Miki Leal: "Se aprende de arte cuando eres feliz con el arte"
El pintor sevillano, que ha decidido abandonar Madrid para trasladarse a trabajar en un antiguo taller de cerámica en Portugal, reflexiona sobre los vínculos entre el arte y la arquitectura y el mercado comercial de la pintura
Como muchos artistas, y en su caso gracias al entorno familiar, a Miki Leal (Sevilla 1974) le tentó estudiar arquitectura, pero le torció el brazo al destino y se licenció en Bellas Artes, aunque ame los espacios y tenga un amplio currículo de colaboración con arquitectos en exposiciones. En una de las ultimas (Fala, fala) experimenta junto con arquitectos portugueses. Portugal será, en cuanto termine las obras de su nuevo hogar, desde donde seguirá mirando al mundo con curiosidad y asombro. Ha vivido en Nueva York, París y Madrid, pero su próximo destino es un viejo taller de cerámica cerca de Caldas Da Rainha, la cuna de esa cerámica portuguesa que reconocemos enseguida por su estilo naturalista y sus colores chillones.
¿Los arquitectos son mariposas o cocodrilos?
(Ríe porque este es el título que dio a una de sus exposiciones). Usé ese título, mariposas y cocodrilos, porque me gustó mucho el libro de Serge Daney, L’amateur de tennis, en el que este crítico de cine hace una metáfora entre los creadores que juegan en red, las mariposas, y los que están en el fondo de la pista, los cocodrilos. Me gustó mucho esa idea, aunque no sé muy bien cómo aplicarla a la arquitectura. Tal vez los constructores sean los caimanes de verdad, con doble dentadura. (Vuelve a reír y toma aire). Yo soy un amante de la arquitectura por tradición familiar y por inclinación propia, aunque las matemáticas me desalentaron desde el principio. Mi auténtica vocación era la música (toca la guitarra) pero me falló una beca en Berkeley y decidí matricularme en Bellas Artes. En realidad me funcionan más el oído y las manos que la cabeza (pausa sonriente), me puede la inspiración, aunque luego me da trabajo.
El artista trabaja en soledad, además.
Bueno. Depende. En mi caso sí, pero hay talleres donde interviene muchísimo personal. A veces cuando un artista se consolida se pone en marcha una maquinaria que puede resultar muy pesada: la complejidad de las materias que usas, la gestión de los espacios, los seguros, el papeleo… Aunque la creatividad sí es autónoma, ahí mandas solo tú. De todas maneras, yo soy un poco un verso suelto. Será por comodidad o por carácter, pero me gusta trabajar a mi bola, con mis tiempos, mi tranquilidad y con comodidad. No tengo equipo y eso a veces me pesa, pero también me da alas. Ni tengo dinero ni la capacidad de organizarme para hacerlo de otra manera. Mariposa, sin duda. (Ríe otro rato).
Juan Tallón retrata a Richard Serra en Obra maestra casi como el ingeniero jefe de una gran industria.
¡Qué libro tan bueno y tan divertido! Me lo reglaron y me divirtió muchísimo con ese disparate de la desaparición en el Reina Sofia, que parece casi una novela de suspense o de ilusionismo. Y fue verdad. El caso de Serra es paradigmático: un artista que mueve un equipo enorme y multidisciplinar. Otro nivel, casi un trabajo de ingeniería desde luego. Es casi una corporación, nada que ver conmigo y con mi trabajo.
Una novela de suspense en la que el asesino es la molicie de la administración.
Hombre, tanto como asesino…pero es verdad que no sé si se nos entiende. No sé si se contempla el trabajo del artista, la peculiaridad de su oficio en todos los sentidos. En mi caso, y en el de la mayoría, tenemos carreras inestables que necesitaríamos, creo yo, un trato fiscal que fuera más justo, más real con la vida laboral que llevamos. Hace poco hablaba con un amigo economista: llevo más de treinta años sobreviniendo, trampeando y muchas veces sableando a la familia, y cuando ganas un pavo te quitan la mitad. Ojo, que estoy encantado de pagar impuestos, no me quejo en absoluto, pero ante carreras tan desiguales, con tanto tiempo sin ingresar un pavo, igual debería tratársenos de otra manera. Que coticemos por periodos concretos, no por una factura que de pronto te llega pero que no te sirve para compensar los meses que estás en dique seco. No sé, fijar unos plazos, por ejemplo. En otros países se hace porque existe una tradición no tanto de proteger como de entender el mundo del arte. (Se calla y vuelve a sonreír). A veces cuando te va bien, es cuando empiezan los problemas.
