Isabel Coixet: "Hacer cosas que gustan a todos es la peor manera de sobrevivir como artista"
La cineasta barcelonesa, que después del verano estrenará su última película ‘Nieva en Benidorm’, repasa su trayectoria y la relación del séptimo arte con la literatura
3 agosto, 2020 00:10Isabel Coixet es una de las grandes cineastas del cine español. Sus películas son indispensables para cualquier cinéfilo: Mi vida sin mí, La librería, La vida secreta de las palabras, Elegy o la serie Foodie Love. Acaba de regresar de Valencia, donde ha terminado el rodaje de Nieva en Benidorm, su último trabajo, que se estrenará después del verano. En su productora, rodeadas de enormes carteles de películas, muchas de ellas japonesas, hablamos de cine y literatura, otra de sus grandes pasiones.
–Una de las últimas personas que me habló de usted fue Oscar Tusquets: estaba fascinado con las fotos de su Instagram. En una entrevista nos dijo que para él Benidorm es un sitio fantástico. Usted viene de rodar allí. ¿Piensa lo mismo?
–No sé qué decirte. Yo no la definiría como una ciudad, diría más bien que Benidorm es una construcción mental. Evidentemente, para la gente que ha nacido y vive allí, y conozco mucha, es una ciudad con sus problemas y sus ventajas, pero para mí es una especie de no lugar. Su situación geográfica hace que tenga un clima espectacular. De hecho, en el mes de febrero, durante el rodaje de la película, en una pausa para comer, decidí ir a la playa y, en plan bautizo iniciático, me bañé. Es cierto que no había mucha gente en el agua, pero podías pegarte un chapuzón sin problemas.
–¿Fue este carácter de no lugar lo que le atrajo para rodar allí su película?
–Como otros de mis proyectos, la película nació de mi deseo por hacer un documental, en esta ocasión, sobre la especulación urbanística en la costa mediterránea. Me fui con un equipo a investigar, pero pronto nos dimos cuenta de que muy probablemente había más material del que podíamos abarcar en un documental. Además, casi nos parten la cara. No tengo alma de reportera intrépida, así que dejé el proyecto. Sin embargo, ya de regreso a Barcelona empecé a fabular con una historia que tenía lugar en Benidorm.
La cineasta Isabel Coixet / ZOE SALA COIXET
–Se lo preguntaba porque en su filmografía los espacios tienen un papel muy importante. ¿Qué viene antes: el lugar donde ambientarlas o las historias?
–Depende, no se puede generalizar. Yo he rodado dos películas en Vancouver: Mi vida sin mí y Elegy, basada en la novela de Philip Roth. Ambas las rodamos ahí, a pesar de que en el caso de Elegy la historia tenía lugar en Nueva York, porque resultaba más barato. De hecho, muchas películas ambientadas en Nueva York se ruedan en Vancouver por las ventajas fiscales. Los equipos cuestan menos que en Estados Unidos y la legislación es más favorable a la producción de películas. Recuerdo que cuando me dijeron que iba a rodar Elegy en Vancouver no me lo podía creer, me quedé sin palabras. De hecho, solo un día grabamos en Nueva York y fue un interior.
–Otro de sus escenarios es Tokio.
–El caso de Tokio es completamente diferente. En El mapa de los sonidos de Tokio, la ciudad tiene una presencia importantísima, siendo uno de los vértices del triángulo que forman también Rinko Kikuchi y Sergi López. Es una ciudad que he visitado muchas veces y cada vez me parece más fascinante. La conozco bien, me es familiar, pero de una extraña familiaridad. Es curioso, allí rodé también uno de los episodios de Foodie Love; elegí lugares de Tokio que ya conocía y que han cambiado mucho con los años, aunque, a pesar de todo, siguen siendo los mismos de siempre.
–Luego está la capital francesa. Usted participó en Paris je t’aime. ¿Se considera una afrancesada?
