Picasso: formas, volúmenes y materiales
El Museo Picasso Málaga revisa la obra escultórica del artista malagueño, su producción más personal e improvisada, con motivo de los cincuenta años de su fallecimiento
21 junio, 2023 19:00Pablo Picasso es el artista más caudaloso del siglo XX. Un tipo espoleado por la genialidad y forrado por una ambición precoz e insaciable. Nació en Málaga en 1881, vivió parte de la niñez en La Coruña, el chispazo de la juventud en Barcelona y el fuego de todas las edades entre París y el Sur de Francia. De un sitio a otro hizo suyo el arte. Y acabó por hacer propio todo cuanto tocó, abriendo con la azada de su imaginación nuevos cauces para la pintura, el dibujo y el grabado.
Queda claro, por tanto, que siempre estuvo en la vida con ganas de muchas cosas. Quienes lo vieron pintar decían que se arrojaba al lienzo como quien sangra de alegría. Que en aquellas noches del Bateau-Lavoir, donde el mundo olía a amoníaco, barniz y risas, comenzó a descubrir la yegua azul de la escultura. Al parecer, alborotaba en noches infinitas con Apollinaire y Max Jacob y, cuando el ruido cesaba, trajinaba con formas, volúmenes y materiales para dar rienda a ideas nuevas.
Como consecuencia, delimitó un territorio abierto en la escultura entre el cubismo y la figuración donde la búsqueda fue el combustible. Mirar es vivir, y todo lo que Picasso levantó viene de ese ejercicio de mirar y ver cosas que no se ven: escalas, formas, ángulos, perspectivas, fugas, superficies, dolor, vida. Debía creer en la realidad natural de la materia. En lo orgánico como fuente primera. En la pesadilla y en la risa. En la verdad de actualizar los mitos y los demonios. Sobre todo, los personales.
Pero su legado escultórico quedó oscurecido por el vendaval de su pintura, de todo. De ahí que, con motivo de la conmemoración del cincuenta aniversario del fallecimiento del artista, Carmen Giménez, una de las mayores expertas internacionales en el genio malagueño, haya tratado de inventariar esa faceta en la exposición Picasso escultor. Materia y cuerpo, que reúne en el Museo Picasso Málaga, hasta el 10 de septiembre, un total de sesenta y una piezas realizadas entre 1909 y 1964.
La cita –que podrá verse en otoño en el Museo Guggenheim Bilbao– sirve para levantar acta de una de las facetas menos conocida del artista. Este descuido acaso tenga su razón en que Picasso tenía 85 años cuando accedió a que el Petit Palais de París mostrara por primera vez docenas de esculturas que siempre había guardado consigo. También, probablemente, porque a lo largo de su vida se calcula que pudo hacer unas setecientas obras escultóricas frente a los aproximadamente 4.500 cuadros que ejecutó.
Así, la exposición es una revisión del origen y de la expedición de su escultura. Un catálogo de formas que permite asomarse a Picasso y, por extensión, a la historia del arte del siglo XX, porque atraviesa el cubismo, la abstracción, lo primitivo y el objet trouvé (desechos hallados en la basura) en cualquier material a su alcance: madera, hierro, yeso, cemento, metal y bronce. Son obras que repasan épocas distintas de su trabajo, pero que al juntarse ofrecen un aire de familia, la coherencia de lo que sale de un mismo apetito.
A juicio del artista, esta disciplina artística nunca fue secundaria en su producción, sino que la concebía como una forma de expresión comparable a la pintura, el dibujo, el grabado o la cerámica, ya que, como él mismo decía, ningún arte es más o menos importante que los demás.
“No solo fue lo escultórico fundamental para la construcción propia de la obra pictórica, sino que igualmente la pintura le sirvió de aporte a la obra escultórica, en un continuo desplazamiento entre disciplinas”, ha señalado la comisaria Carmen Giménez. Queda, además, la impronta de que este ámbito siempre fue algo muy personal, íntimo y hasta cierto punto, improvisado para Picasso, quien apreciaba la compañía de sus piezas y disfrutaba recreándolas en una variedad de situaciones en el hogar.
Realizó su primera obra de arcilla conocida, Mujer sentada (1902), en el estudio de Emili Fontbona en Barcelona. Al parecer, el descubrimiento del arte africano y oceánico en el Museo de Trocadero, en París, se convirtió en una suerte de revelación de la fortaleza que poseen los objetos.
Entre sus primeras piezas, sin duda la cubista Cabeza de mujer, Fernande (1909) es una de las más conocidas pero, cuando años más tarde volvió a trabajar las tres dimensiones, lo hizo en otra dirección, introduciendo por primera vez el espacio como material escultórico.
Así se descubre en los seis bronces policromados Copa de absenta (1914), en los que el espacio vacío representa la transparencia. Muchos de los trabajos de esta época incluyeron materiales tan cotidianos como arena, papel, cartón, muelles y hojalata.
Después, entre 1928 y 1934, Picasso modeló una serie de construcciones de hierros soldados, cruciales para el futuro de la escultura contemporánea, fruto de su colaboración con Julio González, pero también estilizadas figuras en madera y sensuales formas humanas. El artista se dedicó intensamente al modelado en yeso en su castillo de Boisgeloup, concibiendo figuras curvilíneas y sensuales en las que narices, cuellos, bocas, ojos y pechos se conjugaban recreando voluptuosamente la carnalidad del ser humano.
En 1940 montó en su estudio de la calle Grands-Augustins una zona específica para trabajar la escultura, que supuso el inicio de una gran actividad que continuó hasta el periodo de posguerra. Ocho años después, entusiasmado con su nueva pasión que por la cerámica le inculcaron Georges y Suzanne Ramié, se asentó en Vallauris, donde de nuevo transformó su inexperiencia y creatividad en una prerrogativa con la que romper las reglas y cánones del proceso alfarero.
Hacia 1955 se mudó a La Californie, en Cannes, a donde trasladó todas las obras que guardaba en París, de manera que volvió a trabajar y a vivir en un mismo espacio. Tanto en esta residencia como en las posteriores –Château de Vauvenargues (1958) y Notre-Dame-de-Vie en Mougins (1961)–, el artista sembró de esculturas los espacios interiores y exteriores, como se observan en las instantáneas de los fotógrafos que le visitaban: Cartier-Bresson, Robert Douisneau, Irving Penn y David Douglas Duncan.
Por estas mismas fechas, esculpió formas en madera vieja, trozos de mobiliario y especialmente, hojas de planchas de metal que, a veces, pintaba, mientras que en otras ocasiones permitía que el óxido produjese sus propios cromatismos. También se adentró en las esculturas a gran escala que demandaban las transformaciones urbanas de la década de los sesenta. De esta producción se exhibe en el Museo Picasso Málaga la maqueta de la escultura de 20 metros de alto en acero que desde 1967 está situada en el Civic Center de Chicago.
Pasan los años y las iconografías (amplias, pero de una sola raíz) se combinan, se aúpan entre sí, se bastardean felizmente. Hay una belleza abstracta en la volumetría de unas esculturas que tiran de una imaginería rebosante. En cada uno de los territorios está la escultórica de Picasso, su rotunda concepción de un arte gozoso, donde todo lo preside la figura humana. Hombres y mujeres extraídos de un sueño y desplegados en un equilibrio de mil vértigos. El genio, en fin, cobrando forma.