Hans Rosenfeldt (Boras, Suecia, 1964) es el creador de una de mis series favoritas de los últimos tiempos, El puente, de la que hicieron una versión norteamericana con el mismo título y una anglo-francesa llamada El túnel, que ya comentamos en esta misma sección hace un tiempo. A medias con Michael Hjorth, escribe unas magníficas novelas policiacas protagonizadas por Sebastian Bergman, asesor psicológico del departamento de homicidios de Estocolmo y un tipo insoportable donde los haya por su falta de empatía generalizada con los seres humanos, por lo sobrado que va siempre y por lo listo que se cree (lo es, ciertamente). En España las publica Planeta --llevamos cinco entregas-- y las recomiendo fervientemente, pues por obra y magia de los autores, Bergman es un señor al que uno le acaba cogiendo cariño a su pesar, sobre todo a medida que el racionamiento de datos personales sobre él se va haciendo más generoso libro a libro.
Más difícil era que sintiéramos algo por la inspectora Saga Noren, protagonista de El puente, que a simple vista parecía una loca sin alma y luego resultaba ser una víctima del síndrome de Asperger que, a su manera, la única de la que era capaz de comportarse, tenía su corazoncito. En su primera experiencia británica, la serie de Netflix Marcella, Rosenfeldt lo ha vuelto a lograr: la inspectora Marcella Backland parece al principio una mujer tensa, obsesionada por su trabajo, dotada de un carácter agrio y, para colmo, poseída por unos ataques de ira durante los cuales hace cosas que luego no recuerda. Aparentemente más normal que Saga Noren, Marcella es cualquier cosa menos normal. De hecho, parece una mezcla de la protagonista de El puente y de Sebastian Bergman: la habilidad de Rosenfeldt para la creación de personajes tan perturbados como fascinantes es innegable.
Tras tragarme en un tiempo récord la primera temporada de Marcella --que gira en torno a un asesino en serie al que le gusta atar a sus víctimas, envolverles la cabeza en una bolsa de plástico y sentarse a ver cómo la diñan, y en la que la inspectora Backland acabará sospechando de sí misma al coincidir uno de sus ataques de ira amnésica con uno de los crímenes--, no veo la hora de ponerme con la segunda, que Netflix colgó hace unos días. Es más, he decidido consumir todo lo que produzca el señor Rosenfeldt de ahora en adelante, ya sea en el sector literario o en el audiovisual. Es el suyo uno de los pocos casos de la televisión contemporánea en los que se puede afirmar sin temor a equivocarnos que el guionista es la estrella. Algo que no sucedía desde los tiempos del difunto Dennis Potter. En el tema que nos ocupa, la complicidad de la protagonista, la estupenda Anna Friel, resulta fundamental.