–Bueno, lo que sí te puedo decir es que me gusta y me interesa muchísimo la cultura francesa. Francia tiene un nivel superior al nuestro en muchos ámbitos, empezando por la prensa. No hay ningún periódico en el mundo que sea como Le Monde. Es de una densidad tal que hay que prepararse para leerlo. Es un reflejo de esa mirada sobre la realidad tan compleja e interesante que existe en Francia. Además, me gusta el cine y la literatura francesa, me gusta el idioma y su sonido. A todo esto se suma que, si bien todos los europeos tenemos dentro de nosotros un punto de racismo, creo que en Francia existe una aceptación hacia el que viene de fuera mayor que en otros países. El solo hecho de que la alcaldesa de París se llame Anne Hidalgo, es decir, Ana Hidalgo, y tenga orígenes españoles dice mucho de su aceptación del extranjero.
–Francia es una de las patrias del cine de autor. ¿Cree que esa etiqueta sirve para definir su trabajo?
–Yo nunca quise hacer cine de autor, me sale así. A veces escucho a hablar a algunos de mis colegas, a cineastas que admiro mucho y a otros que no, y veo que tienen un discurso muy elaborado en torno a lo que hacen. Yo soy todo lo contrario. Yo hago películas que me retratan, pero no hay una voluntad deliberada en hacer lo que hago. Es decir, no busco intencionalmente expresarme ni expresar mi visión del mundo en lo que hago. A mí me sale de forma natural, no es fruto de una teoría previa. No me planteo si hago cine de autor o no. Evidentemente, me doy cuenta de que en cada trabajo mío sale a relucir quién y cómo soy, a veces para bien y a veces, quizás, para mal o para menos bien. Soy alguien que se define por la extraña particularidad de tener mucho ego y poca vanidad.
–Una mezcla poco común.
–Sí, es una mezcla rara. Por esto, seguramente, he pensado bastante sobre el ego y la vanidad, que son dos características que veo cada día en mi profesión. A veces escucho a directores que han hecho la milésima parte de lo que yo he hecho y me sorprende su discurso de artista, que yo siempre he rechazado.
–¿Como espectadora le interesa más el cine de autor?
–Sin duda, me gusta más. Sobre todo el cine de aquellos autores que siento más afines a mí. Digo esto porque hay directores cuyo trabajo encuentro destacable y verdaderamente apreciable, pero que a mí no me interesa nada. A pesar de esto, me gusta conocer sus trabajos, me gusta ver la mirada sobre el mundo que tienen creadores ajenos a mí cultural y geográficamente hablando. Lo que sí te puedo decir es que no me interesan para nada las franquicias ni las películas que tienen un número detrás. Como directora, no me apetece nada hacer Parque Jurásico XVIII y, como espectadora, me aburren soberanamente las películas de este tipo. Nunca he soportado los filmes de James Bond. No les consigo ver atractivo alguno. Me da igual que esté o no esté Sean Connery, actor que me gusta y que ha hecho grandes películas, o que la guionista sea Phoebe Waller-Bridge o que James Bond ahora sea padre. No me interesa nada. Esto, sin embargo, no quiere decir que no vea cine comercial; lo veo y me divierto con comedias muy tontas. Diría que soy una buena espectadora, alguien que puede ver una película que no es muy buena pero disfrutar con la interpretación de una actriz o de un actor capaces de llevar adelante la historia. Es impresionante como una buena interpretación hace que te abstraigas de los momentos más increíbles y menos verosímiles de una película, quizás no del todo lograda. Hablando de cine francés, veo cualquier película en la que aparezca Fabrice Luchini, que me parece un auténtico milagro de la naturaleza.
–Cuando comentaba los discursos elaborados de algunos de sus colegas, me vino a la mente algunas de las críticas de Pauline Kael, que no soportaba este tipo de impostura.
