El entumecimiento de un espacio dedicado a la invención, situado en el barrio barcelonés de Camp de l’Arpa, propició un maridaje entre los Uriach y el arquitecto Manuel Ribas Piera que ha marcado el futuro y que deja la huella de su propia arqueología. Corría el medio siglo cuando las empresas con futuro se cruzaban en su camino con el moderno diseño arquitectónico enfrascado en deslocalizar los activos industriales situados en el centro histórico o en remodelar sus estructuras en espacios más abiertos. El Poble Nou de Barcelona expresó esta fusión entre empresa e ingeniería en sectores como el químico (las farmacológicas Uriach o Ferrer Internacional), la metalurgia (Macosa), la fundición (la Celsa de los Rubiralta) o los tintes (la Titán de Folch-Rusiñol). Las instalaciones de referencia, como el Vapor Bonaplata, la Maquinista Terrestre y Marítima, la fábrica Batlló o la Felguera fueron dando paso a estructuras más funcionales, tocadas por la pureza de la línea inspirada en visionarios, como Mies van der Rohe y Le Corbusier.
La ciudad antigua se había librado de su muralla un siglo antes, gracias a la figura de Ildefonso Cerdà, creador del Eixample. Si la residencia fue la pasión higienista del alcalde Rius i Taulet, el mix entre residencia e industria dejaría una impronta más determinante todavía en la Barcelona de Vapor y en su barrio marítimo, la actual Vila Olímpica, conocida entonces, como el Manchester catalán. La remodelación de la casa madre de los laboratorios Uriach se convirtió en un hilo conductor de la empresa familiar hacia sus 180 años de historia, con 30 millones de unidades de producto acabado, gracias a ampliaciones del negocio, como la compra de la italiana Laborest y a la consolidación de Urquimia.
En Uriach, la arquitectura industrial situó al mundo de la probeta y el delantal blanco en el centro de una verdadera empresa con sello internacional. Ribas Piera empezó el proyecto en 1958, entrando a pasos cortos en lo que acabaría siendo uno de sus mejores logros, finalizado en octubre de 1988 (tres décadas más tarde), un siglo y medio después de la creación de la empresa familiar por parte del pionero, Uriach Feliu, en una rebotica del barrio del Born. Podría decirse que el prestigioso arquitecto fue haciéndose con los retos de un laboratorio en expansión hasta que el intercambio de ideas entre la funcionalidad del espacio y su perfecta economía expresaron una simbiosis encarnada en el dúo Manuel Ribas Piera-Joan Uriach Marsal. El doctor Biodramina cuenta en sus memorias un viaje a Italia de ambos en el que el mismo Uriach hizo de Pigmalión en las visitas industriales, mientras que Ribas Piera llevaba cartas de presentación del maestro José Antonio Coderch destinadas a los mejores diseñadores industriales del momento, en el país transalpino. Ribas Piera recibió el influjo italiano en el nuevo edificio Pirelli de Milán y en otras perlas de la construcción, como la Fiat de Torino, con su pista de pruebas en la inmensa azotea que sobrevolaba las cadenas de montaje. Italia soñaba entonces en el sorpasso de una industria nacional marcada por los grandes capitanes, Agnelli, Romiti, Olivetti, etc. Pero, además del eclecticismo empresarial impuesto por el guion, la proyección estética que Ribas Piera destinó al aggiornamento de Uriach, fue al encuentro de vanguardistas, como Richard Neutra y Walter Gropius, situados más allá del utilitarismo en boga del panorama urbanístico en la segunda mitad del siglo pasado.
Ribas Piera ganó uno de los primeros premios FAD por el edificio del laboratorio pero tuvo que esperar a la etapa democrática para recibir el nombramiento de académico de honor en el Círculo de Bellas Artes de Sant Jordi, que se le había negado por causas políticas. La remodelación de Uriach no fue el fruto exclusivo de un diseño innovador. En ella participaron activamente menestrales y maestros de obra conocidos como los sarrians (los Campanya y los Ferret), que formaron parte de equipos multidisciplinarios en la construcción de pozos, excavaciones, minas o pedreras. La invención del espacio no se limitó al laboratorio madre. Entró de lleno en la fábrica, Urquimia, levantada en Sant Fost de Campsentelles, donde se aplicaron por primera vez las soldaduras electromagnéticas de las vigas traveseras. De allí han ido saliendo, a escala mayorista, los logros que definen un catálogo conocido, con fármacos como biodramina, Aero-Red, Filvit, Rupatadina, Disgren o el complemento alimenticio Aquilea.
