Acaso todo el misterio de la carne en la pintura de Tiziano está en el Ecce Homo que ejecutó sobre una placa de pizarra procedente de las canteras de Liguria. Que aquel Cristo torturado era muy importante para el pintor explica su decisión de acompañar la obra en los primeros días de 1548 en un arriesgado viaje, desde Venecia a Augsburgo, para entregársela a Carlos V. El artista ya se sentía viejo –nació en Pieve di Cadore hacia 1489– y le preocupaba el desafío de atravesar la cordillera de los Alpes en pleno invierno. Pero algo especial había en aquella pieza que pintó por iniciativa propia en Roma y en la que, para constatar su materialidad, dejó el reverso apenas trabajado y, en los cantos, las marcas del pequeño cincel con el que fueron labrados.
Aquel dios humanizado, que conserva las huellas del artista en algunas zonas del torso, deslumbró al emperador, quien, años más tarde, entre 1553 y 1554, le hizo un último encargo: una Dolorosa con las manos abiertas, también en un soporte pétreo. Para tal trabajo, Tiziano eligió hacerlo, no sobre pizarra, sino sobre un fragmento arqueológico: un zócalo de mármol de una villa romana. Entre los motivos de esta insólita elección, el artista barajó intereses artísticos y mercantiles. De un lado, el reto técnico de pintar sobre un soporte salvaje, pero de gran valor simbólico. Por otro, el deseo de honrar a Carlos V y mantenerlo como cliente, atendiendo a su interés por las joyas de la antigüedad y sus gustos devocionales.
La Dolorosa pintada por Tiziano sobre un zócalo de mármol romano por encargo de Carlos V / MUSEO NACIONAL DEL PRADO
Con sólo estas dos obras maestras ejecutadas sobre pizarra y mármol, Tiziano dinamitó de golpe algunas de las polémicas artísticas del Renacimiento, como la disputa sobre la superioridad de la pintura o la escultura (el paragone) y los debates sobre los mecanismos más acertados para representar el mundo (la mimesis): el dibujo, el volumen o el color. A través de las trazas inspiradoras del mundo clásico, la pintura sobre piedra del italiano rebasó límites, pues aunaba coloración y resistencia, y lanzaba al arte, por fin, hacia la eternidad. La vida petrificada y la piedra humanizada. Como nunca antes, el aceite y los pigmentos se fundían con el mineral para hacer emerger y resplandecer la carne de los dioses.
Alrededor de ese logro técnico y artístico, el Museo del Prado ha organizado la exposición In Lapide Depictum. Pintura italiana sobre piedra 1530-1555. Es una propuesta de trago corto –nueve obras–, pero de alto voltaje, pues contiene en su interior un potente relato sobre el anhelo de trascendencia y la magia de la representación. “Los artistas querían que sus obras fueran eternas y supieron que la estabilidad de la piedra les podía permitir hacer posible esa necesidad de trascender”, señala la comisaria y restauradora de la pinacoteca, Ana González Mozo, quien ha reunido para la ocasión a expertos en disciplinas como Geología, Arqueología e Historia Natural para desvelar al fin cómo interactúan los minerales y el óleo en tan peculiares creaciones.
Obras de los Bassano, hechas sobre pizarra, expuestas junto a una pieza de este mineral con la huella de un fósil / MUSEO DEL PRADO
Como puerta de acceso, la muestra, abierta hasta el 5 de agosto, viene a situarse en un lugar y un momento único en la Historia del Arte: Venecia, a comienzos del siglo XVI. Allí se va a producir una renovación de la pintura alentada por la recuperación del mundo clásico, la llegada de nuevos materiales desde Oriente y la edición en sus imprentas de textos grecorromanos que describían el arte del pasado. La estabilidad de la piedra estimuló a los artistas, que deseaban crear obras eternas, a utilizarla como soporte permanente del óleo, a menudo amenazado por la atmósfera húmeda de la Sereníssima. También les permitía reproducir sugerentes efectos, controlando la reflexión de la luz y aprovechando las peculiaridades de la superficie.
Por ahí In Lapide Depictum es también una competición entre maestros. De Tiziano a Sebastiano del Piombo, Danielle da Volterra y la familia Bassano, los otros artistas representados en la exposición, todos consideraban un secreto qué técnica usaban para pintar sobre piedra. Por ejemplo, Tiziano utilizó laceraciones y las caricias con los dedos en la superficie del soporte para aumentar el agarre y la penetración de los pigmentos. Por su parte, Sebastiano aplicaba con calor una mezcla de aceite, resinas y cera fundidas que aseguraban la adherencia del óleo al mineral. De éste último se exhibe una Piedad que, pese a su aparente fragilidad, tardó cuatrocientos años en romperse: sólo se quebró en dos partes durante el traslado en la Guerra Civil española.
De Danielle da Volterra se exponen dos versiones –una sobre tabla, otra sobre pizarra- del mismo Retrato de caballero que realizó de forma simultánea hacia 1550. “El artista emplea la misma técnica para las dos piezas que consiste en aplicar la pintura con las palmas de las manos para crear transiciones y simular la epidermis humana. Sin embargo, el resultado de ambas es diferente y dota de un halo más enigmático a la obra en pizarra”, afirma la comisaria de la exposición. Finalmente, las piezas del taller de los Bassano –la Coronación de espinas y el Santo Entierro, ejecutadas ya a finales del siglo XVI-- están realizadas en piedra pulida y apuestan, tal como recomendaba el edicto de Trento, por simplificar las escenas, por hacerlas más asequibles. Con todo, el lema de Tiziano parecía ya cumplido: “El arte es más poderoso que la naturaleza”.