–En mi opinión sus críticas, que he leído, no son particularmente destacables. Es cierto que son muy suyas, pero poco más. El hecho de que en algún momento Pauline Kael tuviera alguna influencia en la acogida de determinadas películas no deja de ser una prueba de la estupidez del ser humano. Me horroriza el sentar cátedra y ella lo hacía. Cuando yo doy una opinión es una opinión, no una verdad incuestionable. No construyo un discurso para justificar si algo me gusta o no me gusta, por la sencilla razón de que muchas veces las cosas son más fáciles. No te gusta una película y ya está, no hay que dar más explicaciones. Sin embargo, las reseñas son una gran construcción a través de la cual los críticos quieren demostrar que ellos tienen toda la razón al decir que una película no les gusta. Y esta actitud me parece insoportable.
–¿Con los años se ha ido distanciando de la opinión de los críticos?
–Sí, aunque no es solo una cuestión de años. Se debe a que te das cuenta de que hoy apenas nadie hace caso a los críticos. Ayer, por ejemplo, estuve con unos chicos que acaban de salir de la escuela de cine y estoy casi segura de que si les preguntas por el nombre de un crítico cinematográfico no sabrían decirte ninguno. Están en otra cosa.
–Pasolini contaba que se enfadó mucho por una mala crítica en un folletín parroquial a pesar de que sabía que nadie la leería.
–Todos queremos gustar, queremos que nos quieran. Esta es una pulsión constante en la vida de todo creador. No es suficiente el tono tibio, quieres que te quieran mucho.
–¿Querer gustar al crítico, al mercado o al espectador no puede llevarte como creador hacia sendas que de otra manera quizás no hubieras recorrido?
–Sin duda. Lo que sucede es que, al menos en mi opinión, tratar de comprar ese cariño haciendo cosas que se supone que van a gustar a todo el mundo es la peor manera de sobrevivir como artista. Yo veo que hay mucha gente que lo hace, pero no es lo que yo quiero. Quizás porque todavía conserve el espíritu de una niña enfadada de siete años, cuando se impone una determinada cosa, voy por el camino opuesto.
–He leído que desde joven se ha sentido identificada con esta frase de Dalí: “Soy capaz de proyectarme a mí mismo en mi pequeño cine interno. Me libero a través de una salida secreta de los intentos de asediar a mi propia alma”.
–Es bonito, ¿verdad? Dalí decía unas cosas…
–Es un gran escritor
–Como escritor es fantástico. A mí me fascinan sus textos.
–Volviendo a la frase, ¿hay algo instintivo en su manera de enfrentarse al cine?
–Sí, y soy consciente de ello por pequeños detalles, por ejemplo, por cómo afronto el acto mismo de rodar, por cómo decido dónde situar la cámara o en qué espacios filmar. Me he dado cuenta de que cuando rodamos el equipo da por hecho que se filmará ahí donde está la vista más bonita. Y, sin embargo, yo soy de aquellas que ven una pared normal y corriente y creen que es el rincón perfecto donde hacer la escena. Y no se trata de que yo evite a propósito la vista bonita, sino que de repente veo a los personajes mejor encuadrados en un sitio que en otro. Esto me pasa constantemente y me hace pensar que quizás trabaje sobre todo a partir de la intuición. Diría que en la vida me equivoco menos cuando sigo mis intuiciones. Por el contrario, cuando intento ser racional o, por lo que se refiere estrictamente al cine, elaboro todo un argumentario más o menos académico para tomar según qué decisiones entonces me equivoco.
–¿Se debe a que usted no ha pasado por una escuela de cine?
