Jane Goodall
Nos dejó la británica Jane Goodall (Londres, 1934 – Los Ángeles, 2025), la mujer que dedicó toda su vida al estudio de los chimpancés, que son lo más parecido a nosotros que hay, llegando a fascinantes conclusiones sobre, digamos, la vida privada de los simios, que en muchos aspectos no es tan diferente de la de los seres humanos (descubrió que los chimpancés eran capaces de fabricar herramientas y utilizarlas).
Todo empezó con un mono de peluche llamado Jubilee que le regalaron de niña. Aunque a muchos de los amigos de sus padres les parecía un bicho feo, desagradable y hasta aterrador, la pequeña Jane le cogió un gran cariño, hasta el punto de que aún lo conservaba en su casa de Inglaterra cuando le sobrevino la muerte. Del peluche pasó a los simios de verdad, centrándose en los chimpancés, en gran parte, porque son los que más recuerdan a los posibles antepasados de la raza humana.
En 1957, Jane viajó a Kenia para sus primeros contactos simiescos. Para humanizar un poco a sus chimpancés, hasta les puso nombre, cuando lo canónico era numerarlos para evitar fomentar el sentimentalismo de los científicos. Los bautizó con nombres como Goliath, Mike, Humphrey o Gigi.
Dos de ellos tuvieron derecho, incluso, a un apellido (David Greybeard) o a un tratamiento respetuoso (Mr. McGregor). Su siguiente destino fue Tanzania (llamada entonces Tanganica), donde pasó la mayor parte de sus sesenta años de estudio de los chimpancés en el actual Parque Nacional Gombe Stream.
Jane Goodall también se trató con seres humanos. Fue así como conoció a sus dos maridos: el barón Hugo Van Lowick, con quien se casó en 1964 (tuvieron un hijo, Hugo) y del que se divorció diez años después, y Derek Bryceson, con el que contrajo su segundo matrimonio en 1975 (el pobre hombre falleció de cáncer en 1980).
Aunque muy respetada en su campo, no faltaron las voces críticas sobre sus teorías simiescas, si bien nunca fue acusada de haber cometido graves errores de percepción. Su imagen, por otra parte, dificultaba la crítica severa, ya que la señora Goodall no tardó mucho en convertirse en algo más que una simple investigadora de la vida salvaje: llevaba años convertida en un icono, en un símbolo del humanismo aplicado a los chimpancés, gracias en parte a sus libros y sus apariciones televisivas y, también, a su físico bondadoso y aristocrático (ejerció de baronesa Van Lowick durante un tiempo, no hay que olvidarlo).
Y si no era una buena persona, consiguió disimularlo de forma inmejorable. Yo diría que sí fue una buena persona, que se consagró a una actividad a medio camino entre la zoología y el humanismo y que con la cantidad de miserables que abundan en nuestro presente, todo parece indicar que necesitaríamos unas cuantas Jane Goodall más.