de teatro de Pemán sirvió de fundamento para el guion de la película Los tres etcéteras del coronel (1960), una coproducción italofrancesa española con una cierta desdramatización del discurso épico de la guerra. Surgieron entonces versiones del tema por parte de diversos países. Los italianos se subieron al carro de las aventuras del personaje creado por los americanos, el Zorro, que sitúan en el marco de la guerra. La cinta de Franco Montemurro es significativa (1969). Los británicos hicieron su particular visión del tema en Las aventuras de Gerard, dirigida por el polaco Skolimowski. La memoria de la guerra de la Independencia se asumió en España desde todos los ámbitos ideológicos. La perla es la película de Buñuel El fantasma de la libertad (1974) que empieza con el surrealista fusilamiento por los franceses del propio Buñuel y Bergamín en lo que pretende ser un remake del mayo madrileño.
En los años 80, los franceses ofrecen su propia versión de la guerra en La Soule (1988), de Michelle Sibra, en la que se aborda el final de la batalla de Vitoria y el comienzo del fracaso francés. Desde nuestro país se vuelve a asumir el tema del tamborilero del Bruc en La leyenda del tambor, de Jorge Grau, con el niño interpretado por Jorge Sanz. Asimismo, se produce la primera miniserie televisiva con título goyesco: Los desastres de la guerra (1983), con Sancho Gracia y Paco Rabal.
El siglo XXI busca relanzar el tema de la guerra sin los viejos prejuicios nacionalistas. Se vuelve sobre Goya, con perfil melancólico en la película Goya en Burdeos con Rabal y Coronado interpretando al Goya viejo y al joven, la amante Leocadia Zorrilla interpretada por Eulalia Ramon y la duquesa de Alba interpretada por Maribel Verdú. También Milos Forman y Jean-Claude Carrière dirigieron Los fantasmas de Goya (2006) con Bardem y Natalie Portman.
Se retorna, asimismo, a Bruc con una cierta perspectiva revisionista en la obra de Daniel Benmayor con Juan José Ballesta como protagonista (2010). José Luis Garci dirigió por su parte Sangre de mayo, que a través de los Episodios nacionales de Galdós describe la gestación del 2 de Mayo antifrancés. La película fue encargada por el gobierno madrileño de Esperanza Aguirre y responde a un espíritu galdosiano, que pretende desprenderse de la épica más rancia, a través de un patriotismo liberal. La película está interpretada por Quim Gutiérrez y Paula Echevarría. La serie televisiva 2 de Mayo, la libertad de una nación, dirigida por María Cereceda y Gonzalo Baz (2008) camina en la misma dirección.
Los mitos de la guerra se han ido humanizando. Siguen sin abordarse los Episodios nacionales de Galdós a fondo. El único sitio del que se acuerda el cine es el de Zaragoza. La guerra de la Independencia no es asumida actualmente como memoria a recordar por el nacionalismo catalán que ha desfigurado su nombre llamándola la guerra del Francés y que no quiere evocar unos hechos que ponen en evidencia la identificación mayoritaria de Cataluña con la España de Fernando VII. De las Cortes de Cádiz nunca se acordó el cine que, en cambio, siempre se ha fascinado por el bandolerismo romántico de la posguerra. De ello hablaremos más adelante.