–Es verdad que no he estudiado académicamente cine, pero diría que lo he estudiado de otra manera. Con 13 años intentaba leerme todos los guiones posibles, todos los libros de cine que encontraba, acudir a la filmoteca y no perderme ninguno de los ciclos que organizaban. No ha sido de manera académica, pero sí me formado desde que era una adolescente. Y siendo muy joven, no habiendo todavía rodado ninguna película, tenía una especial intuición por la puesta de escena. Recuerdo ver una película de Joseph Losey y darme cuenta de por qué había decidido cortar la escena en un lugar, por qué los personajes estaban encuadrados de una determinada manera o por qué dejaba fuera de campo determinadas cosas. El lenguaje cinematográfico fue entrando en mí de una manera natural. Yo prestaba mucha atención al montaje y a la puesta en escena, me interesaba analizar las decisiones que tomaban los directores al construir la película.
–¿Qué papel tuvo la publicidad en su formación?
–Fue mi escuela de cine. Hacer anuncios me enseñó a hacer películas. Recuerdo que un día le dije a los directivos de Cordón Negro que quería ser yo quien dirigiera la campaña publicitaria que habíamos diseñado para ellos. Salté de alegría nada más saber que les parecía bien. Imagino que aceptaron porque les demostré que tenía las ideas claras sobre lo que quería hacer. Y, sinceramente, diría que aquel fue uno de los mejores anuncios que hice, muy poético, muy bonito, como yo quería que fuese. El hecho de estar en muchos rodajes durante aquellos años dedicándome a la publicidad, pudiéndome fijar en cómo trabajaban los directores de fotografía y los operadores de cámara, cómo se montaba un rodaje y cómo se desarrollaba, me dio un bagaje y una serie de conocimientos técnicos mayores del que tenía la gente que salía de una escuela de cine.
–En alguna ocasión ha comentado que en la publicidad encontró posibilidades técnicas y económicas…
–Enormes. Y eso que abrí mi agencia de publicidad en un momento de supuesta crisis. Pero ¿cuándo no ha habido crisis? El devenir de la historia está hecho de múltiples crisis, algunas fortalecen y otras debilitan. Lo que te quería decir es que, a pesar de ese contexto con el que me topé, me encontré con unas posibilidades económicas enormes con respecto a las que había en el mundo del cine. Se podía rodar con unos medios impresionantes y, quizás, de todo lo que viví durante aquellos años lo que más me impresionó fue rodar un spot en Nueva York con tres grupos electrógenos y un operador que había ganado ya por entonces dos Oscar. Se gastaba mucho dinero, la mayoría de las veces de manera muy frívola y a mí esto me ponía de mala hostia.
–La publicidad tiene un elemento de frivolidad.
–La publicidad es por definición frívola y también tiene un elemento criminal, al inculcar mensajes de todo tipo.
–Leopoldo Pomés decía que en los años en los que se encargó del anuncio de Freixenet casi todo era posible, incluso contratar a Gene Kelly.
–Era así. Con solo 18 años empecé en una agencia de publicidad que, poco antes, acababa de rodar un anuncio con Orson Welles para un cava. Cuando me lo contaron, no me lo podía creer, me parecía algo fuera de toda medida. En mi mente de 18 años el hecho de que Welles hiciera el anuncio de un cava de aquí era algo impensable, lo más loco que había escuchado en mi vida. Dos mundos, el del cine y el de la publicidad, colisionaban. Y, sin embargo, no era nada extraño. Welles hizo spots de todo tipo.
–No es el único director famoso que ha hecho publicidad.
–En absoluto. Aparte de directores españoles, también han hecho publicidad gente como David Lynch, Martin Scorsese o Francis Ford Coppola. Y en mi caso, he llegado a hacer spots de pasta protagonizados por Gerard Depardieu. Una de las últimas veces que José Luis López Vázquez se puso frente a las cámaras fue para un anuncio de McDonald’s que yo dirigí. No lo hice porque me gustara particularmente hacer un spot para una empresa como McDonald’s, sino porque me dije: “Si no lo hago, ¿cuándo volveré yo a tener delante de mi cámara a alguien como López Vázquez? Nunca”. En publicidad he hecho muchas cosas. He podido viajar por todo el mundo y aprender mucho, pero llegó un momento en que ya no me sentía cómoda, no me apetecía seguir en un mundo que había dejado de resultarme atractivo y en el que ya no existía toda esa libertad de la que se gozaba cuando empecé. Cuando me dedicaba a la publicidad todavía había espacio para la experimentación y como director podías proponer y hacer cosas nuevas, atrevidas, crear nuevos roles. Hace muchos años, hice una campaña para Ikea donde se contaba la historia de un cambio de sexo.
