Una de las fotografías de Isabel Azkarate del almacén del American Museum of Natural History, New York, 1980-1981.

Una de las fotografías de Isabel Azkarate del almacén del American Museum of Natural History, New York, 1980-1981. FOTOTEKA KUTXA/ ISABEL AZKARATE FUNTSA

Artes

Isabel Azkarate: imágenes entre el arte y el reportaje

La fotógrafa, considerada la primera reportera gráfica del País Vasco, es autora de un amplísimo trabajo que aúna el desgarro de la realidad y el interés humano en los años de la España de la Transición

12 septiembre, 2024 13:01

Las fotografías de Isabel Azkarate revolotean alrededor de esa delgada línea donde alguna vez coinciden el arte y el reportaje. Son el resultado de su mirada sagaz, de su talento para captar lo extraño y, también, de la suerte, pues muchas de ellas pertenecen a un espacio inesperado que no se busca, sino que se encuentra. Así ha ido levantando un laberinto de instantáneas, creación y reflejo de lo visto ahí afuera. Pura realidad trascendida por la alta aristocracia del blanco y negro.

Isabel Azkarate (San Sebastián, 1950) acumula casi medio siglo de trabajo que probablemente tuvo su clímax en los días de la Transición. Recogió en papel baritado el calambre de las calles y dejó una serie de instantáneas que podrían servir de sismógrafo de los tiempos que estaban por venir. Se trata de un relato escogido entre cientos de miles de negativos para un país que, a comienzos de la década de los ochenta, había cambiado de nave, de rumbo, de timonel y, bien mirado, casi de tripulación.

La fotógrafa Isabel Azkarate, en la inauguración de la exposición que le dedicó el Museo San Telmo de San Sebastián.

La fotógrafa Isabel Azkarate, en la inauguración de la exposición que le dedicó el Museo San Telmo de San Sebastián. IKER AZURMENDI / MUSEO SAN TELMO

Aún no andaba por la treintena y la donostiarra, que tenía en sus manos una Nikon F2 de segunda mano, ya venía de vuelta de Barcelona –aprendió el oficio en el Centro Internacional de Fotografía, con sede en el Raval– y de Nueva York. Fue entonces cuando se enroló en el periódico La Voz de Euskadi, gestionado por una sociedad laboral de periodistas provenientes de las extintas cabeceras de la Prensa del Movimiento, y empezó a colocar sus trabajos en revistas como Interviú, Tiempo, Cambio 16 y Ajoblanco. 

Evidentemente, son los años de plomo del País Vasco el territorio único de esta fotógrafa, cuando igual se desayunaba un coche bomba que una huelga en la siderurgia. Pero hay mucho más: los internos de la cárcel de Martutene, los enfermos del psiquiátrico de Santa Águeda y los yonquis de una clínica en Oiartzun, por ejemplo. En cualquiera de esas geografías dañadas, ella despliega los ojos y, de tanto mirar, extrae unas imágenes que (sin perder elegancia) podrían cambiar el corazón de sitio al que se pone delante.

No es extraño, por tanto, que a Azkarate se la haya definido como la primera fotoperiodista de Euskadi, quedando al frente de un pelotón en el que también figurarían Maite Bartolomé, Isabel Knörr, Marisol Romo y Begoña Rivas, entre otras. Bajo ese blasón, ella ha ido, en fechas recientes, sumando buenas noticias: la incorporación de su archivo a la fototeca de la Fundación Kutxa, la exposición retrospectiva que le dedicaron en San Sebastián y la selección del libro que revisa su trabajo al completo como uno de los mejores del año por el festival PhotoEspaña. 

Instantánea tomada en el Museo Whitney de Nueva York, en 1980, ante la obra ‘Mujer al sol’ de Edward Hopper.

Instantánea tomada en el Museo Whitney de Nueva York, en 1980, ante la obra ‘Mujer al sol’ de Edward Hopper. FOTOTEKA KUTXA/ISABEL AZKARATE FUNTSA

“La fotografía de Azkarate responde a una gran necesidad de búsqueda y autoafirmación constante; un ejercicio inconsciente e inocente en sus inicios, pero que el tiempo ha afianzado como una genuina manera de vivir y estar en el mundo”, afirma Silvia Omedes en el volumen publicado por la editorial Blume. “Sus instantáneas son un imán para la naturalidad, la humildad y la honestidad, lo más legítimo y auténtico de lo humano”, añade la gestora cultural y comisaria de exposiciones. 

