Ramon Canela inauguró su primer gimnasio en 1979, con la idea de crear “instalaciones dignas al alcance de cualquier persona”. De aquella visión nació el Grupo DiR. Hoy, más de 40 años después, la marca es un referente del fitness catalán. Con más de 80 centros en España, presume de la variedad de sus locales, de sus equipamientos de última generación y de una comunidad de más de 70.000 socios.
¿Pero de qué sirve construir un imperio si sus puertas no se abren para todos los que han pagado por entrar?
El caso de Juan Cajal, un socio al que se le negó la entrada por no tener un móvil moderno, evidencia que el acceso a DiR ya no es universal. Tras abonar casi 300 euros y recibir una pulsera de acceso, descubrió en los tornos que dicha pulsera era un método obsoleto. La empresa había migrado el acceso a una aplicación Wallet que requiere tecnología NFC, un detalle que omitieron al formalizar la inscripción.
Sin embargo, el móvil de Cajal, un Samsung Galaxy A3, no era compatible la con la aplicación. La empresa le hizo sentir que el problema era suyo por no tener un móvil moderno.
La modernización no puede ser una excusa para la desatención. Esa idea que tuvo Canela de crear “instalaciones dignas al alcance de cualquier persona” se ha desdibujado.