–Ahora lo más esperado, aunque sea para criticarlo, es el anuncio Campofrío
–Bueno, también hice un anuncio de Campofrío…
–Su primer reconocimiento en el cine fue con el corto Mira y verás.
–Antes de hacer películas hice cortos en Super 8 y en 16. Mira y verás fue el primero que hice en 35. El corto te permite ver cómo va a ser un rodaje; es un largometraje jibarizado cuya estructura narrativa debes tener clara, puesto que debe mantener la atención del espectador durante un periodo de tiempo breve. Y, a diferencia de lo que se podría pensar, no es tan fácil, diría incluso que es más fácil mantener la atención del espectador en una película que en un corto, que tiene que sorprender. Si no lo hace, decepciona. No es nada fácil hacer un buen corto, pero los hay. He sido jurado en distintos festivales y he visto algunos muy destacables. Por ejemplo, Los desheredados de Laura Ferrés es un corto magistral, de los mejores que he visto últimamente.
–¿Los cortos son a las películas lo que los cuentos a las novelas?
–Sí, efectivamente, y es que también es extremadamente difícil escribir un cuento que, como el corto, es un microcosmos en el que puedes contar muchas cosas, pero siempre con una enorme economía de medios. No sé si les sucede lo mismo a novelistas al enfrentarse a un relato, pero para los cineastas hacer un corto es un buen aprendizaje y un ejercicio de una gran complejidad.
–Muchas de sus películas nacen de textos literarios. ¿La literatura para usted es una fuente constante de inspiración?
–La literatura y el cine conviven de manera natural. De pequeña me gustaban las películas y me gustaba leer. Siempre estoy leyendo algo, pero no leo en busca de argumentos para mis películas. Cuando leo me centro en el texto y punto. Es cierto que, a veces, en los libros encuentro argumentos que potencialmente podrían ser adaptadas al cine, pero no es este el objetivo de mis lecturas. Leo por placer; de ahí que en mis películas haya guiños de otros filmes, pero también a los libros que he leído, como se ve en Foodie Love, donde la protagonista trabaja como editora.
–Hablando de libros, he leído que lo que más le interesaba de Lolita era el viaje.
–El viaje ha sido para mí algo fundamental a lo largo de toda mi vida. He viajado mucho con los libros y con las películas antes de viajar de verdad. Yo ya había visitado todos los lugares por los que pasan Humbert y Lolita en las páginas del libro antes de hacer yo misma ese mismo viaje e ir a cada uno de los sitios por lo que pasó el propio Nabokov junto a su esposa antes de escribir la novela. Más allá del viaje, reconozco que tengo debilidad por los hoteles literarios. Soy de aquellas personas que pasa por delante del hotel donde murió Oscar Wilde y piensa que el espíritu del escritor todavía debe permanecer entre esas paredes o que visita la casa de Karen Blixten cerca de Copenhague y se la imagina ahí sentada, comiendo ostras con champagne. En este sentido, hay algo de fetichismo en todo lo que hago. No puedo evitar mencionar de una manera u otra a los autores a los que tengo manía y, de hecho, algunos de mis personajes comparten estas mismas filias y fobias.
–Su amiga Sophie Calle ha demostrado que las habitaciones de hotel dan para mucho.
–Son muy literarias, ahora hay una serie que tiene lugar en ellas. Hace 30 años, escribí cuatro historias que se desarrollaban en una habitación de hotel, pero terminó siendo uno más de tantos proyectos que nunca se llevan a cabo. Pero sí, los hoteles dan mucho de sí y, como dices, basta pensar en la obra de Sophie Calle.