Hablando del precio del arte: no parece clara la frontera entre valor y precio. Al menos, para los legos.
Bueno, eso tiene que ver con los mercados y la inversión. Cuando el arte se convierte tambien en especulación. Muchas veces se considera bueno lo que vale una cifra astronómica y al contrario. Tiene que ver con las tendencias, con las modas. Hay quien aprovecha una tendencia y produce como churros porque se los compran. Pero eso se cura con el tiempo. El tiempo pone al arte en su sitio. Solamente lo bueno permanece.
¿El ojo se educa?
La mirada se educa, aunque no se aspire a ser crítico de arte. No me quiero pillar los dedos, pero en mi caso hay una cosa rara: para mí hay obras buenas o malas. Así de radical. Los buenos se ven desde el primer momento, se les ve venir; los ves en la madurez y los sigues viendo cuando ya son viejos pellejos. Si uno no nace artista es difícil que la cosa se torne. A eso sí se aprende, pero el que es artista lo es. Y si no lo eres, lo tienes crudo. O hay genio o no lo hay. Otra cosa distinta es el disfrute, aprender a apreciar la belleza, sentirla. El público tiene que aprender a desprejuiciarse. A gozar sin complejos. Se aprende de arte cuando eres feliz con el arte.
¿A un artista le puede gustar algo rematadamente malo?
Por supuestísimo. Hay calamidades geniales. Me reconozco amante de lo malo, coleccionista de lo muy malo. Algunas cosas son tan horrorosas que rozan la excelencia (carcajada; luego recompone el discurso). Lo peor es cuando te dicen que algo divertido o interesante se ha convertido en el palabro tipo para definir una obra sobre la que hay poco que decir. En mis comienzos con la Richard Channin Foundation [el colectivo que formó en 1999 con los gaditanos Juan del Junco y Fernando Clemente] nos pusimos muy estupendos y provocadores. ¿Qué esperaban, si ya avisábamos con el nombrecito? Algunos no lo entendieron. Me pasó con el profesor y crítico de arte Díaz de Urmeneta, que me lo discutía, pero luego nos hicimos cómplices, me apoyó y escribió textos para alguna de mis exposiciones. Era una mascarada, pero no una banalidad. Tuvo su sentido.
¿De qué ciudad diría que es un cuadro?
Hay muchas... Sevilla, Nueva York, París o La Habana. Las ciudades están vivas, pero en el caso de ser un cuadro yo no colgaría ninguna de ellas en las paredes de mi casa. Tal vez algo añejo, algo de otro momento, como una acuarela de Sánchez Perrier, un pintor de finales del siglo XIX, o un paisaje muy, muy clásico. Últimamente he vuelto a la tierra, a la naturaleza. Me gusta más el campo que un buen edificio o que una ciudad.
Pues su última exposición tiene que ver con arquitectura. Y con la portuguesa.
Claro, pero usted me hablaba de ciudades y yo le hablaba de mis sentimientos ahora mismo y de lo que pondría en un marco (Sonrisa amplia). Fala, fala es un proyecto con otros dos pintores, Norberto Gil y Ángel Alén, que surgió en pandemia, allá por 2020. Se trata de conectar nuestras obras con tres arquitectos de Portugal: Álvaro Siza, Eduardo Souto de Moura y Fernando Távora. Un arquitecto español, Antonio Cruz, le hizo algunas observaciones a Norberto sobre su obra y se ya fueron enredando y contaron conmigo. Aunque siempre he ido mucho a Portugal, ahora me estoy mudando allí y tengo un proyecto profesional y de vida.
De todas maneras, el arte siempre ha estado relacionado con la arquitectura hasta que en el siglo XVII se convierte en cosa de burgueses para sus mansiones. Antes, aparte de en los palacios o en las iglesias, el arte estaba en la calle. Miguel Ángel tocaba todas las disciplinas: lo mismo hacía una plaza que esculpía un Moisés o pintaba la Capilla Sixtina. Todo era arte, todo estaba relacionado, también la música, la poesía. Se trata de un concepto de la creación artística no restringido, más abierto, más amplio. Le Corbusier y la Bauhaus rescataron esa idea y la aplicaron desde a un rascacielos a un abridor de botellas o a un sillón. No me gusta la idea de lo estratificado: el que hace el pomo, el que hace el bajante, el que pinta. Yo no soy un pintor de cuadros, o no sólo. Me encantaría que me llamaran para crear un parque, por ejemplo. Pero no me llaman (Sonrisa).
