El modelo de ciudad de Barcelona es un debate más que efervescente últimamente entre quienes habitamos la Ciudad Condal. La pacificación de las calles, la nueva ordenación de la plaza de las Glòries y el urbanismo táctico son algunas de las apuestas del consistorio que han levantado polémica en los últimos meses. Las principales intervenciones municipales han buscado mejorar las condiciones de habitabilidad de la ciudad, ganando más espacio público para las personas en detrimento del vehículo particular. Una prioridad es, sin duda, reducir los índices de contaminación del aire para garantizar una mejor salud y calidad de vida de los ciudadanos –y en especial de los niños–, pero hoy me gustaría hablar de otro problema: la contaminación acústica.
Si echamos un vistazo al mapa acústico de Barcelona, la mayoría de las calles del Eixample están pintadas de color rojo, lo que significa que sus niveles de ruido se mueven en un intervalo de entre 70 y 75 decibelios. Si nos fijamos en sus principales arterias, estas se observan de color rosa, o incluso azul oscuro, es decir, los niveles de ruido se sitúan entre los 75 y los 80 decibelios, llegando a superar estas cifras en determinadas zonas de la trama urbana. Sin embargo, según la OMS, se estima que la exposición a intensidades acústicas superiores a los 53 decibelios para el periodo diurno y 45 para el nocturno podría ser perjudicial para la salud. En concreto, diversos estudios confirman que una exposición a un ruido excesivo puede producir un deterioro en el sistema auditivo, así como alteraciones en la frecuencia cardíaca o en el descanso, entre otros efectos. Por su parte, un estudio de 2018 elaborado por la Universidad de Vic y el Instituto National de la Recherche Scientifique de Canadá corroboraba que el 88% de las manzanas con viviendas de Barcelona están expuestas a altos niveles sonoros.
Aquí en la calle Aragó más vale que tengas unos buenos vidrios porque, si no, os aseguro que no hay quien pegue ojo por las noches. ¡Cómo se notaba la diferencia cuando había el toque de queda! Al menos podía dormir sin que me despertara una marea constante de coches, motos, autobuses y camiones. El otro día, un amigo que vive en el Gòtic me comentaba que han optado por recubrir las ventanas con una triple capa de vidrio porque los camiones de la basura les despertaban cada noche como mínimo dos veces. Lo más grave de esta situación es que la Administración está externalizando la responsabilidad a los particulares, debiendo afrontar estos un gasto que no les corresponde: es el ayuntamiento quien debería abordar la cuestión del ruido como un problema de acción colectiva. De hecho, los tribunales han considerado que, en determinados casos, las Administraciones habían vulnerado el derecho a la intimidad, (¡¡¡) e incluso a la inviolabilidad del domicilio (!!!), por no llevar a cabo las medidas necesarias para mitigar estas molestias.
Por tanto, si de verdad queremos mejorar las condiciones de habitabilidad de la ciudad, la contaminación acústica es un problema que necesariamente debe ser abordado. No es suficiente con añadir cuatro árboles y reivindicar la presencia del verde en la urbe. Debemos pensar las ciudades desde las necesidades de las personas que las habitan. Implementar pavimentos sonorreductores en las calzadas y barreras acústicas en las vías rápidas o favorecer la peatonalización del centro urbano son algunas de las medidas a explorar.
Además, si estamos determinados a reducir el número de vehículos de combustión privados, debemos proporcionar alternativas a los ciudadanos para que puedan desplazarse de un punto a otro, reforzando, por ejemplo, el sistema de transporte público o incentivando los desplazamientos a pie, entre otras medidas. Una ciudad habitable es una ciudad amable para el peatón y el residente, que aboga por la movilidad sostenible y la reducción de la contaminación atmosférica y acústica. Barcelona no está condenada a ser una ciudad molesta para el descanso.