Su cierre fue un drama, pero lo cierto es que este restaurante perdido en las montañas de Barcelona nunca tuvo esas funciones en su origen. En realidad, fue una iglesia construida en el siglo X que fue abandonada y reutilizada varias veces hasta convertirla en una sala de exposiciones.
No ha sido fácil. Los comensales trataron de detener su cierre hace unos tres años, pero no fue posible. Aun así, hace dos semanas, esta iglesia medieval ha vuelto a la vida, pero reconvertida en sala de exposiciones.
Puede sonar extraño. ¿Qué hace una sala de exposiciones a 1.100 metros de altura en medio de una montaña de Barcelona? La respuesta está, como suele ser habitual, en la historia.
En su día, fue una antigua iglesia del siglo X, que estaba bajo el auspicio del monasterio de Sant Llorenç del Munt i l’Obac. En el año 973, los condes de Barcelona cedieron esta ermita al Monasterio de Sant Cugat.
Iglesia románica
Su belleza siempre fue única. En sus paredes se pueden apreciar los detalles arquitectónicos de estilo románico puro e incluso hoy en día se respira el silencio propio de un claustro de estas características.
De hecho, durante siglos funcionó como abadía benedictina, pero ya en el XVII empezó a perder actividad hasta quedar completamente abandonada a su suerte. Su situación geográfica la aisló de los principales núcleos urbanos.
Bien cultural y restaurante
Sin embargo, la iglesia de La Mola se convirtió en lugar de peregrinación pagana. Muchos excursionistas se han acercado a lo largo de los años a ver el edificio y aprovechar para dar un paseo por el parque natural en el que se encuentra.
Poco a poco, este edificio se convirtió en icono del Vallès y ya en el siglo XX fue declarado Bien Cultural de Interés Nacional. Aun así, en las últimas décadas adquirió un nuevo uso: el de restaurante.
Presentación del nuevo espacio expositivo en el conjunto de la Mola
Excursionistas, visitantes y domingueros de todo tipo aprovechaban sus días libres para recorrer alguno de los senderos del Parque Natural de Sant Llorenç del Munt i l’Obac y comer en esta antigua iglesia. Hasta hace tres años.
Ahora, quien se acerca hasta aquí, se encuentra un edificio parecido a una iglesia, pero donde no se alimenta ni al alma ni al estómago, sino al cerebro. La Diputación de Barcelona ha renombrado el espacio como Sala Mirador y se ha convertido en un nuevo equipamiento cultural.
Cambio y reivindicación
La Diputación de Barcelona quiere devolver así la dignidad a los espacios que durante generaciones se usaron como restaurante, pero que desde su origen fue lugar de recogimiento. Al principio, no contó con el apoyo de los excursionistas, que preferían el restaurante, pero la Administración vio más adecuado darle a esta abadía el lugar que le corresponde.
No ha sido fácil. Las reivindicaciones se han sucedido sin parar y la remodelación ha costado 60.000 euros. Con este dinero se ha limpiado, reforzado y habilitado la estructura, afectada por el paso del tiempo y por la actividad hostelera. Pero, por fin, ha abierto.
Nueva sala de exposiciones
El resultado es un espacio completamente distinto. La Sala Mirador es ahora un espacio cultural, con entrada gratuita y capacidad para unas cien personas. Y los excursionistas tienen también su lugar.
La antigua zona de almacén, la Sala Aixopluc, ha sido reconvertida en un refugio amable para senderistas. Se trata de un espacio sencillo, pensado para descansar, resguardarse del viento o esperar al resto del grupo antes de continuar la ruta.
La primera exposición de la Sala Mirador, además, recupera todas aquellas piezas que, durante décadas, se fueron poniendo en la sala contigua, que con el paso del tiempo había acabado funcionando como trastero.
La reforma ha permitido reunir y restaurar ese contenido, completándolo con paneles, vitrinas y recursos audiovisuales que explican la evolución del monasterio desde sus orígenes medievales hasta la actualidad.
Primeros resultados
La idea es, en palabras de la directora del parque, Sònia Llobet, “proponer una experiencia más amable y accesible, que mantenga viva la memoria del lugar sin reproducir la presión humana de otros tiempos”.
Y es que el antiguo restaurante no tenía una conexión estable a la red eléctrica ni de agua y tenía un impacto ambiental creciente. Desde la Diputación se llegó a decir que su uso hostelero había hecho incompatible con la preservación del entorno natural.
Nueva Sala Mirador
Menos gente
Ahora, hay que ver qué impacto tiene la nueva sala de exposiciones y si va a tener el atractivo anterior. Por ahora, no es así.
Desde el cierre del restaurante, la afluencia a La Mola se ha reducido alrededor de un 20%. Esto ayuda a mantener el entorno y a recuperar caminos, fuentes y áreas afectadas por la erosión.
Más sostenibilidad
“La montaña respira mejor”, aseveran desde el Ayuntamiento de Matadepera, satisfechos con una transformación que, aseguran, devuelve a La Mola su esencia patrimonial y natural.
El nuevo modelo ha devuelto a La Mola algo que hacía años parecía perdido: el silencio. Donde antes se oía el trajín de platos y conversaciones, ahora se escuchan el viento y los pasos de quienes suben siguiendo los senderos del parque natural.
Noticias relacionadas
- El pueblo de menos de 140 habitantes donde vive Sergio Dalma: "La gente se saluda y se mira a la cara"
- La escapada perfecta para esta Navidad: el hotel de la Costa Brava donde se alojan las estrellas
- Este es el pueblo más bonito de Lleida para visitar en Navidad: a más de 1.000 metros de altura y con un mágico decorado