¿Le han hecho algún encargo porque encajaba con la decoración?
Sí, aunque no lo he hecho. Tampoco me iba a hacer rico (carcajada), así que no me lo tuve que pensar demasiado. Exactamente no te piden un cuadro azul y amarillo de tales medidas, pero a lo mejor ven algo tuyo en una galería y te piden que lo adaptes a su espacio: o más pequeño o más grande (Carcajadas otra vez). Siempre digo lo mismo: jamás me copio a mí mismo; a los demás, a lo mejor, pero a mí nunca. (Hace un guiño y a continuación un gesto de dignidad). En algún caso puedo enrollarme con alguna versión, pero lo cierto es que no trabajamo por encargo. Yo, al menos; otros, quizás.
Precisamente ha elegido para vivir Portugal, donde hay tan buenos arquitectos.
Magníficos. Nombres grandísimos y tambien una tradición de cuidar la obra nueva. Una biblioteca diseñada por un arquitecto municipal puede ser bellísima. No sé, tienen amor por su entorno, lo cuidan. A lo mejor es que son más pobres o tienen una cultura del paisaje urbano más refinada. Yo he ido a Portugal mucho, al Sur sobre todo, pero un año me invitaron a la Bienal de Arte del Alentejo dedicada a la cerámica. Decidí hacerle un homenaje a Bordallo Pinheiro, el gran nombre de la loza portuguesa, que era ceramista, diseñador, caricaturista, periodista e ilustrador. Tal vez no se conozca su nombre en España, pero sus soperas con forma de tomate y las ensaladeras con hojas de repollo las ha visto todo el mundo.
Me puse en contacto con el maestro Pedro Pacheco, artesano de Caldas da Rainha, y me he ido enamorando. Hemos montado un taller y una vivienda y espero estrenar mis cincuenta años allí. Es mi proyecto de vida. (Hablamos de la zona, del proyecto ciudad-librería en Óvidos y de la magnífica playa de Foz D’Arelho donde Wim Wenders rodó parte de El Estado de las Cosas). Participo en Arco de Lisboa, expongo en Oporto, me he ido quedando y ahora será definitivo. Llevo veinte años en Madrid, he vivido en Nueva York, Roma, París. Me gusta Sevilla, me gusta ir y enseñarla a los amigos. Pero mi lugar en el mundo está en una vieja fábrica de una aldea minúscula en el Norte de Portugal.
Ya en 2014 hizo una exposición sobre diseño industrial en Madrid.
Lo feo no se vende, se llamaba (Vuelven las carcajadas). El eje central era el libro autobiográfico de Raymond Loewy –de ahí cogí el nombre-, uno de los diseñadores más importantes del siglo XX. Nacido en Francia e instalado en Estados Unidos desde muy joven. La expo trataba del diseño industrial antes de la Bauhaus y de su fábrica textil en Viena. Tenía elementos de la vida, os objetos de Loewy y una pareja de SIM (un video juego de simulación). Siempre me ha interesado ese proceso entre lo manual y lo fabril.
¿Hasta qué punto le afecta su entorno?
Yo soy muy de estar queriéndome quedar en los sitios, de elegir dónde quiero vivir. Debo arrastrarlo desde que murió mi padre cuando yo tenía 16 años y me quedé tocado por haberlo tratado tan poco. Fui consciente de lo corta que es la vida como para perder el tiempo estando a disgusto. Siempre me he involucrado en los lugares en los que vivo. Escribí un libro con Fidel Moreno –De la costa Azul a la Selva Negra- sobre la unidad habitacional que propone Le Corbusier con Le Cabanon y la casa de Heidegger en la Selva Negra. Fíjese, las dos son minúsculas. En el caso de Le Corbusier se va a vivir los últimos años de su vida a un espacio de 3,6 por 3,6 metros. Tenía todo lo que necesitaba para crear, claro, pero con el mar a sus pies y en medio del campo. Su mujer y él siempre comían en restaurantes. No necesitaba más. Así estuvieron veinte años.
¿Ya tiene su propia cabanon?
