Larry David (Brooklyn, Nueva York, 1947) se hizo asquerosamente rico gracias a la serie Seinfeld (1989-1997), que creó a medias con su compadre Jerry Seinfeld y de la que llegó a escribir casi cien episodios. Como ya tiene una edad, podría haberse tumbado a la bartola, viviendo como Dios de los royalties, pero en 2000 volvió a la carga televisiva con una serie sobre sí mismo o lo que él denomina “una versión semificticia de mí mismo”, Curb your enthusiasm (que significa, aproximadamente, Aparca tu entusiasmo o No te entusiasmes mucho, aunque en España se emitió, simplemente, como Larry David). Tras ocho temporadas seguidas –pueden encontrarse en HBO—, Larry se tomó un descanso, pero en 2017 se cascó una temporada más, la novena, que es la que devoré durante un reciente fin de semana.
Si Seinfeld era, según sus creadores, “una serie que no va sobre nada”, Curb your enthusiasm se centra casi exclusivamente en la estupidez humana y sus múltiples posibilidades cómicas. Si el humor de Seinfeld era más bien blanco y para todos los públicos -aunque la estupidez era también el subtexto—, el de Curb your enthusiasm está más cerca del de Ricky Gervais en Extras, aunque sin alcanzar sus límites de crueldad. Larry David se interpreta a sí mismo o, mejor dicho, a una versión especialmente desagradable, metepatas y molesta de sí mismo. Si en las primeras temporadas Larry parecía una víctima del bullshit circundante, últimamente es él quien provoca las situaciones más incomodas y desagradables, de las que siempre parece extraer un extraño placer. Nunca deja pasar la más mínima oportunidad de cagarla, sobre todo en compañía de sus sufridos amigos, algunos de los cuales también se interpretan a sí mismos, como Ted Danson y Mary Steenburgen. Comedia autorreferencial -sin que ello afecte negativamente a la comprensión y el disfrute de la propuesta—, Curb your enthusiasm transcurre en el mundo del espectáculo de Los Ángeles (cierto conocimiento de éste, ayuda, todo hay que decirlo). El principal objetivo de la serie es provocar vergüenza ajena en el espectador, ¡y vaya si lo consigue! La telecomedia española Vergüenza, ejemplo del poshumor nacional, le debe mucho.
En la novena temporada, Larry tiene la brillante idea de montar un musical de Broadway sobre Salman Rushdie y el ayatolá Jomeini titulado Fatwa. Es como escribir un musical sobre Auschwitz, pero a Larry le parece una ideaca fabulosa. Lamentablemente, se enteran en Irán y le cae una fatua a distancia, lo que le obliga a esconderse, disfrazarse y hacer el ganso sin tasa a la espera de que los islamistas se olviden de él. En busca de consejos para sobrevivir, visita al genuino Salman Rushdie, quien le asegura que, con una fatua encima, se folla mucho más y mucho mejor, lo cual anima un tanto a Larry (su mujer en la ficción le plantó en la sexta o séptima temporadas, y la auténtica más o menos por las mismas fechas. Una y otra eran devotas de las buenas causas y de la sostenibilidad del planeta, lo que llevó a Larry a decir tras el divorcio de la de verdad: “Ahora podré encender todas las luces de la casa a la vez sin que me echen la bronca”).
Tras el lapso transcurrido entre la octava y la novena temporadas, Larry sigue en plena forma: hilarante, insoportable, más metepatas que nunca e irritante a más no poder. Uno le acaba cogiendo cariño, pero no sabe muy bien por qué.