Hay tres fotógrafos que tienen siempre un éxito asegurado. Brassai, Cartier-Bresson y Doisneau. Los tres, testimonios espléndidos de un París de la postguerra, especialmente su romanticismo pobre y bohemio, hoy ya desaparecido. Cualquier centro de arte que organice una exposición sobre cualquiera de los tres, sea una retrospectiva o una selección, una expo conceptualmente lograda o un fiasco, convoca invariablemente a las multitudes.
También me convocan a mí esos tres artistas de la captura del instante, aunque el medio ideal para las fotos sea, en mi opinión, las páginas de un libro o de una revista. Por eso este otoño, estando unos días trabajando en París, no me perdí Instants donnés, una gran exposición de 350 fotografías de Robert Doisneau (1912-1994) en el musée Maillol.
La imagen más famosa de las muchas de las que captó Doisneau es El beso, en la que una pareja, mezclada en la multitud anónima que camina frente al ayuntamiento de París, se enlazan en un beso romántico y apasionado. Se han escrito ríos de tinta sobre esa imagen, aunque sea construida, ficticia.
Belleza arrebatadora
La otra foto que inmediatamente asocio –y no soy el único-- al nombre de Doisneau es el retrato del poeta Jacques Prévert, sentado bajo unos árboles, ante una mesita típica de los bistrots franceses, con un perro a sus pies, la mirada perdidiza en no se sabe dónde.
El fotógrafo Robert Doisneau
El poeta viste con un traje muy elegante, calza mocasines, lleva sombrero y un cigarrillo en los labios, que dibujan una mueca escéptica, y sobre la mesita descansa una copita de vino o de licor. En la copia que dedicó a Doisneau, la dedicatoria dice: “A Doisneau, de Prévert, exhausto por la estupidez del mundo” (effondré para la vacherie du monde).
Pero no fui al museo Maillol para ver El beso, ni para ver a Prévert, sino con la esperanza de que se expusiera también la serie de fotos titulada La balade de Pierrette d’Orient.
Había en el museo mucha gente, muchas fotos, y mucha gente sacándose selfies ante las fotos de Doisneau. Por fin di la vuelta a una esquina y sí, allí reinaban las imágenes, tomadas en 1953, de Pierrette en su caminata o andadura (balade en francés), y no “balada” (ballade), como a veces se traduce.
La imagen más icónica de Doisneau
Pierrette era una joven morena, de belleza arrebatadora, que tocaba el acordeón, acompañando a la cantante Madame Lulú (Lucienne Fredus), por los hoy desaparecidos bistrots de Les Halles y en las cafeterías del barrio latino. Carniceros con su delantal de hule manchado de sangre, y albañiles con la boina calada, sentados ante su menú barato y su frasca de vino, y camareros de torcida pajarita tras la barra de mármol o de zinc, observan a la extraña pareja femenina como una aparición medio humana medio angélica.
¿Ficción estupenda?
Lulú, una señora de media edad y algo regordeta, canta, y Pierrette, apoyada en alguna pared, la acompaña al acordeón, manteniendo mantiene siempre esa actitud distante, esa mirada altiva, inaccesible. Forman una pareja extraña y desigual, algo patética, que invita a toda clase de especulaciones.
Parece que Doisneau y el escritor Robert Giraud, con el que aquel colaboró durante unos años, y que estaba especializado precisamente en la vida de las clases trabajadoras parisienses, siguieron a las dos mujeres durante unos meses por calles y establecimientos. La última foto de la serie, que es la que reproducimos en esta página, las muestra junto al Sena. Por encima del hombro, del que lleva colgado el acordeón, Pierrette dirige al fotógrafo, o a nosotros, una mirada seria, casi hostil, como diciendo: “pero vamos a ver, ¿qué demonios quiere usted, por qué no deja de una vez de seguirnos?”
Cuando consigo salir del hechizo de esas imágenes de un París que ya no existe, y de una joven acordeonista que ya ha muerto, hallo un ambiguo consuelo al recordar que de Pierrette y Lulú no se sabe absolutamente nada, no han dejado ningún dato de sus vidas salvo estas fotografías, y pensar que, igual que El beso, acaso también La balade de Pierrette d’Orient sea un montaje, una estupenda ficción de Doisneau.
