Es indudable que el principal representante de la era del grunge es el difunto Kurt Cobain, líder del grupo Nirvana. Pero si alguien explica como nadie lo que fueron los años del grunge para los jóvenes de Seattle en los 90, ése es el inefable Buddy Bradley, criatura de ficción creada por el dibujante y guionista Peter Bagge (Peekskill, Nueva York, 1957) y cuyas andanzas, como protagonista del tebeo Hate (Odio), se publicaron entre 1990 y 1998, editadas en Estados Unidos por Fantagraphics y en España por La Cúpula (en álbumes muy bien traducidos por Hernán Migoya), previa aparición en las páginas de la revista El Víbora. Cobain y Bradley representaron, cada uno a su manera, el inevitable angst juvenil que acompaña a cada generación (ninguna se ha librado): Cobain, de manera trágica, pues acabó volándose la cabeza con un rifle cuyo gatillo tuvo que apretar con el dedo gordo del pie; el pobre Buddy, desde una perspectiva humorística self deprecating, muy propia de una persona lúcida que es plenamente consciente de que ni él ni a su generación les espera un brillante porvenir.
Buddy Bradley empezó su carrera en el mundo de los cómics como un personaje más de The Bradleys, familia vagamente disfuncional (la de Bagge constaba de cinco hermanos y un padre militar: no sé si se inspiró en ella, pero no me extrañaría), que su creador desarrolló en diferentes revistas durante los años 80 (Bagge creó con un amigo Comical Funnies en 1980, y ahí fue donde lo descubrió el gran Robert Crumb, su ídolo, y se lo llevó a Weirdo, publicación en la que Bagge acabó reemplazando a Crumb como mandamás entre 1983 y 1986). Entre 1985 y 1989, el señor Bagge publicó el tebeo Neat stuff (publicado en España como Mundo idiota), y en 1990 decidió convertir al segundón de Buddy Bradley en el protagonista de su nueva revista, Hate, chapada en 1989 y resucitada recientemente con la intención de que veamos qué ha sido de Buddy y su pandilla de entrañables perdedores treinta y tantos años después (mientras escribo estas líneas, el amigo Migoya, desde su voluntario exilio peruano, está traduciendo las nuevas andanzas de los supervivientes del grunge). En el ínterin, Bagge ha publicado algunos libros de temática social que, sin estar nada mal (Credo, Fire o La mujer rebelde) carecen, al menos para mí, del gancho que distinguía a Odio, una historia que no sé si vuelve por exigencia popular o porque su creador deseaba regresar al mundo que le granjeó la fama (dentro de un orden: estamos hablando de cómics) y en el que tan cómodo se encontraba de joven.
Reconozco que, en su momento, el dibujo del señor Bagge no me resultaba especialmente atractivo, motivo por el que llegué algo tarde a Hate. Fue mi amigo Ignacio Vidal-Folch quien me dijo que me estaba perdiendo algo importante, y tenía razón (como cuando me convenció de que debía vencer mi resistencia al dibujo de Vallés y rendirme a su oblicua magia): fue leer un ejemplar de Hate y engancharme por completo a las desventuras de Buddy, su novia y sus amigos, que sobreviven como pueden en esa ciudad que Nirvana puso en el mapa y que a ellos les resulta tan hostil como cualquier otra. Odio es, de hecho, una sitcom dibujada, un Seinfeld gráfico que, como la serie de Larry David y Jerry Seinfeld, no trata específicamente de nada en concreto, más allá de la típica desorientación juvenil y de las usuales dificultades de hacerse mayor en una sociedad teóricamente rica de la que a ti solo te llegan las migajas. Hate es un retrato generacional, pero también una historia transversal de iniciación que podría haber sido un drama si su creador no hubiese llegado previamente a la misma conclusión que el rumbero Peret; o sea, que en esta vida es preferible reír que llorar.
El humor de Odio no es ni amable ni despiadado, sino más bien agridulce, y cualquiera que sea joven o lo haya sido entrará fácilmente en sus páginas (aunque ni loco se quedaría a vivir en ellas). Peter Bagge no es un tipo atormentado, sino un fatalista amable, o eso me pareció cuando me lo presentaron en un salón del cómic de Barcelona y me dio un agradable ratito de conversación. Cuando le pedí amistad en Facebook, me la concedió, y hasta ha tenido el detalle de responder a algunos de mis comentarios sobre lo que cuelga en Villa Zucky.
Gracias a Hate, mi vida fue más entretenida durante la década de los 90, y espero que vuelva a alegrármela con ese regreso de Buddy y su pandilla que está publicando por entregas en su país (tengo paciencia y puedo esperar a que las diferentes entregas se recojan en un libro). Tomarse a respetuosa chufla la década del grunge, tan entregada al drama juvenil ante el absurdo de la existencia, es algo que no estaba al alcance de cualquiera. Protegido por el humor, el señor Bagge retrató el zeitgeist de su época para solaz de todos aquellos que, pese a considerar que la vida está sobrevalorada, nunca tuvimos la menor intención de volarnos la cabeza con un rifle. Por no hablar de que, en España, ya me dirás tú de dónde vas a sacar el rifle.