No he tenido suerte con las novedades de esta semana en lo audiovisual, pero se las voy a comentar igualmente, aunque solo sea para que cuenten con una opinión más. Una opinión divergente, ya que tanto la serie You como el capítulo independiente de Black Mirror, titulado Bandersnatch, han sido acogidos con entusiasmo por un número elevado de clientes de Netflix.
You es una mezcla de drama, comedia y thriller con psicópata acosador que no acaba de funcionar como ninguna de las tres cosas. Basada en la novela homónima de Caroline Kepnes, You cuenta la historia de un encargado de librería que cae perdidamente enamorado de una chica que entra en su negocio y que aspira a convertirse en poetisa. A diferencia del psicópata convencional, Joe parece de lo más normal, su acoso es sutil y su voz en off nos lo hace hasta simpático. No acabamos de entender muy bien su obsesión por Beck, la típica rubia tonta con pretensiones, pero allá él. Hasta cuando se carga al novio de la chica, que es un imbécil total, nos ponemos en su pellejo y lo entendemos.
El problema es que, al cabo de algunos episodios --en mi caso, cuatro--, podemos empezar a aburrirnos mortalmente con la operación de acoso y derribo sentimental de Joe, un tipo que, en el fondo y pese a su brillante palabrería, tiene tan poco interés humano como la pobre Beck. Cuando contemplé la posibilidad de enchufarme al capítulo cinco y llegar hasta el final de la temporada, me entró tal ataque de pereza y desinterés --tantas series y tan poco tiempo, ya se sabe-- que opté por despedirme de ella para siempre e intentar refugiarme en un valor seguro.
Volví a meter la pata. Black Mirror es una serie magnífica, compuesta por una antología de distopías muy inquietantes, y su creador, Charlie Brooker, es uno de los escritores más ingeniosos que hay en la ficción audiovisual contemporánea. Pero en el capítulo independiente Bandesnatch, de noventa minutos de duración, se ha pasado de listo. Resulta que la historia es interactiva y, en vez de dejárnosla ver en paz, van apareciendo en pantalla preguntitas que, según nuestra respuesta, llevarán la trama en una u otra dirección. Confieso que no hice caso de las preguntitas y llegué al final de la manera más pasiva posible.
La prometedora historia, ambientada en 1984, del joven programador que enloquece diseñando un videojuego basado en un libro cuyo autor también se zumbó y acabó decapitando a su esposa, se resuelve, en mi versión, de manera no muy satisfactoria. Y no pienso perder varios días respondiendo preguntas y llegando a todos los finales posibles, que según el guionista son cinco, según el productor doce y según algunos espectadores ocho. Creo, además, que esta dejación de responsabilidades por parte del escritor --y esta manía de la interactividad, fundamental en los videojuegos, pero innecesaria en la ficción: a ver si se aclara el autor con lo que nos quiere contar-- no es más que un truquito para hacerse el moderno y conseguir más audiencia. Si ésa era la intención del señor Brooker, hay que reconocer que lo ha logrado: en Gran Bretaña han saludado la propuesta como algo brillante e innovador. Mejor para ellos.