En 1901, Ambroisse Vollard publicó en París La obra maestra desconocida, de Balzac, con ilustraciones de Picasso; y la iniciativa ofreció, como resultado, una fusión del artista con la obra del autor de la Comedia humana. En un marco muy distinto, en la Barcelona 1975, Ediciones La Polígrafa, fundada por Manuel de Muga, llevó a cabo un intento de fusión similar al publicar El rayo que no cesa, con textos de Rafael Alberti e ilustraciones del gran pintor, sobre el recuerdo de fondo del poeta Miguel Hernández. En este segundo intento, tuvieron mucho que ver los galeristas de la emblemática Sala Gaspar, puntales de la Barcelona de Picasso, junto a escritores y conocedores, como Alexandre Cirici o Ainaud de Lasarte. Y especialmente sostenidos, a lo largo de medio siglo, por la pluma de Palau i Fabra, autor del poético y enigmático, Querido Picasso (Galaxia Gutenberg)
Los resultados de ambos logros --el de Vollard y el de Muga-- son tan distintos que no son ni comparables, pero tienen en común el objetivo de cruzar la creación literaria y la plástica de la mano del maestro malagueño, fuerza germinal del arte contemporáneo. La fusión entre las artes y su implicación en el tejido ciudadano han sido una presencia constante en la vida de Joan Gaspar Ferreras, fallecido el pasado jueves 15 de octubre, víctima de un infarto, a los 80 años. Deja un vacío de símbolos entre galeristas, críticos y artistas; su pasado está marcado por la plenitud de sus padres, Joan Gaspar y Elvira Farreras, el cráter de un negocio familiar atento al arte contemporáneo, sin perder de vista su papel en la crónica civil de la ciudad. En sus mejores tiempos, la antigua Sala Gaspar --cerrada en 1998, tras diez años de desconcierto producido por la muerte de Miquel Gaspar i Paronella, gestor y primo de Joan Gaspar Farreras-- mostraba cada año un conjunto de Picasso y siempre lo hacía en octubre, el mes preferido del pintor. Sin embargo, en esta ocasión, el frio otoño circunscribe el deceso del galerista, un artista sin obra, que deja una estela tras de sí.
Los creadores de la 'vanguardia'
Joan Gaspar Farreras --el nieto del fundador de la Galería, en 1909, Joan Gaspar Xalabarder-- se encontraba ahora en pleno relanzamiento de su nueva sala de exposiciones. Había reabierto este mismo año su fondo de arte en la calle Consell de Cent de Barcelona, en frente de donde se hallaba la galería del pionero, enmarcador y tipógrafo, antes que coleccionista. Los cruces de intereses levantados sobre la memoria de Gaspar Xalaberder jalonan la trayectoria itinerante de la familia. El mismo Joan Gaspar Farreras instaló en 2003 su Galería en Madrid, que fue clausurada en 2015. Su regreso se ha materializado en este año difícil de 2020, con una rentré descollante: treinta aguafuertes, litografías, grabados y cerámicas de Picasso. Pero este tardío nuevo comienzo se ha visto truncado por su repentina muerte. Gaspar Farreras ha sido uno de los supervivientes de la Barcelona neoclásica del novecientos, es hijo de la hegemonía griega frente a la latina, en choque con el art decó y bajo su envolvente arquitectura y escultura. En la numerosa saga del mismo tronco, destaca Moishan Gaspar Abdal·la, sobrino y bisnieto del fundador, que “decidió adaptar la gran aventura de la pasada centuria a la mirada del siglo XXI” --según sus palabras-- reabriendo la Sala Gaspar en la Plaza Letamendi. Así, la nueva Sala Gaspar y la Galería Joan Gaspar han convivido por algún tiempo a tiro de piedra.
Los padres, tíos, primos y abuelos de la saga promovieron a los creadores de las vanguardias, los Braque, Miró, Antoni Clavé, Alexander Calder, Josep Togores o Apel·les Fenosa; y a algunos de los mejores contemporáneos, como Enrique Brinkmann, Etienne Krähenbühl, Jean-Baptiste Huynh, Jordi Isern, Concha Sampol o Igor Mitoraj. Desde sus primeras muestras colaboraron con instituciones museísticas en eventos, casi siempre internacionales, de la mano del MNAC o del Museo Picasso de Barcelona. Fue precisamente en el centro de la calle Montcada donde Joan Gaspar Farreras hizo una de sus últimas apariciones en público, el pasado mes de junio, con objeto de la reapertura del centro, tras 90 días de confinamiento por la pandemia. El fallecido recordó entonces aquel año 1963 en el que se inauguró el Museo en Barcelona, gracias a la donación de Jaume Sabartés, el secretario del genio malagueño.
Cruce entre música y artes plásticas
Superado el medio siglo, la ciudad reflejaba en sus adoquines el vaho de las cristalerías y los serenos de noche. Para descubrir salas de arte, los turistas rebuscaban sin éxito en la guía británica; algunos atravesaban varias veces el Paseo de Gracia sin saber que allí mismo, a menos de una calle, René Metrás y Joan Gaspar encerraban la belleza quieta del óleo y la acuarela. En el libro Memòries; art i vida a Barcelona (Ediciones La Campana), el matrimonio Joan Gaspar y Elvira Farreras, --los materiales fueron recogidos por el cineasta Antoni Ribes-- revelaron los secretos del Club 49 y de su primera muestra internacional con Picasso en el candelero.
En la Barcelona de arabescos y los capiteles, Homero destronó a Virgilio, mientras la columna de wagnerianos en el Liceu se vio descabalgada por una legión de mozartianos. El hoy desconocido Club 49 fue especialmente activo en el cruce entre la música y las artes plásticas, con participación de destacados miembros, como Joan Brosa y Antoni Taìes. Era un granero intelectual en el que se acomodaron humanistas, científicos, médicos, letrados, músicos y empresarios; un foro de opinión en el que los Gaspar actuaron de lanzadera. De aquella plataforma nació Música Oberta, liderado por los compositores Walter Marchetti y Juan Hidalgo; y a través del Grupo 49, un sector de la intelectualidad catalana, encabezado por los pintores que crearían Dau Al set, encontraron su concomitante en el Madrid de El Paso.
El expositor y coleccionista desaparecido ha caracterizado aquel tiempo nodal de su familia, con estas palabras: los Gaspar fuimos una “centrifugadora cultural”. Así se expresó el entronque Gaspar--Farreras, y así encontró en su hijo un continuador, pero no imitador. Sus exposiciones significaron una celebración de la belleza tal como han dejado escrito Albert Manent, Sempronio, Carles Sentís o Lluís Permanyer, cronistas de referencia. A lo largo de su vida, el galerista fallecido ha sentido en su ciudad el peso del padre, a partir del cual él se formó un universo sostenido entre materia y forma. Su trayectoria prefiguró su final: el penúltimo Gaspar ha sido un Fausto vocacionalmente libre, pero atado a su tradición de galerista.