Si Santander pudiera definirse en una sola palabra, ésta sería ‘elegancia’. Esta ciudad con aspecto de villa reniega de todas las imperfecciones de una gran urbe. Su ambiente señorial, sus edificios decimonónicos, un casco antiguo reconstruido tras el incendio que lo arrasó en 1941, y su vistosa bahía, reconocida como una de las más bonitas del mundo, conforman una magnífica tarjeta de presentación.
La contaminación, los atascos, la sobrepoblación o el ardor del alquitrán tan típicos de otros lugares no tienen cabida en la esencia de la capital cántabra. La capital cántabra es un lugar para sentirse como en casa, donde la arena y la sal le dan ese sabor marino tan característico de los pueblos que duermen junto a la costa.
Una ciudad que se ha reinventado
Tal vez por su origen aldeano se resiste a vender su alma al progreso descontrolado y todavía hoy guarda fragmentos de la grandeza que la encumbraba a finales del pasado siglo. El respeto por su historia le recuerda constantemente de dónde viene, hasta el punto de que a estas alturas todavía se gana la vida con la pesca.
Aun así, avanza rápido. Una integral reparación estética le ha llevado a adoptar los rasgos de los nuevos tiempos, en los que la sostenibilidad y el respeto al medio ambiente ya son denominación de origen. La capital de Cantabria se ha reinventando y se ha transformado en una ciudad de gran atractivo turístico a través una concepción más inteligente de sus playas, del ocio, del comercio o la gastronomía. Vueling conecta la capital cántabra desde Alicante, Barcelona y Mallorca con precios a partir de 11,99 euros el trayecto.
Un paisaje verde
Santander es un ventanal abierto al Cantábrico desde un casco histórico en el que sus señoriales edificios son el preludio de un maravilloso decorado natural. La creciente influencia del turismo no le desvía un milímetro de su afán por proteger las tradiciones y sus emblemas, como la famosa playa del Sardinero, el paseo marítimo, la península de La Magdalena o las cercanas y paleolíticas Cuevas de Altamira.
La mejor forma de conocerla es caminando. Su historia, su cultura y su herencia arquitectónica son joyas escondidas entre calles que encauzan al caminante por una seductora ruta. Tan cerca del mar como de la montaña, su paisaje verde ofrece fascinantes atractivos turísticos a la sombra de los Picos de Europa.
Cultura y arte en todos sus rincones
Santander es una ciudad que mezcla con finura su tradiciones marineras, comerciales y turísticas y desde mediados del siglo XIX es un exclusivo destino turístico de verano.
Su oferta cultural es digna de los elogios que reciben sus museos, como el de Arte Moderno y Contemporáneo, el de Prehistoria, el Marino del Cantábrico y el de Arqueología de Cantabria.
Sus playas, más anchas que largas, atraen hacia la costa toda la fuerza del mar, especialmente La Concha, Somo, la del Puntal, y la Magdalena. La más turística son las de El Sardinero, flanqueadas por un paseo marítimo de lo más y engalanado con magníficos edificios como el Gran Casino, que evoca la arquitectura de la Belle Époque; la Plaza de Italia, con sus elegantes y animadas terrazas de verano, o los Jardines de Piquío, situados en un entrante rocoso que marca la separación entre las dos playas de El Sardinero.
El recorrido por el casco histórico comienza en El Paseo de Pereda que, con sus típicas casas con miradores y sus jardines, constituye una animada avenida que separa la franja costera de la zona antigua.
Este lugar se ha convertido en centro de referencia de la ciudad gracias a la apertura del Centro Botín, un edificio de alta arquitectura contemporánea que se asoma como un balcón hacia el mar y alberga una muestra de arte contemporáneo de primer nivel.
La Catedral, donde nace Santander
La cercana Catedral de la Asunción de Nuestra Señora, del siglo XIII, es uno de los edificios más antiguos de la capital. En su interior guarda el sepulcro del escritor Marcelino Menéndez Pelayo y, bajo la capilla mayor, se encuentra la cripta del Cristo, una cámara abovedada en la que se descubrieron diversos vestigios de la época romana.
Enfrente se encuentra la Plaza Porticada, de estilo neoherrerano, que da paso a un cruce de animadas vías comerciales como el Arrabal o el Cubo. Una de estas calles conduce a la plaza del Generalísimo, sede del Ayuntamiento, junto al popular Mercado de la Esperanza, de estilo modernista.
La Península de la Magdalena, la ‘joya’ de los santanderinos
Entre el casco histórico y El Sardinero se encuentra uno de los lugares más apreciados por los santanderinos, la península en la que se asientan el Parque de la Magdalena y el Palacio Real, antigua residencia de verano que la ciudad regaló a Alfonso XIII y 1ye fue costeado por los ciudadanos.
Esta zona privilegiada de descanso rodeada de amplios jardines y zonas arboladas se convierte durante los meses estivales en el centro neurálgico de los famosos cursos de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.
Se trata de un gran espacio verde, lleno de vegetación con muchos atractivos y unas increíbles vistas al mar Cantábrico. También hay un pequeño zoológico, unas caballerizas reales, una gran zona de juegos y muchos otros rincones que se pueden recorrer gracias a un tren turístico.
Una fiesta para terminar
Para culminar una visita a Santander, qué mejor que una fiesta. Y la capital cántabra programa grandes celebraciones en verano. Las más populares son las que honran a Santiago Apóstol, el 25 de julio, y conmemoran a San Emeterio y San Celedonio, patrones de la ciudad. Ambas dan rienda suelta a verbenas, corridas de toros, regatas por la bahía, sardinadas, competiciones y espectáculos de fuegos artificiales.
Destacan también la Romería de la Virgen del Mar, la subida al faro de Cabo Mayor o la Fiesta del Turista, también llamada Los Baños de Ola, que combinan juegos y jolgorio con manifestaciones del folclore regional.