El actual presidente del grupo, Joaquín Uriach Torelló, hijo de Joan Uriach Marsal, repasa la historia de la empresa en un museo abierto por la firma en sus instalaciones de Palau-Solità i Plegamans en la que se sigue el hilo mercantil de un esfuerzo en investigación convertido en industria con presencia en más de 70 países. Los Uriach Torelló, quinta generación familiar, han ido retirándose de la gestión --hoy en manos del consejero delegado, Oriol Segarra-- y han reposicionado la compañía dejando los medicamentos de prescripción para concentrar sus esfuerzos en el campo del autocuidado de la salud.
Las etapas de crecimiento sin economías de escala en el sector farmacéutico se produjeron en España a partir el cambio de modelo económico (1960), cuando la farmacopea catalana empezó su actividad exportadora. La creciente clase media barcelonesa de entonces fue fruto de la vitalidad de la demanda en los inicios vacilantes de un comercio todavía atenazado por la Dirección General de Transacciones Exteriores, freno a la evasión de divisas y dique de un sistema de pagos arcaico. El Maresme se había convertido entonces en un cruce de caminos para técnicos y patronos de nuevas compañías; poblaciones como Caldetes, Premià o Vilassar de Mar, tradicionales centros del veraneo acomodado, acogieron los primeros vuelos de jóvenes del sector con inquietudes. Fue allí donde Jordi Pujol, como médico en los Laboratorios Martín Cuatrecasas y responsable editorial de la revista Industria Farmacéutica --fundada por su padre, Florenci, cambista de la bolsa de Barcelona y experto en la tráfico de divisas en la plaza de Tánger-- empezó a relacionarse con las segundas y terceras generaciones de la industria química catalana.
Los laboratorios crecían y las nuevas élites industriales conformaban tribus naturales, como la de los químicos en la que destacaron Josep Maria Massons, Pere Puig Muset, Jordi Maragall Noble (el padre de Pasqual), Francesc Donada o Pep Esteve, pionero de Laboratorios Esteve. Fue el momento del cine político, del Demain l’Espagne o Mourir à Madrid y de debates interminables en la semiclandestinidad. La etapa del encarcelamiento de Pujol por Els Fets del Palau y de las declaraciones del abad Aureli Escarré en Le Monde; un momento de visibilidad internacional del movimiento democrático que algunos quieren comparar hoy con el juicio actual al procés, olvidando que entonces estábamos bajo un régimen totalitario y hoy disfrutamos de una democracia abierta dotada de habeas corpus, bajo un Estado social de derecho. Relacionar el actual Tribunal Supremo con el siniestro Tribunal de Orden Público (TOP) de la dictadura es un desdoro moral imperdonable.
La economía española atravesó un crecimiento atolondrado, a base de inflaciones permanentes y devaluaciones competitivas, hasta la Ley Orgánica de 1967, la refundación totalitaria del Régimen con el ascenso renovado de catalanes ilustres consolidados, como Miquel Mateu, Joaquim Bau o Mariano Calviño, y de otros más renovadores, como Laureano López Rodó. Y fue precisamente este último, por incomprensible que hoy parezca, el único que se enfrentó a Falange para hablar en público de la “victoria pírrica de los involucionistas”, mostrando la flexibilidad del Pardo ante el ascenso reformista del Opus Dei. Fue el año de los Tercios Familiares en las Cortes y de los 40 de Ayete, nombrados a dedo por el general. El momento en que Trías Fargas lanzó, desde el mítico Servicio de Estudios del Banco de Urquijo, un conocido exordio estadístico contra la ineficacia de los Planes de Desarrollo, en paralelo a otro informe similar, firmado por Joan Sardà Dexeus (el mejor economista español del siglo XX), Antoni Serra Ramoneda y Armand Carabén. Los think tanks de aquel momento anunciaban la necesaria estabilización de una estructura economía recalentada y frenada al mismo tiempo por sus limitaciones institucionales. Los expertos hablaban ya de implementar políticas de la oferta, frente a un modelo esclerotizado por los años de autarquía. En Barcelona, las corporaciones público-privadas se movían a favor de la unificación de las cámaras, una operación en la que participaron los farmacólogos, Uriach Marsal, como miembro de la corporación del comercio y Ferrer Salat, como inspirador de la cámara de industria. Se ponía una pica en Flandes desde el punto de vista de la implicación del sector privado en los institutos de análisis, en los consejos regionales de la gran banca española, en los foros de opinión y, por supuesto, en las patronales. Los químicos, con el pelotón de los laboratorios al frente, reforzaban desde el europeísmo la presencia institucional de los empresarios.