En salón boisserie de la sede madrileña de la Colección Daurella luce lo mejor de Mariano Fortuny; aquel enorme pintor fue el no va más del XIX, anterior a la rebelión impresionista. Y en el mismo salón, Fortuny comparte entorchados con Joaquín Sorolla. El pintor valenciano preside una pared con un impecable desnudo de mujer, cuya modelo fue la gran cupletista Raquel Meller, según coinciden los conocedores, saltándose el silencio clásico de los gestores de la colección. Fortuny, que murió prematuramente a los 36 años, explaya su genio paisajístico en las obras de la guerra africana de 1860, encargadas al pintor cuando la Diputación de Barcelona le nombró cronista de aquel conflicto colonial. Luz y virtuosismo en el dibujo, especialmente en el lienzo Coleccionista; y en la pared de enfrente de la misma sala, el Miró surrealista marcado por el lirismo de sus poemas en francés; el primer Dalí y la pintura matérica de Tàpies. El increíble collage así descrito compone un conjunto más armónico de lo que uno piensa en el primer momento.

La Colección Daurella es una de las que mejor han unido la privacidad con el compromiso moral de difundir el arte contemporáneo. Francisco Daurella, mecenas, empresario, escritor y coleccionista atento a las influencias del novecientos, agrupó su fondo en la fundación Fran Daurel --su apodo literario-- y distribuyó sus tesoros entre las exposiciones permanentes de la Fundación AMYC (sede madrileña) y del Pueblo Español de Barcelona. En los últimos años, una buena parte del legado Duarella se ha instalado además en el Empordà, concretamente en una pinacoteca situada en la localidad de Ventalló, que agrupa 138 pinturas y esculturas de artistas como Sergi Aguilar, Alfonso Alzamora, Jorge Castillo, Modest Cuixart, José Mª Guerrero Medina, Josep Guinovart, Xavier Medina Campeny, Enric Pladevall, Miguel Rasero, Josep M. Riera i Aragó, Gino Rubert y Josep M. Subirachs.

El pintor Salvador Dalí / ALLAN WARREN (WIKIMEDIA COMMONS)

Movimiento artístico

Los Daurella, liderados ahora por Sol Daurella, presidenta Coca-Cola European Partners (CCEP) y consejera del Banco Santander, han protegido su titularidad en el mundo del arte desperdigando sus piezas, pero ofreciéndoles reconocimiento público, al estilo de los mejores  marchantes internacionales. La muestra de Ventalló tiene su origen en la figura de Carlos Aguilera y Fontcuberta, cuñado de Francisco Daurella y promotor del movimiento artístico del Empordà a través de la desparecida Galería Trece.

Francisco Daurella dio un salto como coleccionista al instalar 258 obras en la mansión familiar de Aravaca (Madrid) convertida desde 2011 en la sede de la Fundación AMYC (Arte Moderno y Contemporáneo), que además de exponer sus obras contiene un auditorio donde se han representado óperas y conciertos. El AMYC se ha convertido en un reflejo brillante de las dos tendencias artísticas catalanas del XIX y del XX.  

Paisajismo impresionista

El modernismo, apólogo de la Reneixença y del romanticismo, influido por la arquitectura (Gaudí, Puig i Cadafalch o Rubió) y por la política (Bases de Manresa o Mancomunitat), culminó en el Cercle Artistic de Sant Lluch con escultores, como Josep Llimona y pintores paisajistas, como Clarasó, Baixeras, Martí Alsina o Joaquim Vayreda, seguidor de la Escuela francesa de Barbizón. La segunda tendencia pictórica, que ha recogido AMYC, es de influencia impresionista, especialmente vinculada a Els quatre Gats o el Cau Ferrat de Sitges, donde proliferan los Rusiñol, Ramon Casas, el primer Picasso, y también, Nonell, Albenitz y Baroja.

