
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, conversa con la portavoz de Junts en el Congreso, Míriam Nogueras Europa Press
No sé si Míriam Nogueras (Dosrius, Barcelona, 1980) es más ridícula que irritante o viceversa. Supongo que, para los que la tienen que aguantar en el Congreso de los Diputados, es insoportable a causa de su actitud permanentemente enfurruñada y su tendencia a abroncar a cualquiera con el que no está de acuerdo. Pero yo, como solo la veo por la tele de vez en cuando, me fijo más en su componente ridículo, que es notable, como el de todos sus compadres de Junts.
La señora Nogueras es de una chulería inaguantable, como comprueba a diario el presidente del Gobierno al que apoyan los siete diputados del partido de Puchimón y al que la arisca Míriam gusta de maltratar y amenazar sin tasa. Sabe que ella y los suyos lo tienen cogido por los cataplines y no desperdicia ninguna oportunidad de humillarlo, creándose entre ambos una relación modelo ama y esclava que da bastante qué pensar (he llegado a la conclusión de que Sánchez disfruta con los chorreos de Miriam).
Míriam odia a todos los diputados porque son españoles, y ella no soporta a España, país del que no quiere saber nada, salvo a la hora de cobrar por ejercer de enemiga del Estado (113.000 euros anuales). Por eso el otro día, cuando tenía que hacer unas declaraciones y le ofrecieron una sala del Congreso en la que había una bandera española, se negó a entrar allí y acabó pronunciando su necesario parlamento en un pasillo.
Realmente, esta mujer es de traca. ¿Le sorprende que en una sala del parlamento español haya una bandera española? ¿Quiere que se la sustituyan por una estelada cada vez que quiera explicarle algo a la prensa? Como bien le dijo Gabriel Rufián, que últimamente anda sembrado, mucho no querer saber nada de la bandera española, pero luego, venga a colocar gente del partido en empresas nacionales.
Desde que se autorizó el uso de lenguas cooficiales en el Congreso (otra cesión lamentable de Sánchez a los separatistas: todo sea por conservar el sillón), Míriam Nogueras no ha vuelto a ser oída hablando en castellano. Afortunadamente, los que no la entiendan pueden ahorrarse el pinganillo porque todos sabemos lo que va a decir: echar pestes de España e insistir en las ganas que tiene de vivir en una Cataluña independiente (aunque la última encuesta de la Generalitat sitúe a los independentistas en un 32% de la población catalana).
Todo lo que hace Míriam parece encaminado a caerle mal a todo el mundo. Si eso es lo que pretende, la verdad es que le está saliendo muy bien. En el Congreso se porta como un perro de presa y no sé cuál será su conducta en bares, restaurantes, cines o museos (a no ser que nada más salir del parlamento se recluya en el Centro Catalán). Cada vez que la veo exhibiendo su odio a España o mostrándose desagradable con algún colega, me consuela pensar que está obligada a vivir en la capital de un país que odia, echando permanentemente de menos a su amada Cataluña, tierra sojuzgada donde las haya.