Dado que pronto se celebrarán debates electorales, sería recomendable que todos los candidatos reserven ya su ejemplar de El arte de tener razón, de Arthur Schopenhauer, que lo lean y asimilen y subrayen profusamente. Se trata de un manual compuesto por 38 “estratagemas” numeradas, que se pueden usar como comodines en el calor de la discusión; en realidad no están pensadas para “tener razón”, sino más prosaicamente para desconcertar y eventualmente desarbolar al adversario, socavando su autoestima, su vanidad, que es el talón de Aquiles de toda la humanidad, según el amargo filósofo alemán.
Cierto es que algunas de esas 38 estratagemas han sido descubiertas ya hace tiempo y las ponen en práctica con asiduidad nuestros contertulios periodísticos y políticos. Por ejemplo, la numerada con el 16: “Argumentar ad hominem”:
“Argumenta ad hominem o ex concesssi. Cuando nuestro adversario formula una afirmación, tenemos que probar su inconsistencia, en caso necesario de forma solo aparente, con lo que éste haya dicho o admitido previamente; o con los principios de la escuela o de la secta que haya alabado o aprobado; o con las acciones de los miembros de esta secta, incluso de los que lo son falsa y aparentemente; o con sus propias acciones y omisiones. Por ejemplo, si el adversario defiende el suicidio, se exclama al punto: ‘¿Entonces, por qué no te cuelgas?’. O si sostiene, por ejemplo, que no es agradable vivir en Berlín, se exclama al instante: ‘¿Por qué no tomas la primera posta para abandonar la ciudad?’
Derrotar al adversario
No menos extendido está, entre nosotros, el recurso a lo que Schopenhauer numera como “Estratagema 18”, y que consiste en “Interrumpir el debate”:
“Si nos percatamos de que el adversario recurre a una argumentación con la que saldrá victorioso, tenemos que impedir que la consiga desarrollar del todo, interrumpiendo a tiempo el curso del debate, divagando o distrayendo, y conducirle a otras tesis: es decir, lograr una mutatio controversiae. Seguro que de alguna forma nos dará pie a algún tipo de incordio”.
Toda bajeza, todo ardid y marrullería es postulado por Schopenhauer mientras sirva al propósito que se persigue, que no es llegar a ninguna verdad sino derrotar al adversario o por lo menos convencer a la audiencia. También la estratagema número 32 es practicada ampliamente en nuestro foro:
“Cuando uno está confrontado a una afirmación del adversario, hay una manera de eliminarla rápidamente, o al menos de hacerla dudosa: consiste en colocarla bajo una categoría odiada, aunque la asociación sea sólo aparente o muy tenue. Por ejemplo, ‘eso es maniqueísmo, eso es arrianismo; eso es pelagianismo; eso es panteísmo…’, etc”.
Otras, como la 26, son menos conocidas: “La retorsio argumenti (dar la vuelta al argumento) es una jugada brillante: cuando el argumento utilizado por el adversario se acaba volviendo contra él mismo; por ejemplo, él dice: ‘Es tan solo un niño, hay que ser indulgente`: retorsio: ‘Precisamente porque es un niño hay que castigarle, o desarrollará malos hábitos’”.
¿Quién tiene escrúpulos?
En situaciones desesperadas, Schopenhauer recomienda incluso recurrir al insulto, que por lo menos sirve como cortina de humo para ofuscar al contrincante, y para sembrar en el público la duda sobre su respetabilidad.
Los candidatos a los próximos comicios que quieran leer los útiles consejos de este breve ensayo tienen dónde elegir, pues en las librerías están a su disposición tres ediciones: la de Trotta, la de Acantilado y la de Guillermo Escolar editor.
Las tres cuentan con excelentes traducciones; la que yo manejo es la última que he citado, a cargo de Álvaro Cortina y Javier Sánchez-Arjona. Álvaro Cortina (el autor, entre otros libros, de Abisal, un ensayo inclasificable, plural, inteligente), ha publicado también recientemente El espejo y el oráculo, precisamente, sobre la estética de Schopenhauer. Allí le dedica unas páginas de notable lucidez y penetración al taimado, pero práctico, manual. Dice Cortina: “El opúsculo berlinés muestra, quizá mejor que ningún otro, hasta qué punto este filósofo entra a la madurez como un hombre desengañado. Según él la palabra, la palabra hablada y comunicadora, no sirve para convencer a nadie. (…) Que no se escandalice nadie, porque esto no es filosofía estrictamente hablando. Quien busque aquí un pensador, se decepcionará. Quien busque a un cínico metido a tertuliano televisivo, quizá saque algo de provecho.No es tampoco un tratado de buenas maneras. Es un tratado de malas maneras, en todo caso”.
Tal como dice Cortina, no, no es alta filosofía lo que en El arte de tener razón ofrece Schopenhauer, “el humanista sin amigos”, pero algunas de las estratagemas son muy divertidas y descaradas.
Instructivas también, si no tiene uno demasiados escrúpulos. ¿Y quién los tiene?