Uno de los culebrones del verano es el debate mediático en torno a la presunta hija de Salvador Dalí. Ciertamente, en los últimos años han abundado las reclamaciones de supuestos hijos no reconocidos de personajes famosos: desde Manuel Benítez, El Cordobés, a José Mª Ruíz Mateos pasando por Julio Iglesias. Pero la paternidad de Dalí, reclamada por una señora llamada Pilar Abel (pitonisa de profesión), suscita derivaciones de enorme trascendencia por la propia personalidad del pintor y su legado patrimonial que involucra a las más altas instituciones catalanas y españolas.
La hipótesis por comprobar de la paternidad de Dalí podría condicionar un replanteamiento de la sexualidad del marqués de Dalí de Púbol, sobre lo que tanto se ha pontificado a partir de fuentes discutiblemente creíbles como los testimonios de la inefable Amanda Lear o las especulaciones de supuestos expertos que han escrito muchas páginas sobre la masturbación, la impotencia y el voyeurismo rastreando mórbidamente las relaciones entre Lorca y Dalí. ¿El genio Dalí, un burgués que embaraza a una sirvienta doméstica? Demasiado vulgar, demasiado frecuente. ¿La excentricidad de Dalí pudo ser más postiza que real? ¿Al final, habría hecho lo que tantos en los años de la posguerra española?
El alcalde Guardiola
He leído últimamente el libro de Ramon Guardiola titulado Dalí y su museo. La obra que no quiso Bellas Artes publicado en la editorial Empordanesa (1984). Guardiola, que fue alcalde de Figueres desde 1960, fue el gran responsable de la creación del museo de Dalí, de la ciudad natal de Dalí, que constituye hoy una fuente de rentas extraordinarias para la sociedad figuerense.
En el libro se describe muy bien el proceso de gestación del museo daliniano hasta su inauguración en septiembre de 1974, un proceso caracterizado por el singular esfuerzo del alcalde Guardiola por reconciliar a Dalí con su pueblo, por demostrar a una sociedad muy poco sensible a la genialidad de Dalí lo útil que podía ser contar con algunas obras de su paisano en el museo y la atracción turística —como así ha sido— que ello podía comportar.
Del arte a la publicidad
Y es que Dalí tuvo una conciencia identitaria muy singular. Nacido en 1904 en la calle Monturiol de Figueres, hijo de un notario, estudió bachillerato en el Instituto Ramon Muntaner de su ciudad, pero en 1921, con la muerte de su madre y el segundo matrimonio de su padre (con una hermana de su madre), se fue a Madrid, donde estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de donde fue expulsado. Marchó a París, conoció a Gala en 1929, fue desheredado por su padre, encontró su refugio en Port Lligat. En 1934, marchó a los EEUU, donde fue apoyado por el mecenas Edward James y propició el apelativo con el que lo estigmatizó Breton de avida dollars. En Estados Unidos residiría hasta 1948. Allí fue donde emergió el Dalí más excéntrico, el que convirtió el arte en una forma de ganar dinero que le reprocharon infinidad de artistas. En 1949, volvió a Cataluña desarrollando su etapa de “misticismo nuclear”. En los sesenta, Dalí como artista estaba acabado. Anuncios televisivos de chocolate, el logo de Chupachups, publicidad de Eurovisión… Dalí se convirtió en una caricatura de sí mismo. Fue entonces cuando el alcalde Guardiola trabajó para intentar vincular al pintor a su Figueres natal. El libro referido cuenta todas las peripecias que debió sufrir el alcalde en función de su proyecto, desde ubicar al elefante Surus, que le habían regalado al artista, a la intención de Dalí de abducir un toro en plena corrida por el aire en un helicóptero, lo que se frustró por una tramontana salvadora.
La gestación del museo Dalí
El libro de Guardiola relata muy bien cómo pudo llevarse adelante el proyecto del Museo Dalí (13 años de gestación) asumiendo los caprichos esperpénticos de Dalí y articulando unos nexos de complicidad del poder catalán del momento con el franquismo (visitas frecuentes a Franco, con retratos de la nietísima Mª del Carmen entre otros testimonios).
El Dalí del regreso a Cataluña y hasta su patético proceso degenerativo final (desde el año 1980 arrastró la enfermedad de Parkinson) y su muerte en 1989, siete años después de la de Gala, fue un artista víctima de su propio personaje mediático, un comerciante de su excentricidad, pero además un hombre de Figueres en busca de un reconocimiento que L’Alt Empordà no le había dado. En busca, en definitiva, de su propia identidad. Ahora se explora si también en esa identidad perdida había una paternidad no reconocida.