Caras, muecas, la lengua fuera, labios fruncidos...hombres y mujeres con una edad avanzada, una fusión de géneros. ¿Son importantes, de hecho, esas diferencias entre varones y hembras para entender lo que desean expresar? Los maestros flamencos jugaron con ello, quisieron que personajes anónimos mostraran sus rostros. Los pintaron y buscaron el alma para que el espectador contemporáneo pueda ahora darles valor. Es la razón de ser de Turning Heads, la primera exposición temporal que se exhibe en el Museo Real de Bellas Artes de Amberes (KMSKA), en Flandes, tras once años en los que ha estado cerrado para reformarlo por completo. Es la sensación en Europa, con una enorme capacidad de atracción para el visitante que desee conocer, a través de pintores como Rubens, Bruegel, Rembrandt o Vermeer, la expresión humana, la que hemos sabido interpretar a través de varios siglos.
Los artistas juegan con la luz, con los accesorios, pero se centran en el rostro, en el gesto, a partir de numerosos bocetos, del análisis del cráneo, del ejercicio previo del dibujo del ojo, o de la pequeña arruga en la comisura del labio. Son los ‘tronies’, las caras, en lengua flamenca, la variedad de la lengua holandesa en Flandes. La exposición, inaugurada el pasado viernes en Amberes, que estará abierta al público hasta el 21 de enero de 2024, reúne hasta 76 obras maestras que proceden de 43 instituciones de todo el mundo, entre ellas el Museo Thyssen-Bornemisza, en Madrid, que aporta la pieza Jesús entre los doctores, de Albrecht Dürer. Se trata de un esfuerzo colectivo entre el KMSKA, la National Gallery of Ireland y también con la colaboración de Visit Flandes.
Las nuevas técnicas museísticas buscan que el espectador entienda lo que ve, que lo interiorice, pero también que lo sienta, que lo viva. El renovado museo de Amberes se ha empleado a fondo. Mientras se pasea por las salas de la muestra Turning Heads, el público puede ver amplificada su cara a través de cristales en todas direcciones, colocarse sombreros exóticos y tratar de expresar la misma mueca que acaba de ver plasmada en un cuadro de Rembrandt, El hombre que ríe, que muestra también una dentadura destrozada, realista, atroz. El visitante en el KMSKA también puede ‘pintar’ a través de la Inteligencia Artificial su propio ‘tronie’, a partir del color de piel que desee, del complemento accesorio más apropiado, o con la edad que haya decidido.Pero los artistas están delante, reclaman la atención. Son obras clásicas entre el siglo XVI y XVII, siglos que han marcado de forma profunda todo el arte posterior. Son las caras de la pintura barroca flamenca y del Siglo de Oro neerlandés.
¿Quién aparece en esos cuadros para interrogar al ciudadano contemporáneo? Son los campesinos que ensalza Pieter Bruegel, o las caras de Brouwer y Rembrandt. Pero también surgen las caricaturas, con el deseo de provocar o de dejar bien claro que los hombres y las mujeres son capaces de fusionarse con rostros ambiguos, con cuerpos que nos hacen dudar. Es el caso de La mujer vieja o la Duquesa fea, del flamenco Quinten Massijs, pintado sobre madera entre 1465 y 1466. ¿Es una provocación? La cara es de un hombre, los pechos de una mujer madura. Pero, ¿esa mirada? ¿A quién se dirige? El espectador queda impresionado, mientras Nico Van Hout, el jefe de investigación de colecciones, en el KMSKA, valora cómo se pueden ejecutar hasta el milímetro obras que, aparentemente, son pequeñas, de formato reducido.
Hay, de hecho, artistas considerados menores, o que no tuvieron posteriormente el reconocimiento que hubieran merecido. Es el caso de Michael Sweerts con su obra Cabeza de mujer, realizada sobre 1654. Los ojos aparecen iluminados, es un rostro de mujer joven que mira intensamente, que busca una respuesta, y que podría ser una fotografía tomada con toda la precisión de una gran cámara.
¿Eran los modelos personajes relevantes? El espectador no verá retratos, verá caras, cabezas de personas anónimas que hacían llegar a los talleres. Y cada una de ellas tendrá una historia muy particular que el visitante podrá imaginar. Con todos esos rostros vemos los Países Bajos de la época, un territorio europeo que florecía, con una burguesía incipiente, con el protestantismo bajo el brazo.
De pronto aparece. Esa la Mujer con sombrero rojo, de Johannes Vermeer, una obra procedente de la National Gallery of Art de Washington. Llega el final de la exposición con la cara que ilustra la Turning Heads. La luz ilumina la mejilla izquierda de la mujer, pero es el ojo derecho el que nos interpela.
El renovado museo en Amberes invita a admirar otras salas. Están los “antiguos maestros flamencos” y también los modernos, en un recorrido de siete siglos de arte, con nombres como Van Eyk, Jordaens, Van Dyck, Rubens, Modigliani, Magritte, o Ensor, con una colección especial. Y está la ciudad de Amberes que reclama una reflexión sobre lo que ha sido y lo que es Europa, con el nacimiento y la consolidación de una burguesía que quería ser admirada, que dedicaba dinero al arte, y que se enriquecía con un comercio insaciable. Es la ciudad de los diamantes, una de las capitales del norte de Europa, flamenca, dentro de Bélgica, aunque siempre ha tratado de ir por libre, sin ser, tampoco, una ciudad de los Países Bajos, de Holanda.