Autorretrato de Jacopo Comin, Tintoretto, con unos treinta años, hoy en el Museo de Filadelfia.

Autorretrato de Jacopo Comin, Tintoretto, con unos treinta años, hoy en el Museo de Filadelfia.

Artes

Tintoretto, el éxtasis de Venecia

La ciudad italiana celebra los 500 años del pintor, un artista indomable y de ambición desmedida que revolucionó la pintura desde la composición y el color

3 octubre, 2018 00:00

En ese artista con enigma que fue Tintoretto (Venecia, 1518-1594) sobresale una cierta monstruosidad que tiene que ver con la rareza, con el misterio, con lo desconocido de su biografía, con la falta de exactitud en el dato. Y, principalmente, con el carácter de una obra instalada en el sendero de lo diferente que aspiraba a romper costuras y alcanzar límites inéditos para la pintura situándola lejos de las convenciones de su tiempo. El tratadista Giorgio Vasari, uno de sus contemporáneos, fijó en él un reproche que acabó por convertirse en el más grande de los elogios: “Extravagante, caprichoso, rápido y resuelto, y el cerebro más extraordinario que jamás haya tenido la pintura”.

Jacopo Comin, apodado Tintoretto por la profesión de su padre, tintor de tejidos, se aupó a la cúspide de la pintura veneciana en la segunda mitad del siglo XVI. Por el poder de su imaginación. Por el virtuosismo de sus pinceles. Y por la fuerza de su ambición. A su muerte, dejó una producción ingente. Pintó cuadros de altar y escenas narrativas para las iglesias de Venecia, conjuntos enormes para sus instituciones religiosas, obras votivas e historias para los más importantes edificios públicos. Fue un prolífico retratista privado y oficial. Y realizó también para particulares asuntos mitológicos, así como episodios religiosos abordados desde una óptica profana. 

Todo sin salir apenas de su ciudad natal, que se dispone a celebrar los quinientos años del artista durante este otoño con un gran despliegue de obras en el Palacio Ducal (la antológica Tintoretto) y en la Galería de la Academia (Il giovane Tintoretto). La conmemoración aspira a rescatar al pintor veneciano por excelencia, al retratista idóneo de sus elites y al perfecto alquimista de sus valores políticos, económicos y religiosos. Esa profunda vinculación a su lugar de origen ha distorsionado a veces la comprensión de un pintor, enjaulado injustamente en un excesivo aislamiento. En cambio, el artista conoció, asimiló y modificó referentes ajenos, ya fueran de Durero o Miguel Ángel.

Esa excelencia que desplegó no estuvo, sin embargo, a salvo de oposición y controversia. Tiziano, el pintor más famoso de Venecia en el momento de su aparición, le fue abiertamente hostil, aunque eso no le impidió estudiar con atención las obras del joven artista y adoptar algunos de sus recursos y técnicas. Uno de sus primeros biógrafos, Carlo Ridolfi, anotó en sus páginas que Tintoretto pasó fugazmente, durante su aprendizaje, por el taller del genio, aunque este extremo parece improbable, pues en sus primeras pinturas apenas existen huellas del estilo y la forma de trabajar del maestro. Todo indica, en este punto, que su formación debió ser más humilde.

Una alegoría del verano pintada por Tintoretto hacia 1555, hoy en Washington.

Una alegoría del verano pintada por Tintoretto hacia 1555, hoy en Washington

De él sí se sabe con certeza que no fue un artista precoz, y aunque tuvo obrador propio desde finales de 1530, sus composiciones iniciales fueron tan ambiciosas como imperfectas. Eso sí, es posible descubrir en ellas una aspiración de autor, como si tratase de presentarse como un pintor osado, la personificación del cambio. De ahí que esos primeros trabajos le muestren explorando omnívoramente. En cambio, a partir de 1545, protagonizó un extraordinario salto cualitativo que, en apenas un trienio, le situó en la cima del muy competitivo panorama pictórico veneciano tras la realización de El milagro del esclavo (1548), considerada una de las grandes obras maestras de la historia. 

A partir de ahí, las tres décadas que alcanzan hasta 1578, cuando con sesenta cumplidos deja a sus colaboradores el remate de sus creaciones, representan el núcleo central de su obra. Durante ese tiempo, la producción es asombrosa. Afronta una obra tras otra, muchas enormes, constantemente imprimiendo al arte rumbos nuevos, explorando renovados planteamientos en los temas e inéditos efectos pictóricos y expresivos, siempre empeñado en aventajar a sus rivales y superarse a sí mismo. “Como de continuo bullían las ideas en su fecundo ingenio, a toda hora estaba pensando en la manera de hacerse conocer por el pintor más atrevido del mundo”, anota Carlo Ridolfi.  

La tabla ‘Apolo y Dafne’ ejecutada por el pintor para decorar el Palazzo San Paterniano de Venecia.

La tabla ‘Apolo y Dafne’ ejecutada por el pintor para decorar el Palazzo San Paterniano de Venecia.

La tabla ‘Apolo y Dafne’ ejecutada por el pintor para decorar el Palazzo San Paterniano de Venecia

Con todo, para muchos de sus contemporáneos, su técnica pictórica libre y audaz adolecía de una desagradable falta de acabado, reveladora de unas prisas impropias. A ello se sumó las tácticas agresivas que empleaba para conseguir encargos, como ocurrió en la decoración de la Scuola Grande di San Rocco de Venecia (1564-68), su obra más monumental. La corporación religiosa invitó a los pintores más sobresalientes de la ciudad a competir por la decoración del techo de juntas. Tintoretto ganó el concurso no con un modello, sino con una pintura acabada que secretamente hizo colocar en su sitio y descubrir el día de la votación, planteándoles así a sus rivales un hecho consumado.

“A veces, el comportamiento de Tintoretto parecía aprendido en una competitiva escuela de negocios del siglo XXI”, ha indicado al respecto el director del Museo del Prado, Miguel Falomir, quien estuvo al frente de la exposición que le dedicó la pinacoteca madrileña en 2007. Así, el artista siguió siempre una política agresiva para captar encargos, ofreciendo fuertes descuentos y regalando pinturas. Otras veces tuvo próxima la fortuna, como le ocurrió en la ejecución de El Paraíso (1582) para la sala mayor del Consejo del Palacio Ducal. La repentina muerte de Veronés y la imposibilidad física de Bassano –los ganadores del concurso– dejaron en sus manos esa colosal tela, el óleo más grande del mundo, de más de 150 metros cuadrados.

El óleo ‘Jesús entre los doctores’, una de las obras de la exposición ‘Il giovane Tintoretto’.

El óleo ‘Jesús entre los doctores’, una de las obras de la exposición ‘Il giovane Tintoretto’.

El óleo ‘Jesús entre los doctores’, una de las obras de la exposición ‘Il giovane Tintoretto’

Eso sí, la posterioridad ha sido más generosa a la hora de reconocer el talento del pintor. André Malraux lo coronó como uno de los pioneros de las nuevas formas de expresión, mientras que a Jean-Paul Sartre le atrajo su condición de incomprendido. “Nadie sabe lo que la pintura es capaz de hacer hasta que ha visto una obra de Tintoretto”, admitió Virginia Woolf, quien podría encabezar una nómina de admiradores en la que figuran Goethe, Oscar Wilde, Thomas Bernhard y Henry James. Precisamente, el autor de Otra vuelta de tuerca clavó en un texto toda su trascendencia: “La realidad de su pintura va más allá de las palabras: es difícil decir qué es más impresionante, si el horror del hecho representado o el inteligente poder del artista”.