Aunque en el entorno familiar mi tío favorito siempre fue un simpático funcionario madrileño casado con una hermana de mi padre y que respondía por el muy hispánico nombre de Luís García, en mi falsa familia de amigos, ese cargo lo ocupó hasta su muerte el gran Bigas Luna. Siempre me trató como una especie de hermano mayor o tío de América, pero sin asomo de condescendencia, y a mí me encantaba. Cuando te sacaba a comer --le gustaba situarse en la barra de El Botafumeiro, tal vez porque en las mesas de tan noble establecimiento abundaban las parejas turbias, modelo chatarrero y jaca de algún país del este--, sabías que el papeo iba a ser una fiesta y la conversación, una mezcla de reflexión sobre la existencia y anécdotas que se te quedarían grabadas para siempre.
Se llamaba José Juan, pero nadie le llamaba por su nombre de pila, ni su primera mujer, Consol, ni la segunda, Celia. Para todo el mundo era Bigas o El Bigas. Había en su actitud algo muy zen y nunca le vi perder los estribos. Hasta su cambio de pareja se basó en la civilización y el consenso: Bigas y Consol se veían mucho con un matrimonio amigo; tanto, que hubo tiempo de sobras para que los cuatro se diesen cuenta de que preferían estar con el cónyuge ajeno; tras el intercambio, la relación siguió discurriendo con la misma placidez. Yo creo que eso dice algo bueno sobre alguien, algo muy bueno.
Yo diría que se entregó al cine con la misma actitud. A veces le salían las cosas bien y a veces no tanto: la espléndida Bilbao (1978), aquella joya rodada en plan guerrilla, sin pedir permisos para nada, fue seguida por la decepcionante Caniche (1979); tras la estimulante trilogía compuesta por Jamón, jamón; La teta y la luna y Huevos de oro, llegó la espantosa Bambola; tras la fascinante incursión en el mundo choni que fue Yo soy la Juani, se despidió del oficio y de la vida con Di Di Hollywood, un largometraje que habría estado mejor de contar con una actriz en vez de Elsa Pataky. El intento de colarse en el cine americano con dos películas magníficas, Reborn (1981) y Angustia (1987), no fue muy allá: de Estados Unidos solo le llegaron ofertas absurdas, como una secuela de Viernes 13 o Pesadilla en Elm Street (ahora no lo recuerdo con exactitud). La muerte de Pepón Coromina, productor, amigo y hermano del alma, afectó notablemente a su carrera (a los demás, simplemente, nos dejó hechos polvo).
A Bigas le encantaba el entrañable cutrerío español y el glamour de Hollywood, cosas perfectamente compatibles. Actividades aparentemente primarias como el sexo o la comida conseguía elevarlas a la categoría de arte. Algo poseur, pero nada pedante, de ese hombre permanentemente vestido de negro emanaba una especie de autoridad moral de las que no se pueden impostar (ni poner en duda) y una actitud muy bondadosa hacia las personas que le caían bien (a las otras las esquivaba elegantemente). Nos dejó en 2013 a causa de una leucemia y yo sigo echándolo de menos en la pantalla y en los restaurantes. Creo que no soy el único.