Recién sobrevividos del encabalgamiento de años, leídos recuentos y listas de lo más prestigioso y tendente a la hegemonía, proponemos rescatar no el mejor film de la temporada, sino el que más nos ha alegrado. La confirmación de un cineasta por el que siempre sentimos debilidad, figura desapercibida e incómoda, a medio camino --y, por ello, igualmente sospechoso para radicales de ambos bandos-- entre el cine de autor de herencia analítica y el divertimento popular que todavía encauza su caudal de historias a través del entramado genérico. Hablamos de Christian Petzold y su En tránsito; que es lo mismo que decir que tratamos del doble frágil y misterioso del esteta Pawlikowski y su exangüe Cold War.
Que el pensamiento sobre el cine no está reñido con su goce desprejuiciado y que incluso resulta plausible hallar una poética en el desmontaje y el gesto autorreflexivo, lo descubrió Petzold (Hilden, 1960) en sus mayores. Principalmente en Harun Farocki, colaborador, como consejero y guionista, de todo su cine hasta su desaparición en 2014 y con quien llevaba más de quince años buscándole las cosquillas a Transit, la novela de Anne Seghers que ya había sido volcada al cine por Engström y Theuring en 1977 (Fluchtweg nach Marseille) y, bajo el mismo nombre original, por René Allio en 1991.
Producto de sus profesores
Y si el patriarca Farocki y otros de su estirpe, como el ensayista Hartmut Bitomsky, le iniciaron en el arte del hojeo y el reencuadre del pasado clásico, como si el cine fuera un extraño e imposible libro de inertes fotogramas --la reveladora autopsia de visiones; propuestas de sentido y moral sobre el mundo--, podríamos clausurar la rauda novela de formación de Petzold con los ruegos de otros dos profesores: con Peter Nestler animando a sus estudiantes (en plena caída del Muro) a que abandonaran el aula y salieran con la cámara a rastrear lo real y con Dominik Graf afeando la inercia endémica de la industria comercial alemana a emprender un cine ineficaz y acolchado alrededor de actores sobreprotegidos.
Fotograma de 'En tránsito' (2018)
Buena parte de esto que --de pasada-- aquí referimos se puede inferir de una película de poco más de veinte minutos, Où en êtes-vous, Christian Petzold (2017), que el Pompidou encargó para una retrospectiva conjunta de Petzold y Farocki y donde el primero conversa con otro joven colega, Christoph Hochhäusler, mientras a cuatro manos deletrean una secuencia impresa en papel de Falso culpable de Hitchcock.
El cine: baile de tensiones
No es más que un pequeño análisis de espacios y miradas que apunta a la maestría del cineasta --cuyas famosas conversaciones con Truffaut despertaron en Petzold la temprana vocación-- para sugerir una enormidad de implicaciones a partir de pocos elementos y sabias repeticiones. También la demostración punzante de que el cine se desarrolla en un baile de tensiones, entre las cuales destacan las producidas por los desplazamientos del punto de vista --que los personajes comparten con el cineasta-- y las contaminaciones de real y ficción en un arte que baraja lúdicamente registro y representación mientras activa en el espectador una suerte de memoria.
Así, después de catorce largometrajes, y un año antes de En tránsito, la feliz paradoja de Petzold aparecía revelada al ritmo de una distendida conversación: el convencimiento de que el cine quedaba obligado a continuar, aunque en cierta medida uno supiera que en él todo hubiera tenido ya lugar. Se trata, entonces, tanto de seguir mirando (a donde no se acostumbra, a los orillados por los acontecimientos históricos, a los marginados de la contemporaneidad), como de aprovechar los estratos fantasmagóricos que las películas han ido depositando en nosotros y que alimentan el subconsciente.
Christian Petzold (Hilden, 1960)
Historias 'desnudas'
El sedimento cinéfilo-popular de Petzold responde a un puñado de hitos --Hitchcock en general y Vértigo en particular, igual que algunas derivas del fantástico más inclasificable, como, por ejemplo, Carnival of souls de Harvey, An occurrence at Owl Creek Bridge de Enrico o Los ojos sin rostro de Franju-- que le han servido para concebir sus historias desde la desnudez. El efecto de despojar de afeites peripecias y tramas para transformar el plano en un campo de fuerzas (más que acciones y reacciones: miradas que se cruzan, cuerpos que se magnetizan). Estructuras firmes y afiladas con tendencia a la circularidad y en las que evoluciona una nueva lateralidad --adolescentes, trabajadoras, veteranos de guerra, ex terroristas y otros supervivientes entre no-lugares-- rehabilitada en su condición de espectros dignos de habitar la casa del cine.
En En tránsito asistimos a una genial exacerbación de todo esto: el cine, como realidad paralela, gavilla de vidas posibles, fuente de visiones y convocante de espesores espacio-temporales para los relatos de nuestro presente, se ha desatado y provoca una radical escisión que ahora comparece en un esplendor inexplicado y calmo. Durante la primera media hora reina el desconcierto y atendemos a la evolución de unos parias, refugiados de tiempos de la ocupación en una Marsella en presente que rodea las acciones al modo de un anestesiado telón de fondo hiperrealista. ¿Qué transmite esta no coincidencia? ¿Un simple paralelismo entre los judíos y represaliados del ayer y los inmigrantes árabes de hoy? ¿Una ucronía que barajara épocas con el objetivo de ofrecerlas bajo una nueva luz?
Paula Beer y Franz Rogowski en En tránsito (2018)
'Cortocircuito' a la cronología
Petzold solo propone como respuesta los jirones de una parábola kafkiana, herida de un secreto y una angustia que no logra suturar ningún libro de historia del que se hubiera traspapelado. De tanta familiaridad con los lugares de paso --de tránsito--, cafeterías, hoteles, estaciones, suburbios, estos le han obsequiado con un vislumbre del acumulado de fantasmas que siempre acecha en sitios y paisajes. Y Petzold lo escenifica como si un rodaje irrumpiera en Marsella y cortocircuitara --como todo rodaje-- el buen discurrir de la cronología dominante, allí donde pasado y presente no se confunden y los espectros penan invisibles.
Si Jacques Rivette acertó al subrayar los sobreesfuerzos de todo tipo con los que la modernidad tuvo que lidiar para aspirar a la efectividad estética que en los clásicos surgía de forma natural, diríamos --sin ánimo de polémica-- que En tránsito es algo así como nuestra Casablanca. Y si ahora, para notar la sacudida, resulta necesario abrazar este sutil reenvío de ecos entre pasado y presente (y, claro, viceversa) seguirá mereciendo la pena cuando, como aquí, estos fantasmas del entre-tiempo --mitad cuerpo, mitad espíritu-- que todo lo han visto antes que nosotros sigan elevando el puente que permita comunicar las sombras del ayer con los miedos de la contemporaneidad.