Eduardo Mendoza, en archivo

Eduardo Mendoza, en archivo Europa Press

Examen a los protagonistas

Eduardo Mendoza

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Escritor y caballero

Al novelista Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) le acaba de caer uno de los pocos premios que aún no tenía después de ganar el Planeta y el Cervantes: el Princesa de Asturias. Me alegro por él, ya que, además de un escritor excelente, es un tipo muy simpático, como pude comprobar en el ya lejano 1980, cuando el Ministerio de Cultura nos concedió una beca a mi amigo el artista conceptual Carlos Pazos (Premio Nacional de Artes Plásticas) y a un servidor de ustedes (Premio Nacional de Absolutamente Nada) para investigar las relaciones entre la música pop y el arte contemporáneo.

Aunque no llegamos a grandes conclusiones al respecto, aquel dinerito público nos sirvió para trasladarnos a Nueva York, hacer el ganso sin tasa y emborracharnos en el mítico CBGB del Bowery (un chamizo churroso con los baños más sucios que uno había visto en su vida: no sé si Thomas Bernhard los frecuentó en alguna ocasión, pero lo dudo, ya que siempre insistía en sus libros en que los retretes más guarros del universo estaban en Viena).

Carlos era amigo de Eduardo, y así conocí yo al brillante escritor, del que había disfrutado enormemente leyendo La verdad sobre el caso Savolta (siguiendo los consejos de Ignacio Vidal-Folch) y El misterio de la cripta embrujada (iniciativa propia), y que ejerció de amable cicerone, aunque estaba ligeramente hasta las narices de que no parara de aparecer gente de Barcelona a darle la chapa.

Muchos años después, cuando necesité un prologuista de postín para mi libro Sospechosos habituales (Anagrama), Eduardo Mendoza se prestó amablemente a escribir un texto introductorio en el que yo salía mejor parado de lo que merezco. Aunque nunca hemos sido amigos íntimos, nos hemos ido cruzando durante casi medio siglo y los encuentros siempre han sido cordiales y propensos a las humoradas compartidas.

Reconozco que sus últimos libros me han interesado menos que los primeros, aunque disfruté mucho de su premio Planeta, Riña de gatos, con sus jocosas descripciones de José Antonio Primo de Rivera y demás figurones de los años 30 (además, creo que es la única novela de esa temática que no se empeña en cantar las excelencias de la república y las miserias morales del franquismo, lo cual es muy de agradecer, ya que casi toda la literatura española de preguerra, guerra y posguerra adopta un tono de sermón que me la hace un tanto indigesta).

Sospecho que Mendoza es un fatalista amable. Aparentemente, nunca se enfada ni se irrita. Se tomó el prusés a chufla y publicó un librito muy didáctico sobre el llamado problema catalán. Con el dinero del Planeta se compró un apartamento en Londres, y allí pasa parte del año, convenientemente alejado de nuestros cansinos dimes y diretes.

No suele meterse en política ni escribir columnas en los diarios, pero fue en los buenos viejos tiempos de El País cuando publicó por entregas su hilarante novela Sin noticias de Gurb: daba gusto empezar cada día la lectura del diario con la entrega cotidiana de esa historia delirante sobre un extraterrestre perdido por Barcelona.

No sé si quedan premios literarios postineros en España, pero si es así, por favor, que se los den todos a Eduardo Mendoza.