El cantante italiano Sandro Giacobbe, fallecido el 5 de diciembre de 2025
¿Puede un músico pasar a la historia con una sola canción?: Absolutamente sí. Los anglos tienen un nombre para esos cantantes que lo petan con un single y luego no se vuelve a saber nada de ellos, les llaman one hit wonders, o maravillas de una sola canción. El italiano Santino Alexandro, en arte Sandro Giacobbe (Moneglia, 1949 – Cogorno, 2025), saltó a la fama en su país (y también en España, donde fue número uno de ventas en 1976) con su temazo El jardín prohibido, pero a finales de los setenta ya había sido dado por amortizado y nadie sabía muy bien qué hacía ni por dónde paraba. Así es, amigos, la vida de los one hit wonders.
Pero nadie le quita al señor Giacobbe el mérito de haber escrito la canción de amor más desfachatada de la historia, en la cual encajaba el adulterio (propio) con un fatalismo francamente peculiar. Si no tienen presente la letra de El jardín prohibido, tranquilos, que yo se la recuerdo, porque lo de este hombre y su teoría del amor merece ser comentado ampliamente.
En los años 70 abundaban los baladistas italianos que triunfaban en España con sus canciones desgarradas de amores habitualmente frustrados y dañinos. Pero ninguno de ellos tenía el cuajo de defender el adulterio con la arrogancia y la cara dura del amigo Sandro. Richard Cocciante las pasaba canutas con las mujeres, pero era él quien se llevaba todos los sopapos sentimentales. Recordemos himnos al despecho como Margherita y, sobre todo, Bella sin alma. El hombre empezaba a cantar en un tono bajo y discreto, pero, poco a poco, ante las maldades y humillaciones de la novia de turno, se iba cabreando y el piano pagaba las consecuencias, pues lo iba aporreando cada vez más fuerte, mientras subía el volumen de su voz indignada, hasta acabar de pie, maltratando al piano y pegando unos berridos de cuidado.
Sandro Giacobbe, por el contrario, no se cabreaba sobre la marcha porque ya venía de casa preparado para sostener en público sus argumentos. En su obra maestra, El jardín prohibido, el hombre le confiesa a su amada que le ha puesto cuernos con su mejor amiga (¡un clásico!), pero que, cuando se la estaba cepillando, pensaba en ella y se daba cuenta de su error (aunque no interrumpía el cardio porque hay que terminar lo que se empieza). Lo mejor llega al final, cuando, en vez de pedir disculpas a la mujer de su vida, concluye con fatalismo (o desfachatez) que Lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yo. ¡Y se queda tan ancho!
Esa actitud no se había visto jamás en la canción melódica. El tipo confiesa su infidelidad, pero viene a decir que la culpa no es suya, pues es la vida la que le ha hecho así (y a él, que lo registren). O sea: "Lo siento, cariño. Sí, me he tirado a tu mejor amiga, pero la culpa no es mía, es de la vida, de la naturaleza, hay que aceptar el marco que nos hemos dado entre todos". O algo parecido.
No hay que despreciar el fondo filosófico de El jardín prohibido. El narrador no se queda con el adulterio a secas, sino que le busca explicación en un plano superior, como si estuviese programado para la infidelidad y no pudiera hacer nada al respecto.
Y así, amigos, es como una canción se convierte en un himno inmarcesible, y su autor en un clásico de los one hit wonders al que nunca olvidaremos.