En la música pop se usa el término anglosajón one hit wonder para señalar a los cantantes o grupos que tuvieron un solo éxito a lo largo de su carrera, gente que dio en el clavo (comercial) una vez y de la que luego, en muchos casos, nunca más se supo.
Puede que resulte algo exagerado definir al norteamericano Art Spiegelman (Estocolmo, 1948) como un one hit wonder del mundo de los comics, pero la verdad es que la única obra memorable que se le conoce es Maus, una historia espléndida (y muy larga) sobre el holocausto judío a manos de los nazis que se publicó originalmente en dos tomos (en 1986 y 1991) y se prepublicó por entregas en la revista Raw (que llegó a sus lectores entre 1980 y 1991), que editaba el propio Spiegelman junto a su mujer, la francesa Françoise Mouly (París, 1955) y que ofreció al público norteamericano lo más interesante de la historieta alternativa local y del comic europeo (ahí descubrieron los gringos, entre otros, al gran Jacques Tardi).
Maus es una obra que causó un gran y merecido impacto en la opinión pública y la esfera cultural en relación con los comics. Los originales fueron expuestos en el MOMA de Nueva York y a su autor le cayó el premio Pulitzer por ella. Estaba basada en las vivencias personales de los padres del artista, Vladek Spiegelman y Anja Zylberberg, judíos polacos que sobrevivieron al campo de concentración de Auschwitz y que, tras un breve paso por la Europa occidental, emigraron a Estados Unidos en 1951 (tras perder a su hijo mayor en la represión nazi, un hecho que marcó para siempre a su hermano pequeño, Art, aunque éste nunca llegara a conocerle y se tuviera que conformar con las fotos de él que corrían por casa).
En una curiosa y afortunada decisión estética, Spiegelman fabricó una fábula tenebrosa protagonizada por gatos nazis y ratones judíos (de ahí el título de la obra, Maus), consiguiendo una de las mejores y más emotivas aproximaciones a los horrores del nacionalsocialismo alemán.
El pobre Art creció con el tormento mental incorporado, cosa que explica su crisis nerviosa de 1968, breve, pero contundente, que lo llevó a ser internado una temporada en un psiquiátrico. Poco después de que le dieran el alta, su madre se suicidó por motivos nunca aclarados, pero que parecen tener su origen en todas las penalidades sufridas antes de su llegada al barrio neoyorquino de Queens cuando Art tenía tres años.
Aunque su padre quería que fuese dentista, nuestro hombre se inclinó por las artes plásticas y el cine, llegando posteriormente al medio con el que se haría moderadamente famoso, los tebeos. A diferencia de otros dibujantes norteamericanos, Spiegelman siempre mostró interés por lo que se cocía en Europa, puede que felizmente influenciado por su mujer, quien, por cierto, llegaría a directora de arte del semanario The New Yorker (donde siempre barrió un poco para casa, privilegiando a autores franceses sobre los de otras procedencias: la contribución española siempre fue muy escasa, limitándose a autores como Ana Juan, Javier Mariscal o Max, a los que tampoco se permitió que se mataran trabajando para tan gloriosa cabecera).
De ese interés surgió Raw, que fue una gran revista en todos los sentidos, desde el formato hasta el contenido de sus páginas, que reunían a lo mejor de cada casa en un sentido literal. Ahí se publicó a sí mismo nuestro héroe, ofreciendo su Maus por entregas.
Tengo la impresión de que el señor Spiegelman se vació con Maus y, en cierta manera, se quedó sin gran cosa que decir. Puede que lo más destacable del resto de su producción sea la adaptación del poema erótico de Joseph Monroe March (Nueva York, 1899 – Los Ángeles, 1977) The wild party (March tuvo también una cierta carrera en Hollywood, trabajando especialmente para el estudio del pintoresco magnate Howard Hugues).
Como ilustrador, su trayectoria ha sido impecable. Y dada su especialidad en desgracias humanas, no es de extrañar que una de sus mejores piezas sea la portada que realizó para The New Yorker tras el atentado a las Torres Gemelas de Manhattan: una cubierta negra en la que se atisbaba la estructura de los rascacielos derribados por los terroristas islámicos. Spiegelman volvería más ampliamente sobre el tema con su álbum de 2004 Sin la sombra de las torres, que, sin estar nada mal, no llegaba a la altura de su celebérrimo Maus.
Puede que sí tengamos derecho a considerar a nuestro hombre un one hit wonder, pero ese hit es de tal magnitud que se le perdona que no haya sido capaz de fabricar otra obra a su altura. Como le dijo Orson Welles a Peter Bogdanovich, "basta con una sola película para que te recuerden". En el caso del comic y del señor Spiegelman, creo que la sentencia del autor de Ciudadano Kane resulta perfectamente aplicable.