Seúl, paraíso del ‘serial killer’
La miniserie 'El asesino del impermeable' aborda el primer caso de asesinatos en serie en Corea del Sur, con crímenes horrendos
27 noviembre, 2021 00:00Desde el éxito de El juego del calamar, Netflix se ha llenado de productos surcoreanos de interés variable. Y dado el creciente interés de la audiencia por el true crime (especialmente la femenina, por motivos que no alcanzo a explicarme), no es de extrañar que la plataforma haya colgado El asesino del impermeable, miniserie en tres capítulos sobre el primer asesino en serie en la historia del país, Yoo Young Chui (Seúl, 1970), quien sembró el pánico en la capital entre septiembre de 2003 y julio de 2004 con una serie de crímenes horrendos cuyas víctimas pertenecían a dos colectivos que, en principio, no tenían nada que ver: los ricos y las prostitutas. Obedeciendo a un extraño código moral, el tal Yoo Young-chui había llegado a la conclusión de que ambos segmentos sociales merecían la muerte. Empezó por los ricos y luego se pasó a las furcias: consideraba que ambos sectores no se comportaban como deberían y que alguien tenía que recordárselo (en su caso, a martillazos en la cabeza).
El asesino del impermeable engaña desde el principio. Si a uno le hablan de un tipo apodado así, deduce que es de esa guisa como lleva a cabo sus crímenes, pero resulta que el hombre se dedicaba a sus cosas con la ropa que llevaba puesta aquel día y que el famoso impermeable amarillo (nada que ver con el Famous blue raincoat de Leonard Cohen) se lo enjaretó la policía, tras su demorada detención, para llevarlo a la reconstrucción de sus maldades, que se efectuaban no de la manera discreta que es habitual, sino en un ambiente cercano al jolgorio: montones de polis, periodistas a cascoporro y todos los desocupados que no tuviesen nada mejor que hacer en ese momento (si quedaba alguna prueba del desaguisado, perecía bajo los zapatones de la turba: ¡brillante iniciativa policial!).
Sigamos con los engaños: lo que aparentaba ser un digno true crime se convierte enseguida en una involuntaria comedia de enredo gracias a la torpeza inverosímil de la policía de Seúl, que queda ampliamente de manifiesto a lo largo de los tres episodios de la serie: Yoo Young-chui acumulaba siete arrestos previos a su detención como asesino, pero nadie les prestó atención; cuando por fin lo detuvieron, fue prácticamente por casualidad; ya detenido, lo dejaron solo en un cuartucho de la comisaría --cada madero se creía que era vigilado por otro-- y se fue de allí por su propio pie sin que nadie le cerrara el paso; ya puestos, se acercó a casa a hacerse una maletita y a desprenderse de restos incriminatorios de sus fechorías: a nadie se le había ocurrido vigilar su residencia; y así sucesivamente. Todos estos disparates van convirtiendo poco a poco el producto en una comedia negra y sin mucha gracia cuyo tema central ya no es la actividad del asesino, sino la tremenda chapucería de los polis encargados de pararle los pies.
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Todos los policías que aparecen en la serie son de una estupidez desoladora. Sobre todo, el encargado del caso, un sujeto que luce unas gafas de sol grotescas y que se comporta como una parodia de Harry el Sucio (“A tíos como tú, me los desayuno de tres en tres”, le espeta el criminal) o de los personajes policiales del japonés Takeshi Kitano: sus declaraciones dan una mezcla de pena y risa, y no nos extraña descubrir que lo degradaron en su momento y se libró por los pelos de acabar regulando el tráfico en Seúl. El factor humano de los maderos se limita a declaraciones ridículas sobre lo mal que dormían durante la oleada criminal o cómo ésta les afectaba de tal manera que algunas noches eran hasta incapaces de cenar.
El director, John Choi, contribuye a la catástrofe con una realización efectista (y ayudada por una música ominosa e intrusiva), trufada de primeros planos de barbillas y cogotes que no sabes a dónde pretenden ir a parar. Y la única conclusión a la que llegas tras tragarte este disparate es que la policía de Seúl se parece mucho a los Keystone Cops de las películas mudas de Mack Sennet: o sea, que constituyen una pandilla de inútiles (la comunicación entre comisarías es inexistente, aunque estén a doscientos metros una de otra) dirigida por bobos solemnes y sobrados como el tío de las gafas de sol, cuyas apariciones, eso sí, aportan una comicidad al producto que lo hace un poco más digerible.
Si me está leyendo algún asesino en serie, le informo de que ya tarda en trasladarse a Seúl para practicar su peculiar oficio. A los demás lectores les confieso que no sé por qué les doy la chapa con esta serie lamentable, como no sea para prevenirles de lo que les espera si optan por verla. Igual solo pretendo compartir mi estupor ante algo tan chungo y por eso termino con las palabras de James Bond en Operación Trueno, tras sobrevivir al intento de matarlo de asfixia en una sauna: “El mal rato que he pasado, alguien lo va a pagar”.