El paisajismo impresionista de Casas está bien surtido en AMYC, donde puede verse además la influencia de Manet sobre Rusiñol, profundamente marcado por el paisaje como argumento permanente de su arte --la Colección posee El lago de villa Falconieri, la pieza el Rusiñol más conceptual- anuncio premonitorio de su muerte, que le sorprendió mientras pintaba los jardines de Aranjuez.

La mujer y la naturaleza

La colección Daurella ha apretado el paso en la última década. Nos deja en la sede de AMYC obras originales de Anglada Camarasa (1871-1959), a través pequeños óleos en la noche de París, Munich o Berlín, ciudades que conoció muy bien. Formado en la Academia francesa de Julién gozó del cosmopolitismo, fiebre de su época, y supo encerrase en Montserrat durante la Guerra Civil española para regresar después al éxtasis colorista del post-impresionismo. Por su parte, Josep Cusach (1851-1908), militar de profesión que dedicó su vida a la pintura y a los caballos, es uno de los artistas recomendados por el coleccionista. En el trabajo de Cusach, algunos críticos dicen haber percibido el modo de hacer de Velázquez y Manet, una influencia más fácil de entender de lo que parece.

Destacan también las aportaciones de Sunyer, con un tratamiento del paisaje cercano a Cézanne. Su obra Tres mujeres nos acerca al tratamiento del tema femenino por parte de Picasso, donde la mujer simboliza la naturaleza y la fertilidad, dos roles muy alejados de la hembra frágil, muy en boga a finales del XIX. También son destacables las piezas de Emilio Grau Sala, con lienzos como Dos nenes o Rue de Chevrese, con capas de colores tenues, dentro de la misma gama.

Las noches frente al mar

Los Daurella gestionaban un grupo de empresas antes de convertirse en accionistas de Coca Cola. Francisco (Paco) y José (Pepe) Daurella vivieron a fondo los aires de renovación minoritaria en los años 50, un momento en el que las capas emergentes del mundo empresarial coincidieron con la generación literaria del Medio Siglo (los Marsé, Barral o Gil de Biedma, entre otros) y con la ruptura vanguardista de Dau al Set, el grupo de los Joan Brossa, Joan Ponç, Antoni Tàpies, Arnau Puig, Modest Cuixart o Joan Josep Therrats. Los emprendedores de noble cuna trasladaban anhelos inciertos a las noches insomnes de jolgorio comedido. Los Daurella encajaron entonces en el selecto grupo de la autoproclamada brigada del amanecer, una mezcla de poder económico e ideal de libertad. Los jóvenes Samaranch, Godia, Salisachs, Andreu, Calviño, Daurella o Güell, solían terminar sus fiestas al despuntar el alba sobre los jardines de Santa Clotilde, en Lloret de Mar, levantados por el marqués de Roviralta y obra del paisajista Nicolau Rubió i Tudurí

Las noches alocadas en los verdes frente al mar no fueron nunca una casualidad. Aquellos jardines del doctor Raül Roviralta i Astoul, hijo del indiano Teodor Roviralta i Figueras, que se asoció con Salavor Andreu para urbanizar Collserola, eran un símbolo del éxito en los negocios. El alba solo despuntaba cuando los fiesteros recobraban el resuello, como aspirantes a ocupar los puestos de mando de la industria y las finanzas que había dejado la burguesía de la Revolución del Vapor. Teodor Roviralta se puso en manos del arquitecto Rubió Bellber y convirtió un antiguo convento en la simbólica mansión El frare blanc, un manifiesto urbano-futurista de su tiempo que acabaría en manos de los Salisachs. La proximidad entre los Rubió y los Roviralta así como la colaboración empresarial con los Andreu, Sagnier o Armangué sobrevuela la endogamia que forjó la Barcelona moderna. Raül Roviralta dedicó los jardines de Santa Clotilde a su esposa Clotilde Rocamora cuya prematura muerte desoló al médico y diezmó su paraje frente al mar. La inclinación autodestructiva del novecientos llegó a emparejar a Santa Clotilde con el simbolismo de Bomarzo, el bosque sagrado del conde Orsini, figura civil del Renacimiento, castigado por la asimetría de una joroba insoportable.