El actor Eduard Fernández

El actor Eduard Fernández EFE

Examen a los protagonistas

Eduard Fernández

Sólido como una roca

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Le acaba de caer a Eduard Fernández (Barcelona, 1964) el Premio Nacional de Cinematografía, que llevaba cierto tiempo mereciéndose. Pocos actores hay actualmente en España con el talento, la gravedad y la eficacia del señor Fernández, quien, el año pasado, dio muestras de todo eso en dos películas que estuvieron entre lo mejor de la cosecha cinematográfica: Marco y El 46.

Eduard Fernández llegó al cine a finales del siglo pasado, tras haber pasado por el Institut del Teatre de Barcelona, por Els Joglars de Albert Boadella y por el Teatre Lliure, donde trabajó a las órdenes de Calixto Bieito, entre otros. Confieso que no me enteré de su existencia hasta que rodó Los lobos de Washington (1991) -no soy mucho de ir al teatro, lo reconozco-, la película de Mariano Barroso escrita por Juan Cavestany y protagonizada por Javier Bardem. El film me gustó mucho y la presencia de Eduard me pareció algo tan notable como nuevo en el cine español: cada vez que aparecía en pantalla, aportaba a la historia una gravitas muy especial, como de actor de otra época, que se te quedaba grabada.

A partir de ahí, la carrera del señor Fernández fue hacia arriba, hasta convertirse en uno de los actores más visibles del cine español, de esos a los que se recurre específicamente para según qué papeles porque el director sabe que los va a bordar. Personalmente, Eduard es de esas personas que no se dan ningún tipo de aires y que resultan absolutamente cercanas. Lo pude comprobar hace años, cuando me lo presentó Isabel Coixet y coincidimos algunos fines de semana en el apartamento de la playa que mi amiga tenía por aquel entonces. Eduard aparecía con su mujer, Esmeralda (actualmente divorciados) y con su hija, una cría pequeñita y muy graciosa que, con el tiempo, se convertiría en la actriz (y sex symbol cercano) Greta Fernández.

Aunque le acabé perdiendo la pista, sé que cada vez que me lo cruce será un encuentro agradable. Y, puestos a seguirle la pista, siempre puedo hacerlo a través del cine, donde no para de empalmar historias que suelen funcionar bastante bien entre público y crítica (o, por lo menos, su interpretación).

Yo diría que el principal talento de Eduard consiste en aplicar una trabajada naturalidad a sus interpretaciones, aunque esas dos palabras juntas suenen a oxímoron. Haga el papel que haga, Fernández siempre es creíble. Lo pudimos comprobar el año pasado, cuando se metió en la piel de un falso superviviente de los campos de concentración nazis y de un working class hero de la España del desarrollismo, y en ambos casos aplicó esa naturalidad que lo distingue en todos los casos y que no perdió ni cuando le tocó interpretar a Millán Astray en Mientras dure la guerra, de Alejandro Amenábar.

Bienvenido sea, pues, ese Premio Nacional de Cinematografía para este gran actor que, aunque bajito, parece mucho más alto en la pantalla de un cine.