–Jim Jarmush hizo una película donde todo acontecía en taxis. El proyecto de las habitaciones de hotel no es nada descabellado.
–Es que los taxis dan para mucho. En relación a lo que estamos hablando,me viene a la mente Manhattan Transfer, la novela de John Dos Passos. La leí siendo muy pequeña, no entendí nada, pero tiempo después la releí y tuvo tal impacto sobre mí que cuando pisé Manhattan por primera vez tenía la impresión de haber estado ahí antes. Eso sí, quería visitar cada uno de los lugares que aparecen en la novela de la misma manera que soñaba con visitar el Hotel Algonquin, donde Dorothy Parker había escrito algunas de sus frases más emblemáticas.
–Supongo que habrá seguido la polémica en torno a Lolita.
–[Suspira] Sí…La vida no son brochazos y, sin embargo, polémicas como estas se resuelven precisamente a partir de brochazos gruesos, sin detenerse en las cuestiones fundamentales. Lolita es, ante todo, una gran novela y a toda la gente que sostiene que se tendría que prohibir yo les recomendaría leer, además de La librería de Penelope Fitzgerald, Lolita en Teheran de Azar Nafisi. Yo no creo en absoluto que Nabokov haga una exaltación de la pedofilia, no entiendo a qué responde la polémica
–¿Son las mismas razones que llevan a algunos a pedir la prohibición de Lo que el viento se llevó?
–Si alguien me demuestra que Lolita ha fomentado la acción de algún pedófilo entonces quizás me convenzan. La pedofilia no la ha creado Nabokov, por tanto, como te decía, no entiendo esta polémica. Vivimos tiempos de gran estupidez y de una enorme ignorancia. Nos hemos olvidado de que nunca debe desaparecer el sentido crítico, pero este no nos puede llevar nunca a la prohibición. Es cierto que yo prohibiría algunas cosas, pero ninguna de las que las supuestas mentes biempensantes quieren censurar.
–¿Qué prohibiría?
–Ante todo, las Kardashian, que contribuyen a contaminar el cerebro de muchos.
–El marido de una de ellas, Kanye West, quiere presentarse a presidente de Estados Unidos.
–Bueno, habiendo lo que hay, ya no sorprende nada. Esto me hace pensar en la última carta de estos 150 intelectuales norteamericanos; entiendo de dónde viene y cuál es su origen, pero no creo que sea el momento de publicarla. El mundo académico, al que yo le tengo mucha manía, ha callado durante mucho tiempo sobre muchas cosas, permitiendo que la estupidez generalizada se instale. En relación con lo que me preguntabas antes sobre Lo que el viento se llevó, yo era pequeña, la veía y ya me daba perfectamente cuenta de que era una película racista, de la misma manera que leía La cabaña del tío Tom y me parecía horroroso todo lo que ahí se explicaba. Personalmente, creo que una película más peligrosa que Lo que el viento se llevó es El nacimiento de una nación, donde Griffith deja claro que el origen de Estados Unidos reside no solo en la opresión y el esclavismo, sino en el robo de las tierras a los nativos que vivían en el continente, nativos que o fueron aniquilados o encerrados en reservas. Aparte esto, El nacimiento de una nación es más peligrosa porque viéndola te das cuenta de que Griffith era un visionario de la narrativa cinematográfica, alguien que es consciente de las posibilidades del lenguaje y las utiliza de forma magistral glorificando el nacimiento del Ku Klux Klan. Ante esto, es necesario que la gente esté lo más informada posible para que no se deje engañar por la glorificación de la violencia y el racismo que hay una película como esta o tantas otras.
–A raíz de todo lo que estamos hablando no sé si preguntarle sobre Woody Allen.