A este respecto, los retratos realizados a los neoyorquinos sentados relajadamente en los bancos del Central Park son un alarde de frescura y humanidad. Sucede igual en la serie que realizó en la primavera de 1979 sobre los vendedores ambulantes del mercado barcelonés de Els Encants, donde es posible descubrir esa especie de dignidad discreta con la que los tenderos gestionaban su precario negocio a la intemperie de toda clase de objetos de segunda mano.  

Consta que, durante su paso por la capital catalana, Azkarate se situó en la órbita de muchos creadores. Así, entabló amistad con Fernando Amat, diseñador y fundador de la sala Vinçon, el ilustrador Javier Mariscal, los interioristas Fernando Salas y Pep Cortés, y el cineasta Bigas Luna. En estos años, por ejemplo, se ocupó de la fotografía promocional de la película Mater Amatísima (1980), dirigida por Pep Salgot y con Victoria Abril a la cabeza del reparto en uno de sus primeros papeles protagonistas. 

Algunas imágenes de la exposición ‘Isabel Azkarate. Arte y parte’, en el Museo San Telmo de San Sebastián.

Algunas imágenes de la exposición ‘Isabel Azkarate. Arte y parte’, en el Museo San Telmo de San Sebastián. IKER AZURMENDI / MUSEO SAN TELMO

La violencia de Sendero Luminoso en Perú, las concentraciones tras el asesinato de John Lennon en Nueva York, las primeras reivindicaciones del colectivo homosexual y la predilección por el mundo del circo se suman al amplísimo carrusel de imágenes de su archivo, en el que también es posible hallar trabajos de pulso más creativo, como las instantáneas realizadas en los almacenes de un museo americano a bustos y moldes hechos en yeso o tallados en madera de procedencia amerindia y africana. 

Precisamente, esta última serie, fechada en Nueva York en la década de los ochenta, se incluyó en la exposición Isabel Azkarate. Arte y parte en el Museo San Telmo de San Sebastián (celebrada entre enero y mayo del presente año). A este trabajo le sumaron una galería de retratos de los más destacados creadores vascos y otra centrada en captar cómo el público –de cualquier edad y estatus social– iba reaccionando ante la contemplación de obras artísticas contemporáneas, particularmente representaciones del cuerpo femenino.

Podrían encajar en estas imágenes de intención artística su insistencia en los autorretratos: son abundantes las fotografías en las que ella asoma siempre cámara en mano, con su rostro reflejado frente a un espejo o algún escaparate. Tomadas por lo general para aprovechar los últimos negativos de los carretes, estas instantáneas tienen, además de la capacidad de describir la evolución física de su autora, la firme voluntad de certificar quién es y dónde está.   

A todo este variado carrusel se suma el trabajo que realizó cuando saltó de las trincheras del periodismo al acolchado desempeño como fotógrafa oficial de la Diputación Foral de Guipúzcoa (entre 1985 y 2009) y del Festival Internacional de Cine de San Sebastián (entre 1982 y 2005). Fue, precisamente, su ocupación en el certamen cinematográfico el que le permitió tomar las últimas imágenes en vida de la actriz estadounidense Bette Davis, quien solo aceptó posar para los medios oficiales del certamen al acudir a recoger el Premio Donostia en 1989.  

Varias mujeres observan una escultura de Tony Cragg expuesta en Dusseldorf, en 1989.

Varias mujeres observan una escultura de Tony Cragg expuesta en Dusseldorf, en 1989. FOTOTEKA KUTXA/ISABEL AZKARATE FUNTSA

“Más allá de los encargos profesionales y del desarrollo de algunos proyectos temáticos de su interés, el leitmotiv de su cámara ha sido registrarlo todo: la vida, la familia, los amigos, las experiencias y las relaciones. Ha inmortalizado a miles de personas y cientos de sucesos. Siempre de manera directa, sin filtros, sin prejuicios, tratando siempre de hacer honor a la realidad pues ella siente un respeto extremo por el devenir de los hechos y por la diversidad y naturaleza de las personas”, señala Omedes en el libro Isabel Azkarate, manual de título estricto y vocación retrospectiva. 

Basta asomarse a sus páginas para descubrir que la obra de la donostiarra genera espacios. Unas veces son épicos y otras, ciertamente íntimos. A esta fotógrafa, obsesiva, paciente, parece interesarle qué ocurre en quien mira algo. Qué deja en esa mirada. Qué se lleva irremediablemente. Y cómo sus instantáneas pueden ser un túnel del tiempo, una pregunta, un desafío, una nostalgia. Una quietud que no se explica de otro modo. También, acaso, una expresión de la belleza.