Lograr un buen pollo a la parrilla puede convertirse en un verdadero desafío. Si se cocina demasiado rápido, el interior queda crudo; si se pasa de punto, la carne se seca y pierde sabor. Sin embargo, los parrilleros más experimentados tienen un secreto sencillo que marca la diferencia: una piel dorada y crujiente, con carne jugosa por dentro, sin necesidad de recurrir al limón, al vinagre o a los adobos complicados.
En lugar de marinados intensos o jugos cítricos, muchos chefs apuestan por una fórmula básica, pero infalible: aceite y sal. Antes de colocar el pollo sobre la parrilla, lo untan con una fina capa de aceite y lo sazonan con sal gruesa. Luego, lo disponen con la piel hacia abajo y lo dejan cocinar lentamente. Este procedimiento permite que la grasa natural del ave se derrita, se infiltre en las fibras y mantenga la carne húmeda mientras el exterior se vuelve dorado y crocante.
El truco infalible
El truco radica en la paciencia y en el manejo del fuego. El aceite forma una película protectora que evita la pérdida de jugos, mientras que la sal realza el sabor y contribuye a crear esa costra irresistible. La cocción pausada, a fuego medio, garantiza que el calor penetre de manera uniforme sin quemar la superficie. Los parrilleros recomiendan no pinchar la carne para conservar los jugos y esperar a que la piel se despegue fácilmente antes de darla vuelta. El final de la cocción, siempre del lado de la carne, debe hacerse con fuego suave.
Carne a la parrilla
Para preparar el pollo perfecto, el primer paso es secar bien las piezas antes de condimentarlas. Luego, se pincelan con aceite, se añade sal a gusto y se colocan en la parrilla con la piel hacia abajo. Una vez doradas, se giran para terminar la cocción lentamente. Algunos cocineros sugieren una pincelada final de manteca, caldo o jugo de cocción para intensificar el sabor.
El resultado de esta técnica es un pollo con sabor auténtico, jugoso y con ese dorado parejo que todos buscan en la parrilla. Sin trucos sofisticados ni ingredientes exóticos: solo una buena técnica, paciencia y respeto por el fuego.
A la parrilla
Hacer la carne a la parrilla nos gusta tanto porque representa una experiencia que va más allá de la simple comida: es un ritual social y sensorial. El fuego, el humo y el sonido de la carne chispeando despiertan instintos primitivos y nos conectan con una forma ancestral de cocinar. Además, el sabor ahumado y la textura jugosa que solo el calor directo del carbón o la leña puede lograr son difíciles de igualar con otros métodos de cocción. Preparar la parrilla también implica tiempo, paciencia y dedicación, lo que transforma la comida en una celebración compartida.
Por otro lado, asar carne al aire libre es una excusa perfecta para reunirse con familia y amigos. La parrillada invita a la conversación, al disfrute y a la relajación mientras el aroma se mezcla con risas y anécdotas. Cada corte y cada técnica -desde sellar un buen entrecot hasta asar lentamente unas costillas- permite expresar creatividad y gusto personal.