–Me lo vas a preguntar de todos modos. Mira, el otro día tuve en la radio una discusión con un escritor que me decía que había leído su biografía, donde quedaba más que claro que era inocente. ¿Pero acaso Allen iba a confesar que es culpable? Yo he leído las actas del juicio por la custodia de Dylan Farrow y a mí me quedan muchas dudas. Ante todo, él no fue absuelto de nada y, además, el juez dictamina que él no podía acercarse por ninguna circunstancia a la niña. ¿Entonces? En su biografía, Allen dice que el problema es que Mia Farrow estaba loca pero, si mi pareja se lía con mi hija adoptiva, quizás yo también me vuelvo loca. A todo esto, en Hollywood Reporter publicaron un reportaje sobre una amante de Woody Allen, reconocida por él mismo, que tuvo una relación con él cuando ella tenía 15 años. Ella dice que no fue víctima, sino que se trababa de relación consentida. Él la dejó cuando cumplió los 21 años, quizás, porque ya era muy mayor. Ninguna acusación, ningún reproche, ¿pero dónde terminó trabajando tras terminar su relación con Woody Allen? De ayudante personal de Epstein.
A mí Woody Allen me parece un cineasta estupendo, sus películas me han acompañado y me han enseñado. Desde este punto de vista, no puedo decir nada malo. Ahora bien, desde un punto personal es otra cosa. Y lo que no comprendo es que aquí en España se haya decidido que es un hombre acosado y vilipendiado: ¿qué hacemos con Dylan Farrow? ¿No la creemos? ¿Decimos que está presionada por su madre, que es una bruja? Yo pediría a la gente que se informara y que leyera las actas del juicio. Mia Farrow, evidentemente, no es la Madre Teresa de Calcuta, pero ahí aparecen cosas que ponen los pelos de punta.
–¿El caso de Allen es equiparable al de Polanski?
–Polanski ha dirigido películas estupendas, pero esto no quita que él violó a una chica. Evidentemente, la gente puede redimirse, no digo que no, pero ¿sabes qué es lo que más me jode de Allen y de Polanski? Es que se proyectan como víctimas y no lo son. Ambos tienen una vida estupenda, chalés, familia, trabajo y dinero. Todo esto no les ha afectado a su trabajo.
–La prueba es que Woody Allen ha publicado sus memorias.
–Yo creo que las memorias debían ser publicadas y él tiene todo el derecho a hacerlo. Sin embargo, yo también tengo el derecho de criticarlas.
–Usted es crítica con el activismo de ciertas estrellas del cine.
–Creo que ciertas actitudes, como ese manifiesto de los intelectuales, es una forma de decir que uno es relevante. Yo he firmado algunos manifiestos, pero no siempre muy convencida. Las campañas en las que participo, la última de ellas Spain for sure, siempre las hago un poco a mi pesar, creyéndomelas muy poco. Si tu tuviera un plan para el mundo sería la primera en compartirlo, pero no creo que nadie lo tenga. Yo estoy en contra del entusiasmo y, cuando veo esta gente henchida de sí misma que va de negro a una ceremonia como los Golden Globe creyendo que han hecho algo relevante, me entra la risa. Su actitud me da risa y, al mismo tiempo, me conmueve ver cómo la gente cree que vestir de negro puede ser algo transformador. Y, cuidado, creo firmemente que el MeeToo tiene una cosa muy buena: los hombres que antes tocaban culos indiscriminadamente ahora se lo van a pensar un poco y las mujeres han perdido parte del miedo a la hora de denunciar determinadas actitudes. Solo por esto, el MeeToo me parece admirable. Ahora bien, todos estos famosos apoyando antes una causa y después otra… Piensa en las niñas de Boko Haram. Hubo un momento en el que Salma Hayek, Michel Obama, Oprah Winfrey y otras salían con el cartel: “¿Dónde están las niñas?”. Pasó el tiempo y a otra cosa, pero ¡las niñas siguen ahí! Yo entiendo que no se puede dar abasto con todo, pero, si has apoyado algo, por lo menos haz un seguimiento.