No. Mi casa-taller no mide eso y no me la he construido yo (Sonrisa amplia). Hablé con muchos arquitectos amigos, entre ellos Guillermo Vázquez Consuegra, pero al final el taller y la casa me lo ha hecho el Estudio Martin Majan, con el que tengo un intercambio artístico, mental y económico. (Ríe). Y en colaboración con un estudio portugués. No sabe lo escrupulosos que son los portugueses con el papeleo (resopla).
¿El mundo le afecta o vive ensimismado?
Uf. Es lo que dice Borges: cuando más te miras y más hondo y más universal eres. Suelo estar pendiente de lo que pasa y asumo toda esta crisis de modelo económico, político y el disparate que hemos hecho con la naturaleza. Pero cada vez soy más un pintor dominguero que coge su paleta y su lienzo y se va al campo a pintar. Me siento así. Necesito una cierta anacronía, tranquilidad. Me veo como si fuera Monet o David Hockney refugiándose en los Hamptons.
La ciudad es hostil.
Hostilidad es una palabra gruesa, aunque el mundo muy hostil. La ciudad, que en mi caso es Madrid, me abruma, me secuestra, me roba el tiempo. Todo es muy complicado, desde dar un paseo hasta tirar la basura. He sentido que vivía para sobrevivir. Yo quiero levantarme, tocar la guitarra, pintar. Vivir. En Madrid me paso el ochenta por ciento del tiempo haciendo cosas que no me interesan, corriendo para nada. Desde Portugal, cuando quiera ir a Arco o a ver a los amigos o hacer algo que me importe, lo haré con ganas. Me tomaré las copas que hagan falta y volveré a mi refugio. (Expresión de felicidad). Mientras, cada vez más zen.
¿Y es feliz pintando?
Yo no soy nada angustioso como artista, tiendo a ser alegroso. (Lo corrobora con una amplísima sonrisa). No le dedico mucho tiempo al pánico, la verdad. Me trato bien, me instruyo, leo a Plutarco. Si algo me obsesiona es saber para no ser esclavo de mi ignorancia. Picoteo de todo. Ahora quiero saber más de la vida de Julio César. Tener curiosidad me sirve para crear. Todo me vale. Yo leo una poesía e inmediatamente me viene una imagen.
O sea que es lector de historia y de poesía.
Leo de todo, pero muy desordenado y de forma inconstante. Puedo empezar varios libros a ala vez y dejarlos sin terminar, depende de lo que me interese. Me gusta releer, aunque parezca una contradicción. He tenido una expo en Miami y yo no soy de los que va, monta y se vuelve. Yo me voy a vivir dos meses, conozco la ciudad, me trato con gente y leo a sus escritores y su historia. Pero de pronto me apetece releer El retrato de Dorian Gray y lo dejo todo a la mitad. Mi biblioteca podría ser una enorme colección de primeras páginas de libros, todos estupendos y todos sin acabar. De Cervantes a Montaigne. Un buen collage . Es un puzle pero a mí me sirve.
Es músico. ¿Pinta con música?
Sí, me gusta, aunque en eso tambien soy bastante ecléctico. Adoro la música francesa, la italiana, aunque de hace años, no tengo ni idea de lo nuevo que hay ahora. Creo que me quedé en Renato Carosone y en Charles Aznavour. Yo era el pequeño de siete hermanos y tiré mucho del gusto musical de mis mayores. Cuando estoy en el taller, depende del ánimo, pero suelo acudir al jazz. Ese es mi terreno, la música en la que me reconozco y la que toco. Aunque para escuchar prefiero el piano, Keith Jarret o Tete Montoliú. Los he visto veces en directo, a Tete el ultimo concierto que dio antes de morir. En Jerez. Cuando neceisto un golpe de inspiración me pongo flamenco. Ya ve, un variado.
¿Qué cuadros tiene colgados en su casa?
Menos obra mía, la de mucha gente que me gusta. Tengo sobre todo cuadros de mis amigos: Fernando Renes, Manolo Quejido, Luis Gordillo. Pero que alguien venga a casa y se encuentre con una expo del anfitrión no me gusta nada. Nada.
¿Y qué se compraría si no tuviera que pensar en los ceros?
Un Matisse. Fijo. Lo pondría en el baño como Roca (ex gerente de urbanismo de Marbella en la época de Jesús Gil). Es una broma, pero desde luego me compraría un Matisse y algo de Felix Vallotton, un pintor post impresionista suizo fallecido en 1925. Soy también ecléctico con el arte. Pero sobre todo soy pobre. (Carcajada final).